martes, 26 de julio de 2011

Divinos

San Salvador, 16 de julio de 2011.

Divinos.

Es una especie de no existe, una utopía quizás, pero presiento que no, no hay manera de situarse en el espacio ni en el tiempo. Es como si flotaras en espacio en el cual no existe un sol, una luna o estrellas que te indiquen si es de día, noche, verano, invierno, no siquiera sabes qué es abajo o dónde está arriba. Flotas en un Universo iridiscente, apenas logras ver tu mano cuando la acercas a tu cara, tal es tu levedad, pero si la extiendes en toda su longitud sólo percibes el antebrazo que se disuelve en la transparencia brumosa, acariciadora, como si fuese un cuerpo traslúcido que no sabes si es. Puede ser que siempre estés cayendo o subiendo, es intrascendente porque no lo puedes saber jamás, no hay puntos de referencia, es como estar en medio de la felicidad, pura, intangible. Solo ves la tenue luz que emana de tu propio cuerpo y la de algunos puntos que de cuando en cuando atraviesan el vasto telón, dejando trazos fluorescentes brillantes, azules, algunos otros multicolores que alegran el ¿espíritu? sin barrer el eterno, agradable silencio de este desconocido y cómodo lugar que no encontré jamás en los círculos de Dante.

Quizás sean otros como yo. Así, esa penumbra infinita, silenciosa, pero acariciadora, te produce una calma indescriptible, ¿vives?, no sé si eternamente, ignoro las dimensiones de tan fantástica expresión, y no puedo concebir siquiera la extensión de tal palabra en mi mente. Quizás esto sea la eternidad. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó”, ¿será éste ese tal lugar? Creo que si no supiéramos sobre la muerte, no pensaríamos en la eternidad...pero sabemos.

A veces, no sé a que distancia en el tiempo y el espacio, obstinados acordes melódicos, infinitamente cambiantes, lejanos, llenan la inmensa oscuridad y un embeleso embriagador se apodera de uno. Un placer de extraños matices y aristas, pues en el fondo del obstinado retumbar, como los tambores Taiko, se percibe un ritmo que hace intuir un orden derivado de una inteligencia superior, divina diríase, que se parece a la mente y estructura humanas y de alguna paradójica manera, dentro del placer abstracto, se encuentra el consuelo de la perfecta compañía presentida, y un dulcísimo consuelo cae sobre tí.

Creo que es a donde venimos los que no creemos en los castigos ni los premios eternos, pero tenemos una visión acerada, indestructible de Dios. Regresamos, simplemente, a la esencia divina de la que partimos un día y retornamos a ella, al final, después de un tiempo que no se puede medir y que pueden ser días o milenios, nos disolvemos en ella armoniosa, amorosamente y dejamos de ser nosotros para integrarnos a Él. Donde simplemente somos, ya sin conciencia propia, en Aquel que Es el que Es.

FIN.

miércoles, 13 de julio de 2011

El olvido

San Salvador, 12 de julio de 2011.

El olvido.

El viejo volcán pierde su perfil entre las nubes del invierno, un invierno que llega al alma, moja y enmohece, pero hace que en esas tristes excreciones del espíritu afloren, de vez en cuando, imágenes perdidas de tiempos idos, de fechas olvidadas, porque el legado de tristeza se borró muy voluntariamente de nuestra fina hoja de la vida; ayudó el olvido que surge sigiloso de la gran espiral del tiempo, para almacenar nuestros errores, nuestros desatinos, las fallas de nuestra lógica y quizás en ocasiones, nuestras falsas interpretaciones de la realidad, que nos pierden en el marasmo sin sentido de la vaciedad existencial.

