martes, 30 de julio de 2013

San Salvador, 30 de julio de 2013.

Los nuevos y falsos héroes.

Muy poco podemos esperar de un mundo en donde la perversión, la corrupción material, y moral sobre todo, dominan la escena de los personajes icónicos de la juventud y de las personas en general.

Naciones aclamando ídolos de barro, corruptos, a veces hasta asesinos, porque cumplen los designios mesiánicos de minorías enardecidas por el odio, la frustración, el resentimiento, algo común en el mundo islámico, en donde sunitas y chiítas viven una guerra infinita, o en países como Corea, Venezuela, etc., en donde el odio a los Estados Unidos aglutina millones en estados militarizados, que oprimen en la pobreza a pueblos o países en donde los obsoletos conceptos de izquierda y derecha, han polarizado las sociedades, creando una lucha estéril que eterniza la pobreza y el odio de clases, desaprovechando los ingentes recursos de territorios riquísimos, que en nada benefician a los pueblos que son sus legítimos dueños.

El mundo realmente no es lugar cómodo en estos inicios del Siglo XXI, guerras en todas partes, guerras políticas, religiosas, por drogas, por el simple poder; raciales como las africanas o afganas y por último, guerras económicas que están empobreciendo cada vez más a las clases medias trabajadores de medio mundo. Los señores de la guerra son ahora los señores de la economía, que a través de sofisticados medios nublan nuestra inteligencia y nos lanzan al consumismo aberrante, necesario para que la insana economía mundial, con su carga maligna y explotadora, florezca. La espada se ha convertido en tarjeta de crédito que mata miles de ciudadanos cuando los lanza a la pobreza por causa el mal uso de las mismas, azuzados por la propaganda masiva, orientada al consumismo sin medida.

Parece una película de ciencia ficción o quizás un cumplimiento de las profecías sociales de Aldous Huxley, en su Mundo Feliz o George Orwell en su 1984 o quizás de Ray Bradbury en Farenheit 400. Pero lo cierto es que las últimas noticias sobre el espionaje mundial no presagian nada bueno. Somos espiados, escudriñados en nuestros gustos, nuestras ideas, en nuestras tendencias ideológicas, nuestro grado cultural, en fin, poco a poco nos estamos convirtiendo, como los ratones de Skinner, en sujetos de laboratorio. El futuro desde esta perspectiva se percibe ominoso, somos nada más identidades digitales manipulables y por ello dirigibles a ciertos objetivos políticos y económicos.

Es así como se nos ofrecen ídolos malignos, ordinarios, borrachos, drogadictos, ladrones, aberrados sexuales, carentes de cualquier moral, ignorantes de la virtud, desbocados hedonistas que sólo buscan el placer desenfrenado que conduce a la degeneración, al suicido, voluntario o involuntario, es decir a la muerte por excesos.

La mayoría de los músicos, artistas de cine, entran en esta categoría de ídolos que ejercen una tremenda mala influencia en la juventud. Pero que en una promoción, perfectamente orquestada, desde los centros del poder económico, nos los presentan como el modelo a seguir, para alcanzar la fama y con ella la felicidad.

Al final, viene otros héroes, los más patéticos de todos. Se creen la muerte y no llegan a resfriado. Los héroes políticos, autoinventados, los que salvan países. Me recuerdan la historia de Chantecler de Rostand. Que era un gallito, como muchos políticos de cualquier país, que creía que el sol salía porque él cantaba, un día se despertó y vio que el sol brillaba en todo su esplendor, y dándose cuenta de su error y su ridícula pretensión, se suicidó. Yo no pido tanto para estos y los héroes anteriores, pero sería conveniente que desaparecieran. Nada más. El mundo iría mejor sin ellos. Si en El Salvador desapareciese un día la mitad de diputados, no creo que alguien se diese cuenta, ni se notase su falta, ni el país sería un caos. No pasaría nada. Y hasta les seguirían pagando, como dice mi hijo Diego.

LSR

miércoles, 24 de julio de 2013

San Salvador, 23 de julio de 2013.

La vida ya no es nuestra.

