jueves, 30 de diciembre de 2010

Para todos mis amigos

2010 ha sido para mi un buen año, me reencontré conmigo mismo, me deslumbró una Iluminación que no esperaba, Dios me dio un tiempo extra, yo he hecho y haré lo que tengo que hacer para corresponderle. Mis amores están conmigo, sobretodo su esencia, que en realidad es lo importante; mi espíritu está fuerte y mi alma en paz, Dios me ha dado en esta vida todo, quizás más de lo que merezco, Él sabrá por qué, pero me ha librado de los apegos, esto es una bendición invaluable, pues las posesiones físicas nos atan a las circunstancias de la vida creando apegos que distorsionan nuestra visión de la realidad y nos roban la libertad.

Esta tierra que tanto he amado, amo y amaré, por el contrario, a la deriva, sin rumbo fijo, viajamos sin sentido de nación, no somos ni izquierda ni derecha, ni socialistas ni capitalistas, ni cultos ni ignorantes, mediocridad en todos lados, pero especialmente en el gobierno, no sólo en éste. El Salvador es un negocio de pocos en detrimento de muchos. Y lo más trágico es que desperdiciamos nuestra inteligencia, porque !vaya que hay talento entre nosotros!, mucho talento.  Por ello pienso también  que hay esperanzas, pero para que este país cambie, para que nuestra sociedad cambie, es preciso que yo cambie, que tú cambies, que todos cambiemos. Crear dignidad y justicia para este país es tarea de todos, busquemos la justicia en la bondad y marginemos el mal. Que el 2011 nos permita forjar el inicio de un país justo, donde todos, digo todos con énfasis, vivamos en paz, con dignidad y lejos de la pobreza, por que en la pobreza no existe Libertad. 
Sólo así nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, vivirán plenamente y alcanzarán el éxito que  les deseamos con todo nuestro amor y con el éxito, la felicidad que es lo que todos buscamos y que es también, lo que les deseo  a mis amigos, desde el fondo de mi corazón. Que Dios nos bendiga a todos.

lunes, 27 de diciembre de 2010

El mar. las olas, el amor...las piscuchas.


El mar, las olas, el amor...las piscuchas.

Brindo, dijo Manfredo levantando su Vodka hasta la altura de sus ojos, por el amor.! Ah el amor!, dijo colocando el vaso sobre la mesa, mientras afuera la tormenta arreciaba y los relámpagos teñían de espectrales colores el interior sombrío del bar.

Cuando tuve trece años, continuó sin preámbulos, pensé que Merissa era el final de la vida, a los catorce pensé que Amelia, a los quince pensé que con  cada mes,  cada fin de un amor, la vida se detenía, hoy en esta provecta edad, desconocida aún para mi mismo, debo decirles amigos que el amor siempre renace, nunca muere, es la siempreviva de la vida. Los años, lo que confieren es sabiduría, si se toma la vida en serio, se estudia, investiga, profundiza, no en sólo en los libros, sino en los actos diarios, sencillos y trascendentales de la misma, nos enseñan que el amor se reinventa cada instante de nuestras vidas.

El tiempo, que devora la vida minuto a minuto, es incapaz de destruir el amor, porque éste está fuera del tiempo, se mueve en el espacio que media entre la razón y el corazón y esa distancia es inmensurable. El amor no es algo que muera, se renueva siempre, porque es como las olas del mar, infinito, obstinado y el tiempo es incapaz de vencerlo.

En octubre, el mes del viento y  las piscuchas, de cola y flecos, como las de antes, sacaba mi papalota azul con el hilo blanco como la nieve, me colocaba la piscucha a la espalda y me iba a la playa a vagar con mis pensamientos enredados con el vuelo suave de mi cometa que bajo el cielo azul, llevaba mi imaginación a tierras extrañas y desconocidas, por eso, cuando el sol declinaba por el oriente, incendiando el mar y los árboles del Puerto de La Libertad, la dejaba ir hacia el sol y me encantaba ver como se alejaba brillando y hundiéndose en la lejanía del mar de colores. Luego una extraña nostalgia se apoderaba de mi ser y me sentaba en la negra arena a soñar con los sueños de la infancia.

Una tarde después del ritual, de la “soltada”, como le decía,  su sombra larga y delgada se presentó ante mis ojos. Estaba de pie frente al mar, entre el sol y mis ojos, esbelta, con un vestido largo que le llegaba a los tobillos, era de fina tela con pequeñas florcillas verdes, que en la tarde brillante y colorida, parecían encenderse y apagarse como las luces de Navidad.

De pronto me vio y como si conociera de siempre se acercó y empezó a hablar. Varias veces te he visto dejar ir la piscucha, me dijo con voz de reproche, ¿por qué las dejás ir?

Yo pensé ¿quién es esta metida?, tenía trece años. Pero haciendo caso omiso de su intromisión, respondí secamente: me gusta.

¿Por qué te gusta?, insistió. Yo la volví a ver con enojo y observé, que concentrada, con los ojos entrecerrados,  el ceño fruncido, seguía los remolinos de la piscucha cayendo hacia el sol, hundiéndose en el mar.

Ella se había acercado lentamente y su cara de perfil, mejor dicho su perfil estaba iluminado de rojo como el sol que desaparecía en el horizonte. Ese perfil airoso, distante, consiguió mi perdón. Me acerqué hasta colocarme frente a ella dibujó una sonrisa que me acabó de desarmar. Yo le sonreí y nos quedamos en silencio uno frente al otro.

No sé por qué lo haces pero me gusta, ¿elevarás otra mañana?, preguntó con cierta aprensión, y yo, aprovechando la oportunidad de mostrarme galante, aunque lo hacía casi a diario, respondí. Sí, si vos querés. Ella empezó a  caminar  y yo a su lado. Después de un largo silencio dijo, casi para sí, sí quiero, volviéndome a ver con una sonrisa que no supe si era de burla o de coquetería.

¿Te veo mañana entonces? pregunté con ansiedad mal disimulada, ella asintió con una ligera inclinación de cabeza, mientras se alejaba en dirección a la ciudad.

Salí corriendo por la playa, chapoteando en las olas que morían en la orilla. Algo había en la pequeña que me producía una alegría desbordante, difícil de contener en mi pecho de niño.

Llegué a la casa exultante y empecé a armar una piscucha más grande, el doble de grande y de dos colores; son más difíciles pues se necesita pegar bien los dos pedazos de papel y el marco de la misma es más pesado pues la varillas deben ser mas gruesas. Le agregué flecos color rojo y una cola morada sacada de una cortina que mi mamá ocupaba para cubrir sus  santos en Semana Santa.

Al día siguiente, a las cuatro, cuando la brisa arreciaba, tome una papalota nueva, azul, azul como la bandera y el hilo resplandeciente. Pero no era un paseo como todos los días, algo oprimía mi pecho, una aire de prisa agobiaba mi espíritu. Llegué corriendo a la playa casi ahogándome de la carrera que desde la casa a la playa había realizado.

Pero la playa estaba vacía, sólo un par de personas se sentaban en la playa observando fijamente las formaciones en V de pelícanos que rozaban las crestas de las olas y que, planeando elegantemente, se perdían detrás de las rocas de la izquierda de la playa. Yo me sentía perdido, todo la emoción del momento y previos se venía abajo y se convertía en una mezcla de tristeza,  enojo, de inseguridad, de lo que podía haber pasado con la metida, la palabra asomó en mi mente entre oleadas de cierto enojo, mezclado con una frustración que me golpeaba el alma.

Me senté en la playa, con la piscucha al hombro, mientras insistentemente volvía a ver hacia los almendros rojos y los quioscos de ventas esperando ver asomar por algún lugar la fina silueta de mis deseos. Mientras en mi impaciencia de niño, trataba de recordar palabra por palabra la exigua conversación de día anterior tratando de encontrar alguna falla, costumbre que jamás he abandonado, revisé cada paso, cada frase, cada gesto y sonrisa de ella, recordé su perfil luminoso y el perdón acudía a mi mente dándole paz y tranquilidad que duraba segundos mientras de nuevo me sumergía en la melancolía y la frustración.

Pero el sol salió por el norte, al igual que yo, ella, la divina -la metida se había esfumado en la oscuridad del olvido- venía corriendo hacia mi, insólita, acariciadora, venía corriendo en mi dirección y al acercarse vi como sus mejías se habían teñido de un color que me recordaba los melocotones de lata y sonreía con una alegría que no dejaba dudas: estaba feliz de encontrarme.

Tuve que hacerle un mandado a mi mamá, me dijo, como disculpándose, gesto que agradecí al cielo, eso borraba cualquier dolor, cualquier frustración, cualquier enojo. Hay viento dijo pasándose la mano izquierda por su cabello de oro que se agitaba rebelde con la fuerte brisa que iba hacia el mar.

Al ver la piscucha enorme, de dos colores, flecos brillantes y la cola morada de Semana Santa, se llevó las dos manos a la boca y dejó exclamar un ¡ooooh!, que sonó como música en mis oídos y me sentí como debió sentirse David después de derrotar al gigante Goliat.