En estos días grises vienen a mi mente recuerdos transparentes, lívidos que desataron tormentas de maleficios y produjeron huracanes de rencores ya olvidados y que contemplados desde la sanadora distancia de los años, apenas me hacen sonreír en su banal importancia desvanecida por el tiempo que todo lo lima, que todo lo aclara y desvanece en la piedra de moler de nuestra implacable memoria, que traga tristezas y alegrías, abandonos y aun presencias doradas que alumbran nuestra vida. El olvido, ese gran sanador del espíritu, que devora ansiedades, miedos, pasiones que una vez pensamos indestructibles, amores que soñamos eternos. Nada es para siempre, el olvido se encarga día a día de demostrárnoslo, imparcial e implacable.

Afortunadamente, a veces, el olvido se olvida de olvidar.

Sí, las cosas que guardo en el Sancta Sanctorum de mi conciencia, son así: sagradas, inalterables, casi eternas y son así porque así deseo que sea. No se pueden olvidar porque no deseo olvidarlas, el rostro arrugado de mi madre, la juventud victoriosa de mis hijos, los ojos verde oscuros de mi esposa, mis amores.

Ellos flotan en el amplio Universo que está separado del olvido por el verdadero Amor. Aquel que me da la vida, que me hace disfrutar cada instante de esta vida breve, irrepetible y quizás en ello consiste su falsa eternidad, sólo hay una por siempre y para siempre, otras y otros vendrán, pero la mía es sólo mía, eternamente mía, en mis recuerdos, en mis descendientes y quizás en el olvido final, que destroza toda esperanza, toda vanidad, todo intento de ser eternos. Esa incómoda eternidad que no me deseo, quiero como Buda disolverme en la nada, para que los que amo no me disuelvan en su olvido, la eternidad empieza y termina conmigo.

domingo, 3 de julio de 2011

Siempre a tu lado.

Siempre a tu lado.

A lo lejos los montes casi azules, semiocultos en la bruma de la tarde después de la lluvia, tú, a mi lado, en silencio, como siempre tomados de la mano, mientras guío mi auto con calma, seguro, tratando de comprender tu mundo, ese mundo que quizás nunca he analizado a cabalidad; los charcos a la orilla de la calle reflejan brillos de nubes blancas y destellos azules de un cielo que parece abrirse al infinito a través de minúsculos agujeros que se producen para desaparecer al instante. Mis pensamientos vuelan, tu mano entre la mía, te recuerdo de siempre y la imagen de tu juvenil belleza se sobrepone siempre sobre la actual, aún hermosa, guapa con porte diría, me siento orgulloso de ti, y te aprieto la mano con cariño que no percibes…o quizás si. Abro la ventanilla y el perfume de la tierra, de la vida penetra poderoso, casi hiriente y me remonta a otros días a otras circunstancias. A mi derecha la figura geométrica, salvaje del Izalco se perfila, coronado de nubes blancas, sobre el majestuoso volcán de San Ana; alguna vez escribí que es nuestro Fuji, esa montaña reverenciada por los japoneses, creo, que por su forma, airosa, deberíamos nombrarla montaña o volcán nacional por excelencia, existen más altos, más grandes, pero el Izalco es sutil en su forma, casi perfecto desde ciertos lugares.

Se parece a ti, eres mi montaña, en la que me refugio, en la que me apoyo, agreste a veces, suave la mayor parte del tiempo, fascinante en tus formas que el tiempo suavizó y les dio textura de terciopelo y de cañaverales floridos. ¿Sabes?, mi padre nos fabricaba flechas con la vara de las flores de caña y punta de cera y nos construía arcos en la finca de La Montaña, en donde sembraba una pequeña porción de caña roja casi morada, suave, dulce de la que se puede extraer el azucarado jugo sin pelarla.

Me gusta recordar mi infancia cuando viajo a tu lado, por eso los largos ratos de silencio, mientras el auto se llena de espíritus, de elfos y gnomos, de cipitíos y siguanabas, de recuerdos, de juegos infantiles, son infinitesimales instantes pues debo atender lo que sucede en la carretera, sí, la carretera, nombre sonoro de larga perspectiva que se pierde en la lejanía de la distancia y en la de mis viejos entrañables recuerdos. Quizás como te dije hace poco, regresar a la niñez es fundamental, a la edad de la sinceridad, de la dulzura, de la inocencia en donde todos somos iguales, en la que no existen clases sociales, es la edad de la hermandad. ¿Cómo perdemos la inocencia?, ¿Quién nos la arrebata?, creo que se queda prendida, desgajada, herida, en los filos de la vida, en las aristas filosas de los acontecimientos que desgarran poco a poco nuestra serenidad, nuestra inocencia y nos adentran en el mundo de las envidias, de los odios, de las frustraciones, en fin, el mundo del mal.