Estoy leyendo una novela que habla de la cultura, del amor a la lectura y los libros y otras historias de por medio. Pero lo que me impactó fue una frase de la misma y que le da nombre: "La vida cuando era nuestra". Una frase que de inmediato golpeó mi espíritu y mis sentimientos. Llenó mi corazón de escalofríos y sentí como si algo hubiera perdido, como si los salvadoreños hubiéramos perdido algo. En efecto, después de reflexionar sobre esa frase, comprendí que ese dolor sordo en mi interior y en el de muchos salvadoreños se debe a que la vida ya no es nuestra, ya no nos pertenece.

Vivimos pendientes de las circunstancias, pendientes de lo que sucede alrededor, de lo que puede pasar, debemos saber dónde ir y dónde no, qué zonas son peligrosas y cuáles no. Muchas de las decisiones que tomamos están matizadas por el miedo, por la incertidumbre. El mal acecha en cada esquina, en cada bus, en cada semáforo, estamos siempre en guardia, a la espera de lo inesperado. Temerosos de que alguien te coloque un arma en tu cabeza y te pida el teléfono; a la espera que te intercepten en cualquier lugar de la ciudad y te exijan lo que los señores del Mal deseen, tu automóvil, tus pertenencias y al final si las cosas se complican, te arrebatan la vida por una nimiedad.

Si es un padre de familia o una valiente madre que sostienen el hogar y varios hijos, como es común en un país como el nuestro, se interrumpe la vida de una familia, se la lanza a la pobreza, a la desesperación y posiblemente a la miseria. No es sólo el hecho, sino las terribles implicaciones, el daño colateral y que no se percibe en el simple análisis estadístico del crimen y de la extorsión, sacándose conclusiones frías, inhumanas y sobre todo injustas.

Gloria trabaja con nosotros, tiene seis hijos, mujer trabajadora a quien tratamos de ayudar en lo que podemos. Los fines de semana quiso todavía, a pesar del trabajo de la semana, hacer algo por sus hijos. Quiso vender enchiladas, pastelitos, en fin, algo con que acrecentar los ingresos de la familia, también su compañero trabaja. ¿Qué sucedió?, al día siguiente se le estaba exigiendo una renta. ¡Qué pena!, pero también qué crueldad, ni la pobreza escapa de las garras de los depredadores, esos agentes del mal que se defienden con tanto ahínco en algunos sectores de nuestra desorientada sociedad. Ya antes había sido amenazada a muerte delante de sus hijos pequeños, uno se orinó del terror, porque una de sus hijas no se fue con un asesino. Esto con una mujer humilde, trabajadora, que ve más allá del presente y piensa en sus hijos y quiere algo mejor para ellos; esto tampoco se refleja en las estadísticas, el daño intangible de este mal que aqueja a la población salvadoreña, que alimenta al crimen organizado en su supervivencia y crecimiento pavoroso y que se quiere obviar, como si ello fuera posible. Hay que estar dotado de una insensibilidad inhumana y egoísta para aceptar este estado de cosas.

Ya no somos dueños de nuestras vidas, ya no nos pertenece. Es del mal, que ha permeado todas las esferas, para convertirse en dueño de nuestras empobrecidas existencias, que nos impide vivir en libertad y tener el control sobre nuestras circunstancias, sobre nuestro presente y nuestro futuro cada vez más oscuro, más indescifrable.

Las estadísticas, no las critico, aunque en nuestro medio es difícil fiarse de ellas, todo está politizado; pero es importante que hagamos valoraciones de las mismas, diferenciar el bien y el mal, el evidente y el oculto daño colateral, que a veces es mucho peor, porque el mal... es siempre el mal.
LSR

viernes, 12 de julio de 2013

San Salvador, 29 de marzo de 2010.

Mi pequeña muerte.

A mis hijos, este autorretrato espiritual.

Hace exactamente seis meses, septiembre de 2009, tuve mi encuentro con la muerte, mi pequeña muerte. Me diagnosticaron cáncer en una crisis que no ofrecía muchas esperanzas, no sé por qué, siempre supe que padecería de ese mal, aunque no estoy seguro que muera por él. De hecho no sé si moriré, no es que sea eterno, es que hay formas de vivir en los corazones de los demás, en la mente de los demás, eso espero. Ahora en este instante escucho el largo de Bach y él vive en mi, me acompaña, me enternece, me llena de vida y sentimientos, Bach vive en mi y en muchos que adoran su música y por ello es eterno. Otra forma de ser eterno es a través del amor, sobre esto último he escrito páginas y páginas, no necesito abundar en ello.