Ayudame a elevarle, le dije tendiéndole mi obra maestra. Ella la tomó de las puntas de los flecos con cuidado y se alejó caminando hacia atrás, mientras una sonrisa nerviosa curvaba sus labios en un gesto que a mi me pareció  contemplar el cielo a través de su imagen retrocediendo con la piscucha entre sus manos. Yo pensaba que podría elevarse con ella tal era la levedad de su figura y lo celestial de la escena.

¡Ya!, grite y ella la soltó.  El milagro dio inicio. La piscucha  dio un par de coletazos, luego se elevó como una flecha, mientas los flecos vibraban nerviosos  y la cola dibujaba suaves ondulaciones, volviéndose más morada en el contraste con el cielo azul intenso de la tarde sin nubes, que auguraba un vuelo perfecto. Ella regresó corriendo a mi lado, y con una mano sobre los ojos a manera de visera, seguía el curso de la cometa con una sonrisa de satisfacción, mientras yo, de reojo, no perdía el tránsito de sus emociones sobre su afilado rostro, que sonreía, se preocupaba, mientras daba pequeños saltitos sobre la arena y se llevaba las dos manitas a la boca, presa de una emoción que me hacía sentir como un héroe.

Pero faltaba el momento supremo, la “soltada”.

¡ La suelto yo ¡, exclamó mientras saltaba a mi alrededor, dando vueltas en una especie de danza. Yo, como príncipe que condescendía con su amada, le entregué la papalota azul, azul y mientras ella la sostenía un rato entre su manos, sonreía en actitud casi extática. De pronto, soltó la papalota, levantó las manos mientras gritaba, ¡se va! ¡se va!, ella hipnotizada observaba la piscucha con movimientos de borracha, descender hasta el mar mientras el sol en el poniente doraba el firmamento.

Se acercó casi con lágrimas en los ojos y me estampó un beso en la mejilla. Luego como había llegado se fue corriendo sin despedirse. Interpreté el beso como algo parecido. Repetimos el ritual una diez veces, pero ella tenía que irse a su ciudad, no era del Puerto. Jamás la volví a ver, pero los vientos de octubre, las piscuchas y las puestas de sol me recuerdan con nitidez su perfil luminoso. La he visto renacer un par de veces en mi vida, con diferente rostro, en diferentes circunstancias…y vuelvo a ser niño.

Manfredo se levantó en silencio de la mesa. Con el carterón negro en la mano  el sombrero ya sobre su cabeza, tomó el vodka con la mano libre, la levantó como la estatua de La Libertad y exclamó: Por el amor que siempre renace, por la niñez, por el mar y las piscuchas. Nos pusimos de pie y brindamos conmovidos, mientras Manfredo se alejaba, dibujando su negra silueta en la puerta del bar. De afuera, un silencio oscuro entró en el local  y nos envolvió con su tristeza…

Luis Salazar Retana.

Piscucha, cometa en El Salvador.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La ciudad de los inmortales


La ciudad de los inmortales.

Debo crear un sistema o ser esclavizado por el de otro.
William Blake

En el norte de África, en las arenas del océano extenso e hirviente que se extiende por el Magreb, existió y existe, aunque nadie sabe donde, desde hace cientos de años, siglos si se quiere, una ciudad, romana y griega en apariencia, habitada por inmortales, al menos eso se ha dicho siempre. Se componía o se compone, solo Dios lo sabe, de  49 cuadrados 7 por 7, número cabalístico por excelencia, de 77 gortels de longitud cada uno, y una torre calada, copiada después por los constructores góticos de 14 veces siete gortels de altura. Fue, durante siglos, la más alta torre del desierto y del Universo conocido. 

Quiso muchas veces ser destruida por los seguidores del profeta, por razones que luego explicaré, pero jamás fue localizada, ni siquiera fue avistada por ningún ejército, sólo viajeros solitarios de pequeñas caravanas pudieron contemplar su hiriente silueta sobre el mar de dunas en las cuales desaparecía al caer la tarde, pues jamás podía nadie acercarse a ella, como si se moviese a la misma velocidad de los que trataban de alcanzarla. En alguna ocasión algún desorientado viajero fue llevado a su interior, asistido, curado y luego dejado en libertad, por lo que algo que supo de su interior, de sus extraños habitantes y de su bondad. En el 777 ddC, el único día que fue avistada por un pequeño contingente de soldados de caballería,  en un acto de magia incomprensible para los que observaron el fenómeno, desapareció sumergiéndose en la arena para nunca más volverse a saber de ella. Pero su historia no terminó allí.

Cuentan y han contado desde entonces los rapsodas del desierto y algunos viajeros que perdieron el norte en el terrible laberinto, que durante la noche de luna llena, en el mes de Ramadán, cuando todos recuperan las fuerzas del ayuno diario, una gigantesca cúpula de cristal se levanta siempre en lugares diferentes del desierto y los inmortales salen en grupos de siete, en sus briosos y veloces corceles, aunque nadie sabe que son en realidad, a recorrer el vasto desierto, llevando mensajes a elegidos repartidos en diversas ciudades y oasis, de donde a su vez, son enviados a otros elegidos e inmortales diseminados por el mundo. El contenido del mensaje que se recibe cambia en cada ciudad y sólo hasta alcanzar el destinatario, el comunicado adquiere sentido.

Nadie sabe de dónde llegaron si es que llegaron de algún lado; nadie sabe si son humanos, nadie ha visto sus rostros; embozados en la compleja vestimenta del desierto, sólo sus ojos luminosos brillan en la estrecha franja o rendija que les permite ver el indescifrable desierto, aunque nada es seguro. La ciudad era o es de mármol blanco brillante en el sol y fosforescente con la luna, sin ella, dejaba de verse y nadie supo jamás donde quedaba pues era ubicua y aparecía en diversos lugares siempre deshabitados lejos de las ciudades y de las rutas de las caravanas que cruzaban y cruzan el desierto casi infinito, como evitando a los hombres del inmenso mar de arena, viajeros de un Universo dentro de este Universo. En tiempos de la expansión del cristianismo por el mediterráneo, los magrebíes decían que era la ciudad de los magos, aquellos que habían llevado las ofrendas al supuesto rey de los judíos y que habían transportado su ciudad desde las montañas de los Himalayas hasta el candente mar del norte de África, territorio de Alá y por tanto, consideraban la Ciudad de los Inmortales como se la conocía ya desde entonces, una abominación y como tal, merecedora de ser aniquilada.

Tenía o tiene se dice, puertas de bronce y cristal, una en cada lado, orientadas según los puntos cardinales, con la mencionada torre al centro de siete lados y una escalera espiral en su medio que conducía a una esfera de oro según algunos y otros de cristal purísimo, que reflejaba la luz del sol y podía destruir con sus rayos todo aquello sobre lo cual cayesen. Todo eran conjeturas pues nadie sabía a ciencia cierta qué era la ciudad, ni quienes la habitaban. Pero nadie dudaba de su existencia y los pocos testigos que la vieron eran gentes de bien, seguidores del profeta, es decir, hombres de absoluta confianza.

Cuando los árabes llegaron a Al Andalus, construyeron La Giralda en recuerdo de aquella torre que algunos habían vislumbrado, pero no de siete lados sino de cuatro, para diferenciarla de la de los infieles señores de la oscuridad y del misterio, aunque jamás lograron igualar su altura; tendrían que pasar más de seiscientos años antes que en Ulm se construyera una torre tan alta con la escalera espiral al centro, fue construida por maestros constructores, que obtuvieron su ciencia de los franceses quienes a su vez la habían obtenido en el oriente a través de los contactos que los templarios habían hecho con la “inteligentsia” oriental. Un rompecabezas histórico que muchos han tratado, sin éxito, de descifrar.

Hace años buscando a Dios, mi obstinada y prolongada pasión, me encontré con ella, surgiendo inesperadamente de las dunas, silenciosa, lenta, imponente, con su esfera brillante pulida de algún material desconocido en lo alto de la torre calada y sus puertas de bronce y cristal se abrieron como invitándome a entrar, pero la burbuja de cristal me lo impedía. Me senté en actitud de meditación frente a ella y al cabo de dos días en los que no ingerí alimento alguno, en profundo estado de concentración, mientras la ciudad aparecía y desaparecía y una música de instrumentos no imaginados, sonaba a mi alrededor como serpiente que se enroscaba en mi mente, contemplé como en un instante determinado y efímero pero constante, una nube o turbiedad se formaba ante mí.

Concentré mi atención en el fenómeno y luego de descifrar la secuencia temporal de la misma me levanté decidido y en el instante preciso me lancé hacia ella atravesándola en medio de un sonido agudo y penetrante que taladraba mis oídos.

Del otro lado todo era diferente.

La ciudad no parecía ni romana ni griega, era una arquitectura absolutamente desconocida de materiales que no pude identificar, brillantes, pulidos. Los edificios no parecían poseer ventanas ni puertas eran como cuerpos Geométricos sólidos de volúmenes sí aristotélicos, pero con ciertas variantes que imposibilitaban su definición, su tonalidad cambiaba constantemente y a veces cierta transparencia se percibía en algunas superficies.

