sábado, 7 de julio de 2012

San Salvador, 6 de julio de 2012. 

El hombre que vendía recuerdos. 

El recuerdo es el perfume del alma.
George Sand.

Alguna vez le compré recuerdos, de días olvidados; te los entregaba escritos en papeles arrugados, sacados de la bolsa de su saco de lino siempre nítido y muy bien planchado, pero certeros y claros como si hubieran sido extraídos de alguna bóveda inmensa que guardaba los recuerdos de toda la humanidad; eran de una precisión asombrosa, pero tenían un precio, cobraba de forma curiosa, regálame un trago y un minuto de tu tiempo para conversar mientras me lo tomo, bueno, no era caro, pero era un minuto de tu vida, a veces era más, porque era un conversador extraordinario, sabio en exceso, no era tiempo perdido. Y eso era al mismo tiempo un problema pues no se tomaba más de tres tragos al día y nunca con la misma persona  En eso era incorruptible. En esos minutos y luego màs tarde en su casa, me mostrò un mundo desconocido y empecé a amar la literatura, el arte, me volví desde entonces un esteta.

Siempre se encontraba en las inmediaciones de la Teatro Nacional ese magnífico recuerdo de nuestra ciudad, paseando, dándole de comer a las palomas y su bar favorito era el Alcázar con su espectacular bar en madera tallada, aunque a veces le gustaba ir al Lutecia,  un lugar que le recordaba los bares de su tierra natal, que nunca quiso decir cual era. Se llamaba Marco lo que complicaba las cosas pues es un nombre que se usa en casi todos los idiomas latinos e incluso en griego y como nadie lo vio escrito, misterio total. Su edad era imposible de determinar, treinta o cuarenta, no sé, pero su sabiduría delataba una inmensa edad que surgía del conocimiento profundo de los siglos.

Yo siempre he padecido de mala memoria para mis recuerdos; hay etapas de mi vida que las he borrado por completo, no creo que sea un defecto, más bien es una habilidad que poseo, pero a veces, se me va la mano y borro años enteros que después tengo que reconstruirlos con mis amigos; a veces ellos se encargan de recordarme cosas que no deseo recordar, en ocasiones hasta los percibo peligrosos por sus indiscreciones de aventura y deslices que quisiera olvidar para siempre, a veces lo he logrado. Con Marco todo era diferente, siempre le compré recuerdos de mi infancia, sobre todo aquellos de mis vacaciones en la finca de La montaña, con su casa singular salida de una novela, su vista maravillosa y mágica sobre el valle entre Chalchuapa y Atiquizaya.

Era yo en ese entonces, joven, soltero e indocumentado, pero me fascinaban ciertos recuerdos a medias de mi absolutamente feliz niñez, que él se encargó de completar, como cuando jugaba con mis amigos en el traspatio de la vieja casona de Santa Tecla, mis años de escolar tímido, en fin, tantas cosas que se pierden en la densa niebla de los años. Pero bueno, quiero hablar de Marco, no le vendía recuerdos a todo el mundo, es más, era él realmente quien escogía sus favorecidos. A veces pasaba uno, le preguntaba la hora, no usaba reloj, creo que el tiempo le era irrelevante y luego su plática, musical y atractiva, hacía el resto; a veces con su esposa que jamás dejaba de sonreír, tomados de la mano, preguntaban algo y la gente sin quererlo entablaba plática con ellos, parecían siempre turistas queriendo saber algo de la ciudad.

Entablamos una curiosa amistad que me dejó imborrables recuerdo, vivía cerca del zoológico en un finca con una casa primorosa rodeada de árboles frutales  y de un jardín inmenso y variopinto. Poco tiempo antes que dejara de verlo, me dijo que se iban a otro país, le pregunté cómo hacía para conocer los  recuerdos de todo el mundo, mira me dijo, no de todos, ni todos los recuerdos, las personas tienen su cara dibujada por sus recuerdos y así se ven, destrozados por ellos, ennoblecidos por ellos, todo depende de tu vida, de tu pensamiento, de la pureza de tu espíritu. Los de la niñez se perciben  en el brillo de tu mirada, los de la juventud en el rictus de tu boca, la madurez en tu frente, los de la vejez en los alrededores de tus ojos.  Fácil ¿ves?, basta con mirar bien e interpretar mejor, esa una extraña ciencia, difícil y un don muy escaso, Celeste y yo lo poseemos y ayudamos al mundo con ello. 

Siempre hay alguien queriendo  rescatar un recuerdo, hay unos que son muy, muy importantes, trascendentales para una persona  o sociedad determinada, no sé, ignoro tu futuro porque en tu rostro sólo veo tu pasado, pero algo, no sé si maravilloso o trágico, tendrás que hacer más adelante. No lo volví a ver jamás y apenas sé cual es mi destino, pero sé que el camino ha sido maravilloso, gratificante salpicado de alegrías y tristezas, de triunfos y fracasos, he viajado, disfutado de las cosas bellas, del amor, de mi esposa e hijos, tal como pienso que debe ser una buena vida. Quizás mi vida sea mi  obra maestra...quizás.

LSR.