El hecho de haber sabido que un día padecería de cáncer, casi desde siempre, creo que condicionó mi reacción ante él. No hubo miedos, inquietudes, ningún temor a la muerte, pero sí enojo, luego hablaré sobre ello. Tuve además otras complicaciones, insuficiencia renal, eso si me abatió, pero mi fe en Dios me curó en apenas un mes y medio, un verdadero milagro, que acepto como confirmación que mi idea de Dios, del Creador, es correcta, personal y desafortunadamente intransmisible. Cada quien encuentra su camino…si lo busca de corazón, con pasión y con fe. Dicen los sufíes que “ Quien es de Dios, Dios también es de él” acepto esa frase como un credo poderoso y cierto.

Cada quien busca esa idea, ese Ser Supremo afuera o adentro; para los que prefieren afuera ahí están las religiones; hay quienes, sin embargo, preferimos encontrarlo en nuestro interior sin necesidad de intermediarios, en la clara consciencia que somos nuestros propios jueces y sabemos cuándo hacemos el mal y cuándo el bien, debemos en primer lugar conocernos a nosotros mismos y saber que en la intimidad de nuestro espíritu, de nuestra alma, de nuestro intelecto, allí está Él, el que todo lo ve, el que todo lo sabe.

Es una búsqueda que me ha tomado la vida entera y debo decir que ha sido una búsqueda maravillosa, fructífera, emocionante, sublime en ocasiones, dolorosa a veces, pero siempre iluminadora. A temprana edad conocí a Constantinos Kavafis, el gran poeta griego; uno de sus poemas en especial marcó mi vida, inicia así,
“Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca, debes rogar que el viaje sea largo, lleno de peripecias, lleno de experiencias”

¡Amo a los griegos!, cómo no desearme un viaje por la vida así, ese viaje a Ítaca que todos debemos realizar; es el utópico viaje hacia nuestro destino, que yo encontré a orillas de la laguna Estigia…

Mi búsqueda empezó mucho después de mi inconsciente infancia, realmente después de mi más inconsciente juventud, creo que eso sucedió a los 23 o 24 años, cuando las decepciones de la vida, del amor, las incongruencias de la religión, de los ministros de todas ellas asaltaron mi vida en una “blitzkrieg” que me colocó en una posición de vencido y aceptación que había algo más allá que la simple, “vida simple”, que me enseñaron en mi niñez. Algo que sólo admití -ya lo había hecho pero sin entusiasmo- con plenitud y sinceridad, hasta mi pequeña muerte.

Desde aquellos lejanos años que se pierden en la casi prehistoria de mi conciencia, he buscado a Dios y, debo decir con alegría tranquilizadora, que lo he encontrado en todas partes, especialmente en el Amor, en el rostro arrugado de mi madre, en las risas de mis hijos, en quienes me perpetúo y en la inocencia extraña de mis nietas; en la inigualable e inestimable compañía de mi esposa, en las profundas y enriquecedoras amistades, en los innumerables amigos y amigas de toda mi vida, en las iglesias, también en las mezquitas, en los templos hindúes y en las pagodas budistas, y como lugar especial, en alguna iglesia ortodoxa griega en donde todavía se respira ese aire de sublimidad, de espiritualidad que surge de sus mosaicos deslumbrantes, de su música coral paradisíaca, de sus imágenes doradas, antiguas, venerables; pero también en las flores de mi jardín, en los colibríes que liban la miel en las delicadas creaciones de mi Señor y en las etéreas y gráciles mariposas, emocionados experimentos de color de la Madre naturaleza. En fin, lo he encontrado en todas partes, pero pocas veces en los hombres y mujeres con los que me relacionado en la vida y que pretenden ser conocedores de Él, hay excepciones por supuesto, pero pocas, desalentadoramente pocas.

En las praderas silenciosas del alma, esta Él, silencioso, amoroso, lleno de alegría que comparte como un padre con sus hijos, comprensivo, poderoso, esperando que entendamos que el Paraíso prometido no es ficción, es la Iluminación, el Nirvana de los orientales, la Salvación de tantas religiones y el encuentro definitivo con nosotros mismos, que nos libera de las banalidades de la cotidianeidad, y nos introduce en el mundo de la bondad y por ende de la felicidad, de los valores trascendentes que nos ayudan a crecer y a tener una mejor y más ajustada visión del Universo. Dicen que si vemos el mundo con bondad encontraremos bondad, si lo vemos con maldad pues también la encontraremos, pero seguramente sólo de la primera manera encontraremos la felicidad.