La ciudad griega y romana era un disfraz, un artificio para no llamar la atención supongo, y no provocar espanto o turbación que surgiría al contemplar una ciudad de desusadas formas como la que veía en ese instante. Nadie caminaba por sus calles, que por otro lado eran inexistentes, no existían pero las estructuras se apartaban o se desplazaban según avanzaba y me guiaban hacia un lugar que imagino era provocado por fuerzas desconocidas manejadas por los misteriosos habitantes de la ciudad. De pronto un número indefinido de ellas se movió de muy compleja forma creando un círculo de perfecto contorno en el centro del cual un cilindro de cristal, transparente, dejaba ver  en su interior una escalera que se retorcía hacia arriba alrededor de otro tubo como de dos metros de diámetro de algún material brillante como el acero, lo increíble es que la torre no tenía fin, se perdía en las nubes. Comprendí entonces que la escalera no era tal sino la estructura que soportaba los inmensos cilindros.

Una puerta se abrió en la lisa superficie como si se rasgara, ahora me explicaba como funcionaba el ingreso a cualquier estructura, y me invitaba a entrar, sabiéndome guiado por una fuerza poderosa y sabia, entré sin recelos y en el cilindro interno otra nueva puerta se creó para dar acceso una especie de ascensor en el que brillaban luces verdes, que figuraban, creo yo, números y letras en algún lenguaje desconocido. Una vez en el centro del ascensor o lo que fuese, la puerta se cerró como si una piel cicatrizara milagrosamente al instante y una fuerza que me comprimió contra la base, me transportó a las alturas.

No se cuanto duró el viaje, perdí la noción del tiempo y ahora en mis recuerdos no podría decir si fue un segundo o un día; en el ascenso percibí un panorama claro y extenso de la historia humana, en un momento dado creí estar fuera de este Universo observándolo desde su exterior, en realidad no sé si fue así, pero al final cuando la puerta se abrió, me encontré en una sala enorme de indefinidos contornos, del mismo material brillante y suave que las estructuras que había visto, pero estas eran traslúcidas y dejaban ver pasillos y personas o lo que fuesen, caminando o más bien deslizándose por ellos y algunos inmóviles trabajando frente a paneles tachonados de luces que se percibían difusas a través de la breve transparencia de las paredes o membranas que dividían la inmensa sala de esos compartimientos.

Caminé despacio impulsado por una fuerza interna que me obligaba a desplazarme, mientras músicas extrañas salidas al parecer de órganos inmensos inundaban el espacio, tuve en un instante la sensación de caminar baja una bóveda gótica cuyo espacio se volvía sublime por los acordes y voces que a lo lejos entonaban melodías surgidas de la Edad Media.

En el techo una esfera gaseosa de la que surgían incesantes destellos estaba suspendida inmóvil, pero de la misma irradiaba una energía tremenda que ponía los vellos de punta. Una energía de tal magnitud que me inmovilizó. Hice acopio de todas mis fuerzas pero ni siquiera los dedos de la mano podía mover. Una nube gaseosa me envolvió; círculos luminosos de diversos colores subían y bajaban por ella como si estuviesen escaneando mi cuerpo. Luego como había empezado, todo terminó de improviso; el piso giró bajo mis pies y quedé viendo hacia el lado del cual venía, empecé a caminar, intentando en varias ocasiones cambiar de dirección sin conseguirlo. Llegué al borde la inmensa sala, y como antes, se formó de la nada la abertura, me coloqué en el centro del cilindro y el proceso se inició  de forma inversa. Bajé, llegué al espacio circular, las estructuras se movieron para indicarme la salida y llegué de nuevo a la arena, a las dunas. El sol salía por el horizonte y una brisa helada me dio en el rostro volviéndome por completo a la realidad. Me volví lentamente y detrás de mi sólo contemplé el amplio desierto, el laberinto que Dios a creado para eliminar a los incrédulos.

En un instante de Iluminación comprendí que había estado más cerca de Dios que nunca. Quizás los ángeles existen,  sus mensajeros, sus heraldos que impiden que este mundo impuro y decadente sufra de nuevo los horrores de Sodoma y Gomorra. Quizás hay ahora más de los diez justos que los ángeles buscaron en las ciudades que perdió el pecado o quizás la ignorancia. No sé que mensaje recibí o si recibí alguno, pero desde entonces, mi perplejidad sobre la inmensidad del Universo y mi asombro ante los complicados caminos que llevan a Dios son menos acuciantes y una paz galáctica me acompaña en mis horas de meditación y cada vez que lo hago, vuelvo a estar en la Ciudad de los Inmortales.


FIN




La extraña pasión musical de Rosalba Caminos


La extraña pasión musical  de Rosalba Caminos.

Eleanor Rigby, es una buena canción, tan buena que se ha grabado miles de veces por miles de conjuntos y orquestas, coros, solistas de todos los instrumentos y en todos los tipos de música posibles de imaginar.

Sin embargo, muy pocos conocen la triste historia de amor que aquí en El Salvador provocó,  destruyó y algo más, esta famosa canción. Lo más curioso es que ninguno de los dos protagonistas,  jamás les importó la letra de la célebre melodía, fue un incidente provocado sólo por la música; las palabras jamás importaron; y es que en las complejas relaciones de la juventud, realmente, las palabras no importan cuando los actos van encaminados, dirigidos, concentrados hacia o en contra del amor.

Los Beatles estaban en su apogeo, eran los años sesenta y Rolando Maldía había recién cumplido sus veinte años, Rosalba Caminos estrenaba esplendorosamente sus dieciocho abriles, que en estos países se deberían de llamar octubres, el mes de la vacaciones, del verano, de los vientos que recuerdan piscuchas e infancias felices y paseos con soles brillantes y cielos azules, el mes de los ronrones, de la alegría de la vida.

Le pareció entonces, desde que la escuchó por primera vez, que en esa canción se expresaban todos los matices del amor y la belleza, que su melodía contenía el secreto de liberar a los pobres seres humanos de la desesperación y del tedio, en fin, que la canción encerraba la melodía perfecta que los músicos habían buscado durante siglos y siglos, desde la invención de la música.

Rosalba recién se estrenaba en el amor, ese amor fuerte y avasallador que sólo a esa edad se produce, aunque dicen algunos viejos que a los cuarenta también; toda su vida estaba orientada hacia ese sentimiento, hacia el amor de Rolando el dichoso receptor del amor puro, sincero y acaparador de Rosalba Caminos.

Los grillos, en su presencia, le sonaban a serenatas de la tierra, los vientos que levantaban sus amplias faldas, animalillos traviesos que jugaban con ella y Rolando, ¡Ah Rolando!, Rolando era su aire, su oxígeno, su agua para saciar la sed, su fuente de palabras de amor, su principio y su fin, su alfa y omega. Pero a Rolando no le gustó la cancioncita, ¡No le gustó Eleanor Rigby!.

La desesperación de Rosalba fue total, no se imaginaba cómo algo pudiera gustarle a ella y no gustarle a Rolando, si eran idénticos en todo como dos gotas de agua, pero todos sus esfuerzos fueron vanos, a Rolando no sólo no le gustó sino que le planteó la diabólica alternativa de él o Eleanor Rigby. Ese fue el Rubicón de su vida.

El desconsuelo y la angustia de Rosalba llegaron a su límite cuando, por primera vez en cuatro meses, Rolando no se presentó a su casa a las siete de la noche en punto como, religiosamente, lo había hecho cada día de los ciento veinte y dos días anteriores. Y así sucedió durante quince días, después de los cuales, Rosalba tomó la decisión de su vida y se decidió por Eleanor.

La madre le aconsejó que lo mejor y más sencillo que podía hacer era dejar de oir la tal canción, total, canciones van y canciones vienen, además era absurdo ligar un amor como el de ellos, a una insignificante melodía. Dicho esto también le retiró la palabra a su madre durante dos meses, no porque no quisiese hablarle, o no la quisiese,  sino como forma de desagravio a sus héroes.

Porque allí estaba el problema, Rosalba no pensaba que Eleanor Rigby fuese una canción cualquiera, esa canción significaba un hito en la historia de la música popular, sino seria, y todo el prestigio de su innata inteligencia y buen gusto quedaban en entredicho si cedía en su lealtad a una canción que ella consideraba desde ya, como una de las melodías eternas de la humanidad. Ante tal ex abrupto su mamá pensó que estaba loca y jamás volvió a insistir al respecto, después de los dos meses de desagravio, por supuesto.

Rolando, como todo un macho tropical, también se negó a transigir con sus gustos musicales y el noviazgo terminó en el más completo fracaso, aquella bella y tierna historia de amor quedó desgajada, destruida, demolida, por la fiera defensa que de sus preferencias y gustos musicales hicieron aquellos dos tristes y tragicómicos   enamorados.