A tu lado regreso al Paraíso perdido. ¡Qué lástima que no todos puedan hacerlo! Este país no permite que todos regresemos a la inocencia, a la virtud que es natural en el ser humano, los retos de la vida, la existencia irrespirable de la estrecheses económicas, el cerco invisible de la violencia que nos ahoga en su terror, en su espanto.

¡Qué dicha poderte amar!, que tristeza pensar que muchos se debaten en la desesperanza; te debo no sólo la alegría sino la vida misma, puedo decir que sembré tempestades y encontré calma y silencio, amor y ternura. Ha sido un milagro de clara inversión. Dios sabe lo que hace y a quien. Le estoy tan agradecido. A ti, en lo profundo de mi silencio.

viernes, 1 de julio de 2011

El retorno

El retorno.

No lograba volver. El alma se me quedó trabada en los alambres de lejanía de tu cerco invisible. Te volviste campo imposible. Aquel donde sembraba mis ilusiones, mis anhelos más profundos, plenos de amor, de escenas quizás nunca entendidas, pacíficas, como dulces sueños que recuerdas en las mañanas con la sonrisa en los labios. Retornar a ti me fue, no imposible, tú lo sabes, pero si muy difícil. Crecí en las praderas de tu libertad, en los campos amorosos de tu silencio, en la dulce calma de tus trigales, en las suaves ondulaciones de ese cabello espeso que se mece suavemente con la brisa, donde aspiraba el aroma del amor. Te deje caminar a mi lado, reír a mi lado, buscar a mi lado, pero llegados al lugar donde surgen los lestrigones nos asustamos. Perdimos el equilibrio necesario para sortear el filoso borde que hay que atravesar para llegar al Paraíso. Yo caí al vacío, en ocasiones aún doy vueltas en él y aún, como Alicia, descendería sin cesar al infierno de tu abandono, si tú, mi amor, no hubieras acudido a mi rescate. Si no hubieras vuelto tu rostro hacia mi, si me hubieras dejado caer sin esperanza, pero volviste a verme y en la luz de tus ojos que aún ignoro su real color, encontré donde amarrar mi barca que se hundía.

De pronto comprendí, a través de tu bendita mediación, que no llegaría jamás al fondo en donde las llamas devoran a los desesperados y empecé a tomar conciencia que podía regresar, ¡regresar a tu lado! ¡Oh Beatriz de mi viaje al cielo!

Y en un malabarístico acto circense, haciendo una magistral pirueta de volatín, de aquellos que alegraron mi infancia, empecé de nuevo a escalar el aire; me así de mis recuerdos, de tus sonrisas, de tus ojos color de enigma, del arco iris y de la oscuridad, pasé a la luz.

Y aquí estoy. De nuevo a tu lado, en la cercana distancia de mi lejana ambición, ahora sereno, clásico, como dios griego, imperturbable a tu lado, en el paradójico estado que el viaje de la vida, mi viaje a Ítaca me deparó. Te amé físicamente durante años, eones, olvidados quizás. Hoy, platónicamente te pertenezco, me perteneces. Dios es testigo que el amor de mi espíritu es más fuerte, más profundo que el amor terreno que te demostré en la infancia de mi intelectualidad. Estoy de nuevo en la niñez de mi vida. Sí, tienes razón he vuelto a la infancia. No hay como amar en la inocencia. Espero que como siempre, te sientes conmigo a la orilla de la eternidad, balanceando nuestras piernas, para contemplar la formas de los infinitos Universos que albergan nuestra historia. ¿Los ves?
Te amo.