El encuentro con la muerte es dolorosamente aleccionador, por las estupideces que de nuestra vida nos muestra con sorprendente claridad, como una bofetada a nuestro ego; el mundo desaparece en esa frontera que separa el ser del no ser y uno queda frente a lo desconocido, desnudo, solo, curioso quizás, pero sin miedo. Ahí encuentra uno verdades fundamentales: el mundo es un engaño, las convenciones sociales una especie de mitología basada en acuerdos que quien sabe si alguna vez tuvieron validez, relacionadas generalmente con la posesión de bienes y personas, con procedimientos que sólo ayudan al dominio y mucho a la diferenciación entre los seres humanos, convenciones que separan y no unen, producto de la altanería, el abuso de poder y el orgullo desbocado de los poderosos. Descubres que es el mundo el que debe girar a tu alrededor y no lo contrario. Someterse a los caprichos de la sociedad, de la religión, de los demás, es tirar el tiempo y la vida a la basura. Ceñir la vida a los a veces ridículos rituales de la vida, es someterse a una esclavitud que no nos lleva por nuestro camino, complacemos a los padres, a los amigos, a los ministros de las iglesias ¿y nosotros?

Ante esas verdades, que no sorprenden, confirmé que Dios no es propiedad de nadie, y que Él es el único que une amorosamente la humanidad a través del bien, la amistad, la solidaridad y armonía, sin contratos, ni a la fuerza, sólo con Amor. Nos damos cuenta ante la muerte implacable, que las cosas importantes de la vida no son los títulos, los de nobleza menos que cualquiera, ni las posesiones, ni el conocimiento, sino la comprensión de que todos somos iguales y que en realidad lo único que importa es el amor y la búsqueda de su origen que es Él, el centro mismo de la felicidad, que al final es lo que siempre buscamos.

Los que amamos deben ser, por sobre todo lo demás, el centro de nuestra vida, es un valor que no se debe, no podemos desperdiciar, es el camino del bien, de la solidaridad, de la comprensión, de la plenitud, pero por supuesto hablo del verdadero Amor, no de las desenfrenadas pasiones humanas que desenfocan nuestra vida, amor es calma, serenidad, compañía, seguridad, colaboración, compartir, es vivir en comunión continua, sabiendo que hay días de cal y arena, de esplendorosa alegría, pero siempre juntos, más en el espíritu que en la materia, ese que su sola presencia ordena nuestro Universo.

Algo inquietante fue el hecho de descubrir que más me arrepentí de las cosas que no hice, que de las que he hecho y que no hay mañana seguro, que voy morir con toda seguridad algún día - esta es una certeza liberadora- y que este es el día que debo vivir a plenitud, este es el momento, esta es la vida real. Lo demás, mañana, la otra vida, se puede creer en ellos, pero hasta este instante, son pura especulación.

Al principio me enojé con Dios. Estaba muy enojado, sin miedo, reclamando, ¿por qué a mi?, ¿cómo a mi?, que te he buscado y amado toda la vida, que te he defendido de los que comercian en tu nombre, que he tratado de comprender todas las religiones, para decepcionarme de ellas porque no son más que laberintos que intentan perdernos, antes que conducirnos a Ti y encima, quieren cobrarnos por ello; le reclamaba cómo yo que he vivido con Él en mi corazón, en lo más profundo de mi corazón, me pagaba de esa forma.

Antes de enfrentarme a la muerte me faltaba comprensión sobre los inescrutables designios del Creador. Cuando Él empezó a obrar sobre mi enfermedad, que evolucionaba milagrosamente bien, comprendí lo equivocado que estaba en mis reclamos. La pregunta se transformó de ¿por qué? a ¿para qué? Y ahí estaba de nuevo a mi lado. Y ahí encontré la razón de mi nueva vida, de mi segunda oportunidad. Esto sucedió, porque no era llegado mi momento, quizás como dice Rumi, “Lo que la Pluma de Dios ha escrito, escrito está”, supe además que Él no me había enviado ninguna enfermedad, es un Dios de amor, la encontré en mi camino hacia Ítaca y tenía una magnífica razón de ser .