Cuentan que con los años, Rosalba fue haciéndose conocida como la señorita Eleanor Rigby y su gran ambición fue poseer el mayor número de versiones de la canción de los Beatles eternos, como ella les llamaba, no se casó jamás y siempre juraba que jamás lo haría, pues ya sabía y conocía a ciencia cierta  su destino, no tenía tiempo para dedicarse a fruslerías como el matrimonio o convenios estúpidos semejantes, según afirmaba.

Una de los últimos chismes que oí a cerca de ella, es que al llegar a los diez mil discos con diferentes interpretaciones de la canción, fundaría un museo, con la herencia que recibió de sus padres y que ese día invitaría a los que estuvieran vivos del famoso conjunto, a la inauguración del museo  Eleanor Rigby. Ya les había escrito a los ex-intengrantes del famoso conjunto  y contaba, no sólo con su anuencia para asistir tan magno evento en el  día que ella dispusiese, sino que además le enviaron treintidós versiones que Rosalba no poseía, lo cual la hizo caer en un estado de éxtasis, que le duró exactamente: treintidós días.

Un único pretendiente que tuvo Rosalba en los últimos veinte años, antes de consagrarse definitivamente a Eleanor, fue un caballero de su época, que aunque admiraba la pieza mencionada, no pudo resistir, a pesar del dinero de Rosalba, para que se mida la locura de la damita, a escucharla desde el desayuno hasta la cena, acompañando en las comidas complicados platos que eran variaciones del nombre de la famosa heroína de la canción, ensalada a la Rigby, arroz a la Eleanor, con hongos y tocino etc... A las dos semanas la abandonó y está en tratamiento siquiátrico desde entonces, pues la melodía se le pegó en las entretelas de su cerebro y la escucha sin cesar en el interior de su cabeza.

Mientras tanto, la  fama de la monomanía de Rosalba se extendió a niveles internacionales,  tanto que el Libro de Records Guinnes, la menciona a partir de la edición de 1982, con un total de 4325 versiones de la canción, algunas hasta repetidas 15 o 20 veces, ¡ todo un verdadero récord !.

Para celebrar el 25 aniversario de la salida al mercado de la canción, ofreció una espectacular fiesta, en la cual, desde la primera hasta la última pieza, fueron variaciones rítmicas de Eleanor Rigby, allí Rock, por supuesto, pero también Jazz, Merengue, Salsa, algunos ritmos africanos y otros orientales que sonaban a chirridos de carretas o grillos, en los que se percibía entre el conjunto de sonidos, la inconfundible melodía de la pasión de Rosalba.

El 31 de diciembre de 1989, después de haber sacado de el sótano de la casa toda la colección de versiones de la famosa canción, la había ocultado a raíz de la ofensiva, decidió celebrar la ocasión y el hecho de que todas estaban en perfectas condiciones, con un espectáculo de fuegos artificiales, con tan mala suerte, que uno de de los cohetes, de forma inexplicable, provocó un incendio en su casa. Ella, desesperada, corrió una y otra vez al interior para salvar la tarea y amor de toda su vida pereciendo en uno de los últimos intentos por rescatar algo de la famosa colección.

Según su testamento, si moría antes de fundar el museo de sus sueños, debía ser enterrada con todos sus discos, casettes y videos de su canción, y así fue. Se le dijo misa de cuerpo presente, la música que se interpretó en la iglesia fue una versión barroca de Eleanor Rugby, no sé de dónde sacaron un padre Mckenzie. Dicen que uno de los ex-Beatles estuvo de incógnito en el sepelio, quien dejó caer, sobre el féretro de la difunta, una rosa blanca en señal de su virginidad, producto de su  trágica y extraña afición.

FIN.

San Salvador, 16 de septiembre de 1991.


jueves, 23 de diciembre de 2010

El libro de la ciencia del bien y del mal


El Libro de la ciencia del bien y el mal.

Dios es Verbo no sustantivo.
Ricardo Arjona.

Dimitri Salvatore era o es, no sé de su paradero aunque percibo sus huellas, una personalidad fulgurante, pero sin estridencias; vivió en los Planes cerca de la iglesia, en una casa que supongo yo, había sido construida en los años cuarenta, hermosa, de techos complicados, de patios pequeños pero pintorescos por su jardinería y fuentes  más  un segundo piso coqueto e impreciso. No era fácil guiarse en él, en realidad era un poco laberíntico y quizás algo oscuro, aunque sus molduras brillantes en las aristas entre la pared y el cielo falso y sus paredes de madera le daban un calor acogedor, un tanto intimidante pero acogedor al fin; el pasillo que llevaba a los dormitorios y a la gran biblioteca terminaba en un hermoso tragaluz de vidrios coloreados que algunas veces me recordaba alguna catedral gótica y otras algún bar en Santa Ana que se perdió en los meandros de mi memoria antigua.  

Gran conocedor de libros, había leído todos los que yo he devorado hasta estos días y unos millares más; era un experto en religiones y sectas secretas, a las que, por lo menos a un par  decía pertenecer, me consta de una. En realidad no sé a ciencia cierta de dónde había llegado; había aparecido en mi vida de forma no accidental, no creo en las casualidades, pero sí de manera imprevista. Tenía un acento singular de incierta procedencia, aunque a juzgar por el nombre, que creo era inventado -jamás vi alguna identificación suya- era o de ascendencia italiana o era italiano con algo de eslavo; llevaba la mística en su alma y un sentimiento de predestinación que dominaba sus acciones. Hablaba con soltura una media docena lenguas vivas además del latín, griego clásico y moderno y conocía bien, las leía al menos, otras cinco. Para él fue una pena enorme cuando la iglesia cambió sus misas en latín por los idiomas vernáculos. Era la parte, hermosa, esotérica, sublime de ellas, el lenguaje de los clásicos, creo que el lenguaje del Creador, me dijo en alguna ocasión; jamás volvió a visitar una iglesia católica. En sus viajes, muy frecuentes, siempre iba a las iglesias ortodoxas griegas a escuchar los sonidos y coros celestiales me decía con expresión apasionada.

De él aprendí muchísimo y fue mi maestro en el inicio de mi búsqueda de Dios y de las verdades del Universo. Cuando cumplí mis primeros veinte años, así debes de contar los años de la vida, me dijo muy serio, me regaló uno de los libros fundamentales del conocimiento:  El libro de la ciencia del bien y el mal.

Debo comenzar con el hecho absoluta e irremediablemente exacto, que en mis dilatados viajes por el mundo buscando las huellas de Dios sobre este valle de lágrimas, jamás, en ninguna biblioteca, librería o museo he encontrado otro ejemplar, lo cual me hace sospechar que es único o casi y sólo lo poseemos ciertos privilegiados.

Como todo libro no secreto, pero personal, es creado, escrito, dictado y compuesto a la medida del dueño, esto es difícil de explicar pero es así; posee características singulares y variables. Es un libro total, encierra todas las verdades del Universo y ninguna en particular, no es específico, es relativo, críptico, es como  la definición de Dios de Nicolás de Cusa: “Dios es un Círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. Nada claro o definitivo se percibe en estas frases ambiguas, pero se intuye tras ellas una gran verdad. Lo mismo sucede con el libro, cualquiera, creo yo, puede leerlo y no encontrar nada en él, sólo la mente del dueño lo hace vibrar como un mantram particular, ciertas frases específicas se resaltan y entonces la Iluminación se produce y se accede a planos de conciencia y comprensión que transmutan las palabras, sus combinaciones y significados.

Dimitri fue mi guía. Sin esa dirección personal, iluminadora, puede caerse en la locura y quedarse en el camino del vacío en donde acecha la locura y la abominación. El que tenga oídos para oír que oiga. El tono con que se lee, la hora, la cantidad de luz, mi oficina siempre está casi en la oscuridad, por obvias razones, la música que acompaña ciertas páginas todo está programado. Buscar a Dios no es fácil, encontrarlo aún menos. Una vorágine de circunstancias místicas y atmósféricas deben confluir para ello.

El libro ofrece una ruta, una ruta que ilustra el descalabro del mundo actual, porque es una ruta que discurre por los caminos de la belleza, ahora casi ausente. La ruta del Clemente, del Misericordioso, está tachonada de hermosuras, pasa por Giotto, por Botticelli, por Leonardo, por Chartres y Reims, pasa por la Alambra y por León, por el Taj Majal y  por la belleza apabullante del desierto, por el salvaje colorido de las selvas amazónicas y la blancura deslumbrante de la nieves perpetuas de los polos y los picos de las altas montañas de la tierra, roza los aleros de los templos budistas y agita las cortinas de la Meca.

Dios está siempre, siempre, cerca de la belleza, de los objetos y de las acciones, de la belleza de las circunstancias que existe aún en la hora de la muerte y del dolor, porque lo sublime, que es la belleza en su elevación extraordinaria, la grandeza, en su más pura e inexplicable expresión, se da en los cuatro puntos cardinales de la razón y las acciones humanas.

