jueves, 14 de febrero de 2013

San Salvador, 12 de febrero de 2013.

La música, la poesía.

La música, qué maravilla. La música ha sido mi fiel compañera de toda la vida, he recorrido todos los caminos desde los boleros de mi infancia hasta lo último del rock, el rap, rítmico y curiosamente social y la música electrónica; pero la llamada música clásica ha permanecido conmigo desde siempre.

Hay algo en ella que hace vibrar mi espíritu de forma diferente, me hace ver mi interior, me sumerge en mundos de fantasía algunas veces, otras, me conmueve hasta las lágrimas y en ocasiones una alegría incontenible se apodera al escuchar las cantarinas notas del piano como en la Suite en re de Rameau, que oigo en este instante. En ella oscilo del romanticismo puro a la alegría más profunda o a la meditación sobre los más nobles sentimientos del alma. Hablo solamente de los efectos que la música produce en mi mente y en mi corazón, no de lo hermoso que pueda ser la partitura, de los giros musicales, de su matemática, no; me interesan esencialmente, los sentimientos que despierta en mi, independiente de su complejidad o riqueza compositiva.

Con la música siempre me pasa lo mismo que con el arte. Me siento arrancado de la realidad y penetro en un universo de geometría diversa, un universo en donde las coordenadas terrestres no funcionan, infinitamente sugestivo, en el que el tiempo se detiene y se entra a la eternidad o se atisba lo que ésta pudiera ser.

El poder de la música es sobrecogedor, nos transporta hasta el centro mismo de nuestra conciencia y en un pentecostés personal, comprendemos el lenguaje que rige el Universo, visualizamos un segmento del espectro de la vida que sólo es accesible a través de ella, y por eso, no necesitamos comprender su abstracta estructura, sino su sutil esencia provocadora que está naturalmente ligada a nuestra propia y particular sensibilidad.

Los ángeles, elfos, hadas y otros personajes de la mitología y las leyendas los imagino etéreos y musicales, porque la música es un lenguaje que va más allá de las palabras, creo que más allá del simple universo de las imágenes y sonidos para adentrarse en el ámbito sublime de la más profunda espiritualidad humana, por ello la música nos permite amar con más intensidad, nos eleva a altura insospechadas de dicha, nos arropa con su lenguaje maravilloso. Hieronymus Bosch pintó un Infierno musical, no sé si esa paradoja es posible, pero si creo que el Paraíso, en el caso que exista, debe ser un lugar de celestiales melodías.

Por ello también amo cierta poesía que me apasiona, no la formal, sonetos y otras abstractas construcciones intelectuales de la palabra poética, sino esa libre, simple que a veces no dice nada pero que transporta en sus palabras música pura.

"Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña."

Puedo imaginar mil cosas sobre esos cuatro versos y no se cual sería la interpretación correcta, pero la cadencia es refrescante, sugerente, mágica, verde que te quiero verde, no dice nada pero...qué música, que explosión de imágenes en mi mente. Lorca era poeta y era más músico, sino veamos otro ejemplo suyo

" La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando."

La extraña metáfora de Lorca "polisón de nardos", es complicada y hasta paradójica, pero que suena, suena y lo que sigue tiene la grandeza de un clásico, " el niño la mira mira, el niño la está mirando", bello, simplemente bello, toda la Poesía está contenida en estos versos extraordinarios. La música, ciertos poemas, qué descanso para el espíritu, felicidad concentrada al alcance de nuestros sentidos.

LSR.