domingo, 16 de octubre de 2011

La niña de los cabellos rojos.

San Salvador 16 de octubre de 2011.

La niña de los cabellos rojos.

Era invierno y como hoy, caían finas, densas gotas, que empapaban en un instante; esa lluvia de tristes recuerdos para nuestra gente pobre y que tiene para mí resonancias de intimidad, de escenas lejanas que se pierden en el distante, verde bosque de mi juventud. Te recuerdo nítidamente bajo la luz espectral que llovía también desde un antiguo farol colgado de un viejo poste oxidado y parecía con su magia, hacer descender brillantes y alegres cristales, finas gotas como rocío, que caían sobre tu cabello rojo y tu rostro sonriente, inocente, como se podía ser inocente a los veintitantos años en aquella época para nosotros dorada.

El bosque vecino parecía incendiarse con la neblina que reptaba entre los arbustos, pero nuestro mundo estaba tan seco como una piedra del desierto, sólo teníamos sentidos para nosotros mismos, las contingencias del tiempo existían en un mundo distante, separado nítidamente del universo del amor naciente, ese que invalida nuestra normal existencia, que pinta las rosas de un color nunca visto y las dota de un perfume jamás experimentado. Ese amor que transforma la lluvia en alegría y los relámpagos en fuegos artificiales de celebraciones del alma.

Tomados de la mano sentados en la banca verde, tratando de vislumbrar a través de los escasos huecos de las nubes, el mar que presentíamos lejano pero al alcance de nuestra ilimitada felicidad, corrían por nuestros rostros luminosos insectos líquidos, que le daban al inusual encuentro la magia que sólo el amor le confiere a los fenómenos de la naturaleza. Yo apartaba con mis dedos ateridos de frío, tus mechones rojos que obstinados caían sobre tu frente aún de texturas finas y suaves, hoy el tiempo ha dejado sus huellas, pero el amor que aún te profeso me hace recordarte y verte siempre bella, inocente, con tu cara mojada y tus mechones rojos alegrando tu sonrisa cristalina que se quedaba encerrada creando ecos, en el mágico entorno de nuestro refugio inventado, deseado, tan real como si fuera cierto.

Hoy en estos días de lluvia y de temor, de tristezas y muerte, contemplando las finas gotas que rayan el silencio gris de la madrugada he querido evocarte cuando a mi lado encontrabas el Universo luminoso que buscabas y yo en ti, el amor que durante años había soñado. Fue un encuentro mágico, pleno, fue nuestro Bing-Bang, continúa a través de los años expandiéndose; no se si algún día cese en su disparatado expandirse, pero estoy seguro que eso sucederá cuando ya no estemos aquí, ni tu ni yo, porque cualquiera de los dos que sobreviva al otro, recogerá en lo más íntimo de su corazón y en el más secreto rincón de su memoria, los abrazos, las sonrisas, los besos, el amor que estos años nos otorgamos en la armonía profunda que el amor real, confiere a los que buscan y encuentran el amor de su vida. Todavía está oscuro, creo que a lo lejos suena una melodía de acordeón y cello, nunca la había escuchado, pero puede ser perfectamente nuestra melodía; te la haré escuchar cuando despiertes. Ahora mientras escribo las últimas palabras de nuestros recuerdos, tú duermes querida; duerme y sueña conmigo, con nuestros recuerdos.

LSR

viernes, 14 de octubre de 2011

Más cerca del final

San Salvador 1 de octubre de 2011.

Más cerca del final.

Hay un día en la vida, que puede ser cualquier día de nuestro otoño, que despertamos con aquella certeza absoluta clavada en el corazón y la mente: estoy más cerca del final que del principio.

Y entonces, empezamos a recordar nuestra vida, los primeros anhelos, los primeros amores, todo lo que un día fue primero y que sólo puede serlo una vez. Luego sobre los sueños incumplidos, las amistades abandonadas en el largo camino a Ítaca; los amores que no pudieron ser y que se quedaron enredados en la maraña de nuestras indecisiones y de nuestra larga cadena de días sin sentido, pero también los logros, las alegrías, los perfectos encuentros, aquellos que cambiaron nuestras vidas aunque no cristalizaron según las reglas de nuestra imperfecta sociedad. También empezamos a pensar en aquellas circunstancias, hechos, amores que pueden ser los últimos de nuestra vida y entonces nos damos cuenta, como Séneca, de la brevedad de la vida.

Pienso en la incesante busca de la felicidad, en mi incansable búsqueda de Dios desde mis juveniles días, la inquebrantable Fe en Él que me ha acompañado durante toda la vida, la desesperada y descorazonadora lucha librada para comprender el mundo y sus circunstancias, frustrante, dolorosa, soñando imposibles sobre la dignidad y la justicia, queriendo creer apasionadamente en la humanidad del hombre. Luego el viaje de regreso. Al final de mi vida he descubierto con asombro presentido, que mis búsquedas han sido en vano, desde cierta perspectiva por supuesto, porque sin ellas, no hubiera sabido jamás que Dios está muy cerca: en el centro mismo de mi corazón. Y eso ha sido gratificante, dulcemente consolador. Como decepcionante ha sido comprobar la estela de odio, violencia, injusticia y engaño que los pervertidores de la Fe han dejado a través de los siglos en la historia del hombre y en la actualidad, en donde la mayoría de los conflictos, o son de origen económico o religioso. Afortunadamente Dios se sobrepone nítidamente a estas contingencias humanas.

Pero no sólo a Él logré encontrar en fondo de mi corazón; he comprendido además y esto sí, absolutamente sorprendido, causándome una gozosa estupefacción, que sobre la vida, sobre nosotros, flota una magia que transforma la existencia de acuerdo a principios que no provienen del raciocinio, de la inteligencia, sino de la bondad de nuestro pensamiento y accionar, lástima que lo supe tan tarde, porque la bondad transforma la vida en una verdad rotunda, manifiesta, porque nos integramos al Universo de forma armónica, feliz y logramos la paz del espíritu y la dulzura y certeza de saber que una vida es suficiente para ser, crear y trascender.

Estoy más cerca del final que del principio, pero todavía tengo la suficiente magia, la bondad, para ayudar a los demás, a los que se dejan ayudar, ese, es mi propósito final.

LSR