El libro de la ciencia del bien y el mal, vibra en consonancia con ciertas músicas, como la sacra bizantina, algunas obras de Mozart, Mahler y Brahms, pero también con algunas melodías andinas y rusas, con ciertas Czardas y melodías griegas, algunos fragmentos de óperas y sonidos de la naturaleza, todas esas obras, ligadas íntimamente al núcleo de lo puramente humano, de lo más profundamente humano, como algunas exploraciones musicales de Wagner ese brujo de inquietantes melodías de  titánica fuerza.

El conocimiento del libro es intransmisible; como he dicho, es personal, sólo puede y debe servir a una persona. No concibe en su esencia el proselitismo, que es fuente de perversión, Dios ilumina a quien quiere y le niega la luz a quien desea. Pero el que busca halla.

El mundo, como muchos profetas lo han expresado, es un universo de torneos, Arjuna del Gita, sintetiza toda una filosofía, el bien y el mal en su indescifrable relatividad; cada quien escoge las armas, el campo de batalla es este mundo y el resultado es la soledad, el dolor, el sufrimiento o la luz. Porque la luz lo es todo. La luz te guía, te hace ver, expande el Universo hasta sus confines y en ellos se puede vislumbrar la eternidad que es a lo que todos, de alguna manera y de diferentes formas y significados, aspiramos. Los accidentes diminutos de la vida nos conducen a puerto inesperados, un si o un no en su mísera brevedad, pueden llevarnos a la felicidad o al infierno de la desesperación. El efecto mariposa es más poderoso de lo imaginado, puede extenderse hasta el límite del Universo, hasta el límite de nuestra mente.

El valor de las sombras y los contrastes en la vida tiene una significación más profunda de lo que se piensa, el libro enseña a interpretar esas variaciones tonales de la vida para poder predecir sus bifurcaciones y su meta final; es la manera sutil de planificar el futuro, de uno y de varios, de una comunidad y del planeta, pero no todos poseemos ni los conocimientos  ni las habilidades necesarias para ello. Algunos miembros de la Hermandad, viven siglos, y su experiencia acumulada, no de años sino de minutos y aún de segundos, es precisa y exacta como un tomógrafo.

La existencia dice el libro, no es una sucesión de momentos estelares, sino una legión de circunstancias diminutas que poco a poco van conformando el río de la vida, aquel que Manrique cantaba en sus versos o el que Smetana celebra en su música desgarradora. Los ríos de la vida hechos de miles y millones de gotas, de circunstancias infinitesimales que crean monstruos y corrientes, cataratas  e inundaciones en el alma, pero también riegan y vivifican los prados en donde florece la virtud y la solidaridad, las más excelsas de las cualidades humanas.

El libro es una fuente inagotable de sabiduría y enigmas que resuelve, no la reflexión, sino la edad; esa domadora de soberbias e ignorancias, que descorre en su lento discurrir los velos de la oscuridad y nos concede la gracia, que no es otra cosa, de ver líneas rectas en donde sólo veíamos laberintos y desorden. El libro es la llave que nos permite conducir sin fatalidades aunque no sin peligros, por el riesgoso camino de la vida. Algo de él se encuentra en los libros sagrados de todas las religiones, algo en los poemas de los místicos y en las oraciones de los iluminados, pero también algo de él percibimos en el perfume de las flores, en la sonrisa de un hijo, en las desmañadas actitudes de la ancianidad y el rosado murmuro de la aurora; en la compañía de los que nos aman, en las palabras de los escritores que vislumbran en sus horas de inspiración las grandes verdades del Universo.

En fin, el libro del bien y el mal es aquel que Adán y Eva leyeron juntos, pero por estar solos, sin guía, no supieron interpretar; no supieron manejar las culpas del error y se expulsaron de la inocencia y se volvieron mortales, desperdiciando o quizás despreciando la eternidad con que el Creador les había dotado. Con ese acto de ignorancia o de imprevisión divina, caímos en el espacio del tiempo que termina; nos volvimos mortales, pero sobre todo, olvidamos nuestro origen, que el libro, gracias a profetas e iluminados, descubre en su resplandeciente verdad. Descubre nuestra procedencia, la causa de nuestro estupor ante la inmensidad y complejidad divinas y nos ofrece una guía, nada fácil, para recuperar los dones perdidos. Es el libro de la belleza, de la singular belleza de la palabra y del espíritu, de la mente y de las heroicas acciones humanas.

Yo, ciudadano de Dios, tengo la dicha, el privilegio de poseer un ejemplar, no merecido, no ganado, simplemente recibido como un don de Aquel que vela por todos en este vasto Universo que alberga miles y millones de civilizaciones, de seres que piensan en encontrar el camino; de otros que ya lo encontraron y de algunos que se disolvieron, enloquecidos de amor, en la esencia divina de la que todos, todos, algún día ignorado, partimos hacia este exilio galáctico, casi infinito - sólo Dios lo es-   y del que un día volveremos, como hijos pródigos, a gozar de la Sabiduría Infinita y de la Eternidad, en la que el tiempo no transcurre ni queda tiempo para afligirse, alegrarse o enfurecerse, en la que simplemente y realmente seremos con Él y en Él, por los siglos de los siglos.

FIN

lunes, 20 de diciembre de 2010

Ítaca

Ítaca.

Homenaje a Konstantinos Kavafis.
(1863-1933)

Ítaca es, o debería ser, el destino de todos, el lugar utópico hacia donde viajamos en la larga o corta singladura de nuestra vida, el destino que no es destino porque no está en el final sino más allá de él; entonces no realizamos que llegamos, simplemente morimos; no es destino en realidad, es disolución, cambio de Universo, de estado, pero amigos, a veces he llegado a pensar, de hecho así pienso ahora, que Ítaca, debe quedar en este mundo.

¿Qué es Ítaca?, ¿la pequeña isla donde vivía Ulises?, ¿o es la isla donde vivía Penélope, aquella que siempre nos espera, la mujer que teje y desteje, esperándonos, huyendo de todo y de todos, esperando que un día nuestras velas se arríen frente a su puerto? ¿o quizás el hogar donde arribamos cada día después de navegar por el mar incomprensible y proceloso de la vida?, y entonces seríamos nosotros los que cada día llegamos y nos alejamos en nuestra particular Odisea, de Ítaca, la deseada, la anhelada; tejemos la vida afuera y la destejemos en la intimidad, la desarmamos como se desarma la vida en nuestros sueños, en los campos nebulosos del Universo desestructurado donde suceden las más insólitas aventuras de nuestra vida, fuera de la lógica y del ordenado devenir del tiempo, que segundo a segundo nos adentra en lo desconocido.

Cuando era niño, veía el futuro como una meta inalcanzable, pensaba que iba a morir antes de lograrlo, porque el futuro no es lo que queda en el límite del tiempo, sino en el límite de nuestra vida, que son dos cosas diferentes, y entonces pensaba que mi futuro estaba poblado de cosas asombrosas, buenas y malas, pero admirables. Que mi Ítaca, -entonces no sabía qué era, ni conocía su significado-, era un destino maravilloso en el que me disolvía o me deslizaba en medio de gozos y alegrías hacia una eternidad que no concebía de forma apropiada en mi mente, sabía que Dios es eterno, pero que yo fuera a vivir con Él para siempre, me pareció, a mis cortos años, a todas luces descabellado, ilógico e insanamente pretencioso.

Cuando cumplí quince o catorce años, tengo una memoria del tiempo totalmente nebulosa, encontré mi primera compañía en el viaje, fue flor de un día, aunque haya durado años y luego, a los veinte o veinticinco, o en ese lapso, me encontré providencialmente con Kavafis, y entonces comprendí y supe que debía de empezar de nuevo. Así de simple, así de iluminado. Quemé mis naves, sólo sobrevivieron mis libros, mis pinturas, la música y mi fe indestructible en Dios. Fue suficiente para emprender, solo, mi viaje. Me embarqué armado de mis amores  desde entonces viajo a…

Ítaca

“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.”


Sí, empecé a pensar que la vida es larga, deseaba que fuera larga, estaba en los veinte y un océano de ideas bullía en mi mente, quería ser todo lo que se puede ser, arquitecto, poeta, pianista e incluso llegué a pensar que podía ser médico, mi padre me acompañó en la idea y yo me zambullí en los misterios de la vida, pero la cercanía de la muerte, el dolor, la enfermedad no era mi mundo, yo ya amaba la belleza, la música, el arte, la creación artística y huí, esa es la expresión correcta, del mundo de la muerte y del dolor, de alguna forma era ya un esteta.

Sabía que me iba a encontrar con el sufrimiento en la vida, pero no quería estar siempre a su lado. Pero el conocimiento de lo cercano de la muerte, de lo obstinado del dolor en nuestras vidas, empezó a moldear en mi espíritu un carácter estoico, ni el dolor ni la muerte me fueron extraños nunca, no los llegué a amar, pero los admití con humildad y con cierto grado de aceptación, como parte integral de mi destino, esas experiencias del cuerpo y del alma que siempre giran a nuestro alrededor, fueron creando poco a poco, mi Universo particular, desligado ya, tardíamente de la infancia, y entré en la madurez con cierto sentido de la prevención. Descubriendo con los ojos verdaderamente abiertos, el Nuevo Mundo, el mundo de la vida en plenitud, libre de las amarras de la superstición, libre de los prejuicios sociales, pero sobre todo, libre del miedo, siempre honrado, violento a veces, pero firme en mis creencias y en mis convicciones

“No has de temer  ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Poseidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
Si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
Emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.” 