En realidad, su regalo es inmenso y lo agradezco con humildad y pidiendo perdón por mi descortesía y falta de agradecimiento. Me dio 66 años sin una enfermedad grave, una vida sin sobresaltos, los normales de una vida. Eso es maravilloso, un milagro. Hay personas que no llegan a esa edad y con miles de achaques. Comprendí, además, que los verdaderos tesoros de la vida están en casa, a nuestro lado, pero hay que ver la vida con más atención y con bondad. Esas son las palabras clave, son ahora mis palabras claves, hay que prestar atención y dar bondad a los que contribuyen a que nuestra vida sea real, no una simple vida, sino una vida digna de ser vivida, para así amar a los demás como a nosotros mismos. Entendí, entonces para qué. Entendí entonces por qué es el Clemente, el Misericordioso.

Vamos siempre buscando quien nos ame, quien nos atienda, pero la felicidad se da casi siempre o de forma más plena, entre dos; para que sea perfecta debe ser compartida: Dios y yo, mis circunstancias y yo y esas circunstancias, son los que me aman y a quienes debo amar si quiero ser realmente feliz, así de sencillo, amar sin esperar que nos amen, debemos también buscar a quien amar. Pero además creo que todavía tengo mucho que hacer, este tiempo extra es un tiempo para aprovechar. Un tiempo para mi, pero también para los demás, eso hago ahora, por eso escribo este testimonio de mi vida y de mi transformación.

Espero que alguien encuentre consuelo o valor en mis palabras, para afrontar con optimismo y fe las adversidades o quizás una idea que le ayude a ser mejor, a comprenderse mejor y así comprender a los demás, al final, de esta forma, viviríamos en un mundo más humano, más real, menos violento, más justo. Quisiera, por ello, que el tiempo de mis relatos no tuviera fin.

Me he prometido ser cada día mejor, ser más bueno que lo que nunca fui, y en ese empeño tengo diez, aunque no haya alcanzado aún la meta, aunque no la alcance jamás, pero no dejaré de empeñarme en serlo, esa es la manera de alcanzar el Paraíso, sólo la muerte puede hacernos entender eso, debe haber otra manera pero desgraciadamente la desconozco, ya se que dirán, religiones, meditación, etc., pero las que conocí, no me convencen ni ellas, y menos quienes las predican, y que quede claro, no hablo de los fundadores, sino de los seguidores y sobre todo, de los falsos herederos que han convertido el Reino de Dios en vergonzoso reino de este mundo.

Yo ofrezco a todo el que quiera oírme mi versión del camino a Dios, directo, sin escalas, sin intermediarios, pero para ello, debemos estar siempre del lado de la verdad, de la humildad, de la absoluta sinceridad, en otras palabras, debemos ser auténticos, ser nosotros, sin poses, porque cuanto más poses adoptamos en la vida menos somos nosotros, es más, dejamos de ser nosotros y nos convertimos en un engaño, ese es el camino de la desesperación y desgraciadamente también de la maldad. Creo que todo puede revertirse en la vida, menos la muerte. Eso sólo se consigue con la libertad que te da estar en posesión del Amor y la Verdad, y un deseo profundo y sincero de querer cambiar, de querer amar, de querer servir, todo lo demás es secundario.

Aun cuando este es mi camino, cada quien tiene el suyo, no olvidar eso que es fundamental, si necesita de la religión para encontrarlo, siga ese camino, pero sígalo de verdad, debo decir que las religiones se la ponen difícil a uno, mire a su alrededor y verá que es cierto, cómo vivir en un mundo de angustias y crisis, con preceptos de una antigüedad que nada tienen que ver con el presente, con las complicadas situaciones de un mundo desbocado, ahí, el ajuste personal es invaluable. Creo que el camino interno, es el mejor, es también difícil, no nos confundamos, pero es nuestro camino, no nos engañamos ni nos engañan, eso es ya un tremendo consuelo y ventaja, sólo debemos ser buenos y cada día mejores, nada más, pero tampoco nada menos.