Encontré en el arte, una especie de suavizador de mi vida, un mágico encantamiento personal, que me liberó de los monstruos de la desesperación; en el pensamiento exquisito de los grandes maestros afiné el mío;  en la belleza de sus obras visualicé paraísos perdidos, vislumbré lo grande que podría ser mi alma y la facilidad con que podría descubrir la luminosa presencia de Dios; los fenómenos de la vida sensibilizaron mi conciencia,  empecé por primera vez, a amar al prójimo. Ingresé confiado a las altas cimas de la sublimidad, llegué a la comprensión que la belleza puede salvar el mundo, la belleza de los pensamientos, de las acciones que sólo se obtiene en la perfección del ajuste de nuestro actos a la armonía del Universo.

Comprendí ya entonces que unificar nuestro espíritu con la música de las esferas, es la mejor manera de comprender nuestro planeta, amarlo y protegerlo, comprobé que el pensamiento es una fuerza grandiosa que nos hace elevarnos por sobre los demás, siempre cuando nuestras miras estén orientadas a lo más alto de la civilidad. Amé e intenté amar, no siempre lo logré, pero cuando amé lo hice con la intensidad que sólo los hombres de verdad, los hombres de Dios, sabemos hacerlo. Ítaca me ha renovado y la vida siempre empieza para mi cada día, porque todos los días inicio mi viaje por ella.

“Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Poseidón no podrán encontrarte
si tu no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.”

Expulsé de mi alma el odio, la tristeza, arrojé por la borda de mi barca la desesperación,  me acerqué a la alegría de la vida, eché mis redes en el mar de la vida para atrapar el amor y traté de ser valiente. No permití que entrara en mi corazón la maldad, la traición, aunque he sido traicionado varias veces en mi vida, me deshice de los vicios, al lado de la belleza no los necesitaba, evité así, conjurar ante mi el sufrimiento y me deslicé durante años bajo un dosel de luz y de conocimiento, devoré los escritos de mis favoritos y aun de los que nunca llegué a amar, de todos obtuve conocimiento y de todos, sí, de todos, sabiduría, esa esencia destilada de la vida que conseguimos gota a gota, con el paso de los años, una sabiduría siempre incompleta, siempre en constante crecimiento  que paradójicamente nos confiere seguridad pero también un poco de amargura, sólo un poco. 

Traté de ser bueno, pero no fui constante, me levanté de mil maneras diferentes, y caí de nuevo, pero por un exquisito milagro de Dios la bondad nunca me abandonó, siempre he sido, he tratado de ser bueno, sin embargo, a veces no me han dejado serlo, parece mentira, moros y cristianos me lo han impedido, pero nunca olvidé que viajaba a Ítaca, y ese pensamiento me salvo del mal. He sido malvado también sin quererlo, sin desearlo, malvado por omisión no por acción, creo que una maldad suave, si es que semejante cosa existe, creo que Dios me ha perdonado. He sido estúpido en ocasiones, muy estúpido, creo que es la condición humana que nos arrastra desde el principio de los siglos, con lazos atávicos que están amarrados en nuestro salvaje, oscuro pasado.

“ Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas,
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
Y comprar unas bellas mercancías:
Madreperlas, coral, ébano y ámbar, y perfumes placenteros de mil clases”

Cuanto más me he ido adentrando en la belleza, en el conocimiento del arte, de la literatura y de la música, mis días de verano se han multiplicado, mis inviernos han sido benignos y mi alma siempre ha buscado con pasión, las primaveras y sus flores, sus amores y sus encantos. En el arte, la pintura, la música, la literatura, descubrí la parte más sensible de mi alma, en ellos me realizo, comparto con todos los genios de la historia, sus anhelos, sus alegrías, sus pasiones, comprendo el alma humana a través de la mirada acuciosa de los artistas y comprendo además que cada cabeza es un mundo, todos miramos la vida, el Universo, no como es, sino como somos. Es una forma de conocer a los demás de conocer el alma humana y sus misterios.

El arte me ha llevado a puertos importantes que ignoraba, he sufrido con los personajes desesperados de la literatura y he gozado los poemas de los grandes amantes; he amado con ellos, me he comprendido a mi mismo y he gozado alegremente, las infinitas circunstancias de mi existencia, he buceado en los paisajes infinitos de la pintura y he aspirado con fruición la belleza en los lienzos de mis amados artistas. No he comprado madreperlas, pero sí pedazos de fantasía, he aspirado el perfume de amores del color del coral, luminosos como el  ámbar y he compartido mi alegría con los que he amado profundamente, una alegría que comparto con pasión, sin dobleces, sin egoísmo, quizás en algunas ocasiones con ingenuidad, pero con una pasión siempre auténtica. Los perfumes de la vida los he aspirado en la piel y el cabello de mis amores, sumergido en las honduras del encanto mágico del amor puro.

“ Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca.
Más no hagas con prisas tu camino;
Mejor será que dure muchos años,
Y que llegues ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.”

Viajé y sigo viajando, viajar es ensanchar el horizonte de nuestras vidas, de nuestro intelecto, conocer la variedad humana, sus múltiples costumbres, sus hábitos, la multiplicidad del pensamiento de mujeres y hombres, he viajado físicamente, también a través de escritos, he conocido historias que dejaron huella en la historia y en mi historia, me he sumergido en escenas gloriosas y en los mundos aterradores de la pintura y de las tragedias desde los griegos eternos, he escuchado músicas maravillosas que me han transportado a otros niveles de alegría y felicidad inalcanzables sin su ayuda. Lo he hecho sin prisas, como si dispusiera de toda la eternidad.

Ahora que soy viejo me doy cuenta que estaba equivocado, el fin es ineludible - hace poco estuve en la frontera de la vida-, cercano, no importa cuantos años sean, pero Ítaca me ha concedido un hermoso viaje, lleno de experiencias, de amores, de felicidad y alegrías, me ha hecho rico de espíritu, pleno de esperanzas y confiado siempre en que el camino será tan maravilloso o más que hasta ahora, me ha dado la ilusión de eterno y eso sólo Ítaca lo da, he confirmado mi fe en Dios,  Él ha sido extremadamente bondadoso conmigo, me ha dado más de lo que merezco.

“ No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ella, jamás hubieras partido;
Mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo a tan viejo, con tanta experiencia,
Sin duda sabrás ya, qué significan las Ítacas.

Ahora en esta provecta edad, miro hacia atrás y veo el camino recorrido, y veo que no compré nada, en realidad obtuve perlas, la vida me dio  oro, diamantes y zafiros, Dios me dio todo eso y más; creí que mi padre había vivido como príncipe, en realidad él vivió como emperador, yo, he vivido como príncipe; Dios me ha dado dos vidas, en las dos el viaje ha sido intenso, pleno, lleno de peripecias y experiencias, me llevó con paso seguro por los anchos caminos del mundo; jamás quise ser millonario, creo que ni siquiera rico, pero Dios y mis padres me dieron para vivir dignamente y hasta con ciertos lujos, he tenido apegos que me han atado peligrosamente a la desesperación pero he luchado hasta el límite con ellos, algunos los he vencido otros siguen en mi mente, demonios silenciosos que vagan buscando resquicios en mi voluntad y en mi fe, jamás los encontrarán. 

Ítaca no me engañó, sin ella en la mente, cuando tenía veintitantos años, jamás hubiera partido, jamás me hubiera acompañado el amor, mis amores, mis amigos, buenos amigos, buenas amigas, la amistad como lo he dicho en otras ocasiones ha sido la salsa espesa de mi vida, el amor la cereza que ha coronado el pastel. A veces Ítaca no ha sido un final, ha sido un acompañamiento y esas ocasiones han sido y son excitantes, enriquecedoras, y me han confortado en el largo camino de mi vida. Estoy agradecido, humildemente agradecido por todo, quiero ser cada día mas bueno y mejor, ayudar a los que me necesitan, Dios me ha dado un tiempo extra y sé por qué lo ha hecho. Hoy sí sé que significa Ítaca. No sé si exista un cielo después de esta vida, pero si es así, diré como dijo alguien, cuando llegue, que ya he estado en él.

FIN.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Enseñar a amar

Regreso al paraíso Perdido

No es vana la palabra que un bien crea.
Electra.
Sófocles.

Me miró  directamente a los ojos, se contuvo un instante infinitesimal, diría quizás que el tiempo cesó de transcurrir también asombrado, como presintiendo el próximo futuro y exclamó: deseo que me enseñes a amar. Un brillo extraño se desprendió de sus ojos, como si una lágrima amenazara mostrarse en sus temblorosas pestañas.