Antes de encontrar mi verdad, era un hombre solo, con amigos sí, pero solo; con familia sí, pero solo; estar frente a la muerte me enseñó que el amor es lo único que acaba con la soledad, el Amor de este mundo o el Amor de Dios, pero firme, verdadero, espontáneo, descubrí entonces, que la soledad no es estar solo, es estar sin amor, es vivir fuera de la esfera de Dios, es estar separado de la humanidad. Y para dejar de estar solo no se necesita ser santo, simplemente como dijo en una ocasión Federico de Montefeltro duque de Urbino, “essere umano”.

Sí se puede ser feliz en este mundo, que es valle de lágrimas para el que no comprende estas verdades iluminadoras. ¿Qué padre no desea que sus hijos sean felices? Dios no nos pone cascaritas para que nos deslicemos. Einstein dijo en una ocasión, “Dios no juega a los dados”, es decir no deja nada al azar, Dios planifica, todo está en su mente infinita, insisto, “ todo está escrito”. Dios no nos envía males, Dios no nos envía tentaciones, Dios no nos amenaza ¿que dios sería ese?, sería con minúscula realmente. Dios es luz, transparencia, es música celestial, es amistad, es consolador, no acusador, es ayuda, no perdición, el más Clemente y Misericordioso como dice el Corán; que pocos lo comprendan a cabalidad, es culpa nuestra, culpa de los que hablan o mienten en su nombre, no de Él.

Hay que entregarse a Él, no a sus servidores, esa es la entrega que libera, la otra nos somete a una esclavitud vergonzosa, nos aniquila como personas y nos convierte en marionetas, muchas veces, en manos del mal; es escalofriante los abusos y crímenes que se comenten en nombre del Omnipotente.

Este es el testimonio de mi profunda e irrevocable fe y de mi más sentido agradecimiento, sería aún más desagradecido y ciertamente un desgraciado, si no escribiera estas líneas en nombre de Él, para Él, con Él a mi lado. Me siento tan fuerte, que podría afrontar cosas que a mi edad pensé no sería capaz de hacerlo. La vida es un camino sin final preciso, ni en tiempo ni en circunstancias, vivamos haciendo hoy lo que debemos hacer, sin perder de vista que el final llegará en el momento preciso, no antes, pero mientras llega ¡Vivamos!

No somos, ni mejores ni peores por lo que tenemos o poseemos; el mundo se mata por poseerlo todo, poder, riquezas, personas pero, ¿eso ha creado un mundo feliz?, amaos los unos a los otros, lo dicen todos los místicos que han sido y serán, pero basta contemplar a nuestro alrededor, nuestro desangrado país, injusto, violento, indigno para saber que no se cumple ese bello ideal; el mundo lleno de guerras y atentados terroristas que en nombre de Dios asesinan y destruyen. ¿es eso lo que un padre desea de sus hijos? Él, con toda seguridad, no. Pero sí los dirigentes que gozan con el poder, con el sometimiento de voluntades, con la manipulación y la capacidad de mando absoluto que tienen sobre los fieles, a los que envían con engaños a la muerte o la desesperación, sin sacrificarse ellos mismos, lo cual, sería un reconocimiento a esa supuesta verdad que predican…pero no lo hacen.

Somos en realidad, la suma de nuestras ideas, de nuestros valores, de nuestra capacidad de hacer algo por los demás, de ayudar al necesitado, de consolar al afligido, de dar amor, alegría y bienestar a los que nos rodean, de enseñar al que no sabe, con desprendimiento, sin egoísmos, entonces, tan sólo entonces somos, sin eso, sólo pasamos por la vida sin crecer, sin comprender el sentido y el disfrute de la misma. Pero quizás, lo más doloroso es que vivimos sin saber quiénes realmente somos, esto es una tragedia de proporciones galácticas.

Y que decir de aquellos que lucran con Dios, aduciendo que Dios es dueño de todo y ellos sus representantes; Dios no ha muerto ni morirá, es eterno, por tanto, ni necesita representaciones, está en todas partes, ni ha hecho ni hará testamento para nombrar herederos. Que pena, que con esos argumentos falaces, usen relojes y autos carísimos y vivan en la opulencia, mientras los fieles se desangran las uñas para sobrevivir, ¿es este el deseo de un Dios justo?, ¿pueden ser esos señores de la soberbia sus representantes?