El amor es un prisma de infinitas aristas - ignoro el nombre de dicha  geometría - o una esfera que no contiene ninguna; ambas aproximaciones son válidas, sé que no se puede definir, aunque puede formularse una teoría al respecto. Los amores contenidos, conformados o aprisionados en la primera forma  son escabrosos, violentos, apasionados, demenciales quizás, pero alcanzan las puertas de la sublimidad y son producto de la madurez; los segundos... los segundos  no tienen historia nacen y mueren en la infancia.

La atractiva gracia de la juventud sobre el hombre otoñal. El atractivo encanto de la inocencia. Inocencia que nos recuerda nuestro pasado y nos atrae hacia él como la flor al brillante colibrí; la extraña atracción entre el contraste de la experiencia que planea olímpicamente sobre buen trecho de la vida oteando desde las alturas a los principiantes, con el desesperado intento por volver al principio, a las aguas primigenias, angustiosas, pero deleitables de la primera pasión.

La hipnosis del despertar a la vida del amor olvidada, es no sólo adormecedora, sino también acariciante, bañada de una suave e indiferenciada locura; llena de racionalizaciones y discursos de vacía falacia justificadora; no justifican el cuerpo, ni la edad, sólo el alma, el puer eterno que mora en el fondo de nuestros corazones siempre, ¡ay!,  siempre jóvenes.

Es hermoso realmente descubrir un día con asombro que no se puede vivir sin alguien, es acariciante descubrir que el mundo es el mismo de hace veinte años - o los que sean - y que la vida sonríe, como siempre, ante nuestros actos infantiles. Es hermoso descubrir en la vida nuevas resonancias, diferentes músicas, poesías, descubrir que el arco iris tiene más de siete colores; que entre el blanco y el negro existen una infinita variedad de grises. El amor amplifica la vida, es el gran acelerador del Universo. ¡Qué tragedia la del mundo actual querer aprisionarlo entre el sexo y la psicología!

Yo, ante esa espectacular salida de su pura inocencia, la vi como si fuera la primera vez que la veía. No había notado jamás - a pesar de conocerla- el brillo de sus ojos casi negros, la nítida línea de sus labios, ni su expresión de angustia acariciante, como si esperase - era lógico - , en mi rostro, una expresión equivalente de asombro. Pero yo no moví un sólo músculo, ni varié mi expresión. No era control, era el hecho de encontrarme ante algo absolutamente desconocido y ante lo cual ignoraba como reaccionar, sabia naturaleza que nos vuelve ignorantes ante los acosos de la pureza.

Ambos, estáticos y en silencio, nos contemplábamos con una mezcla de asombro e incredulidad, todo parecía una escena creada en la irrealidad de nuestras conciencias. Pero por algún artificio de la mente, sabía por instantes que todo era cierto. Escandalosamente cierto. Y quizás los dos pensábamos en ese preciso instante ¿Por dónde empezamos? pero no era necesario...todo había comenzado.

¿Por qué yo?, fue lo único que se me ocurrió decir, creo que lo había leído en algún lugar y con relación a otra circunstancia, pero las jugadas del inconsciente son así, geniales o ridículas; ésta tenía una sabia mezcla de ambas cosas. Ahora, recordando el terror o la exaltación del momento después de la realización del hecho en mi conciencia, me pregunto si tuve razón en mantener o continuar la escena y todo lo que vino después... aún no lo sé.

El amor es algo que no se puede enseñar, pero sí aprender, ¿quién lo enseña? esa es una de la tragedias de la vida. A veces el destino es malo y perverso maestro en cosas de amor y nosotros tan ignorantes. A veces, en ciertos instantes de nuestra vida, andamos al acecho de cualquier circunstancia que nos conduzca a una vida diferente, de complejas e inesperadas emociones, andamos en busca de un precipicio en donde lanzarnos al vacío, la aventura es una residente permanente en los hombres de verdad o en los poco evolucionados, no sé. Simple inseguridad, o quizás demasiada seguridad. Ambas posibilidades son lógicas, pero no siempre las decisiones que tomamos al respecto. Yo, en ese momento, estaba sentado en el borde de la roca más alta de la Puerta del Diablo, no pensaba lanzarme. Pero ella llegó.

Quizás en mi conciencia geométrica de artista, supe que a mi vida le faltaba una dimensión especial que sólo es percibida en la parte luminosa de la conciencia, una dimensión no dimensionable, inasible, que no puede ser referenciada por ninguna ecuación. El amor es un misterio que sólo termina en Dios, por eso a veces se convierte en idolatría, en simple y llana idolatría, nada hay de malo en ello, es la sublimación total que nos permite rastrear en este mundo trazas de eternidad y de santidad. Quizás por eso John Keats exclamó en alguna ocasión:


“ Sólo estoy seguro de la santidad
de los afectos del corazón
y de la verdad de la Imaginación “

porque el amor es la más poderosa fuerza imaginativa del Universo, la fuerza que transforma la desesperanza en esperanza, el miedo en valor y cualquier mundana tristeza en alegría. Es la espiritual visión que nos muestra el lado luminoso de la existencia

Quise enseñarle a amar, pero como he dicho, no se puede: simplemente la amé, como se ama la vida, con pasión indestructible, que sólo se rompe con la muerte. El ejemplo hace buenos a los niños y lleva  los discípulos por el sendero de su búsqueda. Pero sólo la pude amar con el espíritu. Esa dicotomía auto impuesta era buena para mi alma, pero mala para la de ella. La juventud ama con furia, con furia sana, transparente, y casi con risa.

La juventud se esfuerza en dominar el mundo en un instante, trata de agotar el universo de las emociones en una noche y nosotros que hemos visto florecer los cafetos muchas temporadas, tratamos de prolongar el dulce goce de las gratas experiencias, nos gusta conservar la virginal belleza del amor intacta. ¡Soy un incorregible romántico! Un anacrónico personaje que perdió su mundo en el laberinto de la vida.

Me sumergí silencioso entre sus brazos, aspirando de su cuerpo juvenil las perdidas esencias de mi adolescencia, recorrí su cuerpo con mis manos temblorosas, quise descifrar el enigma del aura del amor y descubrí emocionado y turbado como crío, el verdadero sentido de la palabra adorable. Meditamos juntos y, en arrebatos de un misticismo casi musulmán, contemplamos las moradas del amor, llenas de alfombras bordadas con las más preciosas sedas, cubiertas de brillantes cojines en donde apoyan sus cabezas de ensueño las huríes del Paraíso del Sagrado Profeta.

Conocí con ella las verdaderas dimensiones de nuestro planeta; descifré el enigma de las rosas, de los rojos claveles y las violetas azules. Descubrí el embriagante aroma del invierno, la fresca caricia de la lluvia. Encontré en el final del horizonte marítimo las constelaciones que señalan el camino al Paraíso. Y bebí de sus labios las palabras que cercan la desesperación, para no dejarla salir jamás.

Pero jamás la llegué a amar físicamente. Hicimos el amor, sí, pero nunca tuvimos sexo. No pude enseñarle el final del Destino, que puede ser la entrada definitiva al Paraíso o la caída sin fin al infierno de la desesperación. A ésta la encontré yo solo. La perdí conscientemente, sabiendo que el amor verdadero, no sólo se consigue en la obstinada persistencia de nuestras acciones, sino también en la de nuestros más prístinos  recuerdos. Su imagen no la comparto con nadie es, simplemente, mía. Esto es algo que quizás ella misma ignora.

La dejé como llegó a mí, pura como la fuente donde se contempló Narciso. Algunas veces he pensado que quizás la ofendí con mi rechazo a la consumación de un afecto casi perfecto. Pero creo que logré un lugar en su corazón, al principio quizás no lo supo… tal vez no lo sepa. Quizás eso sea enseñar  a amar: Ella encontró el camino, al menos eso pienso. A veces no es necesario llevar al peregrino hasta el Templo, basta con mostrarle la senda que conduce al Santuario;  talvez con ello haya encontrado para ambos un lugar en el Paraíso Perdido, quizás con ello haya ganado mi retorno...  y el de ella.

FIN

Luis Salazar Retana

El sentido de la vida

El sentido de la vida.
Anoche estaba pensando que sería mi vida sin ti y no supe que pensar, no quise siquiera pensar en esa posibilidad, una mortal angustia, una helada brisa, cruzó el valle de mis claros pensamientos y tuve la dolida visión de los años contigo. De  los buenos largos años contigo y los dolorosos desesperantes años a tu lado
En el largo camino de nuestro amor encontré en tu presencia, de todo, encontré seguridad, paz, orden. Tu sola aparición ordena mi Universo, tu compañía ilumina mis horas oscuras que han sido muchas; nunca me he sentido lejos de ti, cuando estás físicamente lejos, más cerca te siento en mi corazón, cuanto más cerca estoy de tu figura añorada, me  alejo de mi mismo y dejó de ser yo, para unirme a ti.
Nunca antes supe que así sería el verdadero el real amor.
He caminado innumerables caminos contigo, recuerdo la primera vez, subimos a las montañas y contemplamos entre la bruma de la niebla, el largo paisaje de lo que podía ser nuestra vida, aspiramos sin sentirlo o sin saberlo, el soplo frío de la eternidad, el aire limpio de tu amor sin tacha, fíjate que no digo del mío, eso fue más tarde, vislumbramos a lo lejos en el blanco bordado de la playa que a la distancia divisamos, la compleja estructura de nuestra vida futura, pero no supimos descifrarla, yo, al menos, no supe hacerlo. No sabía entonces que nuestro amor futuro sería un camino sin fin, sin final, pero no de nuestro amor, sino de nuestro camino, tú sabes de lo que hablo. Supimos quizás demasiado tarde, al menos yo, que nunca llegaríamos a Itaca, hoy en la terraza de nuestras experiencias que contemplan horizontes diferentes, tú al Sur, yo al Norte, he llegado a la conclusión que quizás nuestro destino sea caminar juntos, nada más, amándonos en la mesurada pasión que el destino nos permite . Quizás eso sea lo que deseo o lo que el viaje nos puede ofrecer, no llegar nunca a ningún final contigo, quizás así sea, así debe ser, para que el amor sea eterno, acuérdate que un amor para siempre dura sólo un instante, aunque el instante haya durado años, si no, lo hubiera deslustrado el tedio de los días sin fin, del hastío doméstico, fruto de la presencia continua, obstinada y del conocimiento de formas e intimidades, de rituales y costumbres, que nunca deben ser conocidas; la vida compartida lima lentamente el amor hasta que lo convierte en un navaja de obsidiana filosa que te entra todos los días en las entrañas desgarrando el amor, desgarrando el pasado, la fe y creando una aversión y desconfianza que lleva a la bancarrota sentimental, producto del sangriento, silencioso, perpetuo sacrificio de la monotonía. Esa obsidiana que al principio era una piedra suave, lustrosa que te acariciaba sin cesar y te hacía sonreír sin saber por qué.

¿Sabes?, se me ocurre que quedamos viudos en vida. Cuántas veces he oído decir, si mi marido o mi mujer, volviera, ahora le diría tantas cosas que no le dije. Pues fíjate que te las he dicho después de mi muerte, me las has dicho después de mi muerte, porque tú, sólo me acompañaste en ella, pero los dos renacimos y en ese renacer, encontramos algunas de las joyas que dejamos caer descuidadamente por el camino primero de nuestra doble existencia, doble quizás no, es una sola, pero de dos caras, ni malas ni buenas, simplemente dos vidas que enriquecen mi corazón apasionado y creo que el tuyo.
Quizás por eso sólo viajamos, uno al lado del otro, sin ir más allá de la orilla del mar de la vida, sin adentrarnos en aguas profundas, sin sumergirnos donde el furioso Neptuno, azuza con su tridente divino los monstruos que devoran los que se sumergen en su reino. Caminamos por la playa de la vida tomados de la mano solamente, ¡qué lenguaje el de las manos querida!, conversando con la mirada, amándonos con el espíritu, disfrutando la compañía que acaricia sin siquiera rozarse.
Quizás por ello, el solo caminar a tu lado, gozar de tu presencia,  hace que el viaje, nuestro viaje ¿será así el tuyo?, sea divertido, fascinante, aunque a veces el dolor atraviese como una fría ráfaga lo que pudo ser y no pudo, la angustia, nostalgia o no sé qué dolor indefinible, que  reclama desde un abismo oscuro, por qué no tuve, o no tuvimos el valor de lanzarnos al vacío y renacer en la caída o morir en el intento. Quizás nos faltó el valor, a los dos.
Pero los años, las circunstancias, tu felicidad y la mía, no siempre compartida por cierto, aunque no estoy seguro de ello, sólo de tus ocasionales olvidos, nos han demostrado que no todos los fracasos llevan a la desesperación, ni todos los amores –los enamoramientos en realidad- a la felicidad y que los afectos profundos del alma, no se manejan a nivel del mundo real, sino de los mundos imaginarios, hipotéticos, que constituyen, en alguna medida, el lugar en donde las más íntimas esencias de nuestra vida encuentran su complacencia.
He quedado perplejo y creo que tú también, al saber que en la clandestinidad de la vida encuentro luz y que en la luz del diario vivir me deslumbro y cierro los ojos para encontrar de nuevo la oscuridad acariciadora de la vida subversiva, que me permite estar contigo, vivir contigo, amarte en silencio, suavemente, sin estridencias, desde de la prudente distancia que nos confiere, espero que a ti también, estar por encima del bien y del mal.
Lejos del pasado, me encuentro suspendido entre la eternidad y el no ser. Tu presencia hace que respire a tu lado, el lado amable de los años que me quedan de vida, creo que no serán muchos, pero es que la vida es tan corta que un milenio nos parecería siempre poco. Sólo el amor nos redime de esa desesperante idea, sólo él, alarga un poco los segundos de tu compañía y vuelve insufriblemente largos los de tu ausencia, pero en ese pendular, necesario y creo que deseable, se encuentran, ¿encontramos?, espacios en que la eternidad queda interrumpida, mejor dicho el tiempo, que es lo mismo, deja de fluir y nos permite permanecer anclados en segundos que se recuerdan todo una vida y duran sólo un soplo de la misma. Pero las palabras, ¡qué poder el de las palabras querida!, se clavan como espinas o como suaves bordados en la sinuosa geografía de nuestra mente. De ambas has llenado mi vida, armas y guantes de seda, rosas y espinas, alegrías y lamentos, pero es que sólo así hemos descubierto la verdad sobre nosotros mismos, ¿por qué tuvo que haber sido así? Si no, conoceríamos tan solo la materia, los deseos, las pasiones cegadoras, no hubiéramos conocido el espantoso drama de la pérdida, ni el maravilloso relámpago de la recuperación. El mayor milagro de Dios no fue crearnos, ¿ves lo absurdo de la idea y lo milagroso de tal acción?, sino pasar  por la infinita humillación de tener que perdonar, cada día, la imperfecta y desobediente criatura humana, con sus execrables circunstancias, ¡ese es coraje divino!, ¡ese sí es milagro de los grandes! Cualquiera de nosotros, jugando a Dios, hubiera ya destruido semejantes deplorables criaturas.
Pues ese drama, lo hemos vivido en una escala que no es cósmica, como la de Dios, sino muy humana, nos amamos, perdimos la batalla contra la sociedad y contra nuestro destino, creo que claramente marcado desde hacía años y morimos o casi morimos, yo física y espiritualmente, y tú en el alma, cuando renunciaste a tu idea de lo que podría ser tu mayor anhelo, tu más grande felicidad y aún así, salimos indemnes de la tragedia que nos abatió y nos sumergió a ambos en el dolor y la desesperación. Porque aunque hoy sonreímos, las huellas del sufrimiento se perciben en nuestros rostros y sobre todo en nuestras miradas. Nos contemplamos como desde una distancia que nos impide ser lo que fuimos, ser lo que quisimos, uno al lado del otro, amándonos, sin cruzar jamás la frontera nítidamente demarcada por la vida, esa frontera invisible que se prolonga como una línea de fuego por tu mente y por la mía.
Pero aquí estamos, frente a frente, tu presencia ordena mi Universo, calma mis ansias de actuar como Zeus y raptarte para llevarte del otro lado del mar de la vida, un lado que pudo haber sido, pero no soy Zeus y he optado por contemplar el luminoso horizonte, contigo, desde esta orilla neutral que no es ni tuya ni mía, pero que es lo único que poseemos en común, el único lugar en donde oficiamos ambos nuestro particular sacramento del amor, ese que te he dicho miles de veces que está por encima del bien y del mal, sin violentar a ninguno de los dos, simplemente flotando sobre ellos en un abrazo infinito que creo se prolongará por eones en esa espiral interminable que el tiempo va dibujando sobre mi frente y sobre la tuya, ese vínculo invisible que sólo nosotros vemos, aunque muchos lo sospechen, pero que no tendrán la dicha de contemplarlo jamás, ni les daremos esa oportunidad. Ese vínculo que nos ata como una cadena que sólo se rompe con la muerte, ni antes ni después, porque el amor que surge del renacer, es un Fénix, que levanta vuelo para no volver a posarse más sobre la tierra del pecado y sólo en raras ocasiones sobre las montañas más altas de la tierra, donde el aire es puro, dónde la niebla confunde los sentidos y es una reproducción de aquella tarde que te vi por vez primera envuelta en nieblas perfumadas, coronada por un aura azul que presagiaba un cielo y se convirtió un día en infierno y ahora nuevamente en cielo.
Gracias por ser quien eres, por estar siempre a mi lado, por ayudarme a destruir los cuervos y los Lestrigones que envidian, que quisieran corromper nuestra vida,  que sufren cuando nos ven juntos, felices. Sí, los contemplamos con la frente en alto, sin desprecio, sólo un poco olímpicos, sabiendo que las fieras que nos amenazaban y amenazan se han roto una y otra vez  las garras en el suave coraje de nuestra vida, en el incorruptible e indestructible amor que compartimos.  Gracias.

FIN