Ahora, después de mi pequeña muerte, vivo en mundo, donde mis viejos errores no me persiguen, sin categorías, donde todos somos iguales en donde los amo a todos, óigase bien, a todos por igual, un mundo en el que todos me pueden ayudar y también me siento capaz de ayudar a todos, un mundo que se parece mucho al de mi infancia y adolescencia, sencillo, sin prejuicios, en donde veía a todos como iguales sin importar su condición social o sus posesiones, un Universo sin tiempo ni espacio, sin límites, como debe ser un Universo de libertad, un mundo que incluye amigos, enemigos y a los que no conozco, a los que sufren y necesitan consuelo, porque al final, he llegado no a comprender, sino a estar plenamente consciente, que la humanidad es una sola y que todos, todos, no importa que ideas nos separen, somos una sola alma, un solo cuerpo, somos hijos del mismo Dios, por más que las religiones y los políticos intenten confundirnos. El amor, la fe, han traído orden a mi vida. Sé por cual camino transito, sé cual es mi destino, sé lo que debo hacer y por qué lo debo hacer. Una claridad mental que sólo ante la muerte podemos adquirir, nos pone contra la pared del destino… y uno entiende.

Llegué a Ítaca sí, y como dice el poema al final -cómo se conectan los episodios de la vida-

“Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado­­. Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.”

Creo haber comprendido, me ha enseñado que lo importante es el viaje, las búsquedas, los encuentros, lo ganado en el camino. En Ítaca aprendí que debo ser humilde conmigo mismo y sobre todo con los demás, lo estoy intentando, predico con mi ejemplo y no solicito nada, no necesito el dinero de nadie, como Dios no me ha pedido nada, ni diezmos ni primicias para curarme. No hay más que seguir una regla sencilla y básica: si damos amor recibiremos amor, si actuamos con bondad nos tratarán con bondad. Así de simple, así de hermoso, así de fácil. La Verdad, Dios es la verdad absoluta, es sencilla…sin complicaciones.

Luis Salazar Retana.

martes, 9 de julio de 2013

San Salvador, 9 de julio de 2013.

La edad de la inseguridad.

Hanna Arendt hablaba de "La banalidad del mal". Eso nos ha pasado a los salvadoreños, entre muchas cosas, hemos banalizado el mal. Ha perdido su carácter absoluto para convertirse en una relatividad social, con la que puede transigirse, ponerse de acuerdo, algo trivial que puede poseer aristas positivas y hasta virtuosas. Si bajamos de doce asesinatos diarios a seis, ¡Qué maravilla!, sólo seis, lo que causa, sino espanto, asombro de lo permeable que somos al mal, debido precisamente a que hemos llegado a considerarlo como algo inofensivo, de categorías, con las cuales podemos negociar, yo te doy esto o aquello y tu bajas a seis por día. ¡Gran negocio!, y quizás esto sea al final de cuentas. Yo no puedo confiar en alguien que abiertamente, como vocero del mal, expresa que puede matar cuando, como y a quien quiera. Eso es, evidentemente, una afirmación diabólica, rayana en la insania.

El mal es el mal. Que hoy nos parezca natural, proviene de nuestro largo contacto con la guerra y la disolución del orden social durante y después de la misma. ¿Por qué sucedió esto?, es algo complejo y difícil de explicar, pero creo que hubo un vacío de poder y sobre todo de control social, preocupados como estábamos por recuperar el tiempo perdido y en esa vorágine falaz del progreso material infinito, perdimos el rumbo humano de nuestras vidas. Pero la guerra, además, había ablandado nuestra concepción del mal, los miles de muertos nos insensibilizaron y nos fueron creando una costra de dureza ante el mal, que luego nos ha permitido soportar que seis asesinatos diarios, al menos, no signifiquen nada en nuestras conciencias. Luego el materialismo aberrante de los últimos años, el egoísmo y la ausencia de valores ha hecho el resto. La corrupción se ha convertido en un medio válido de vida en todos los ámbitos, incluida la política, y ésta ha derivado por caminos de poder y egoísmo social, que ya son insoportables, conduciendo al país a un destino en el que los únicos perdedores seremos todos los salvadoreños, que pagaremos el dispendio descontrolado con nuestra pobreza y todavía peor, con nuestras jubilaciones.

Por eso hablo de la edad de la inseguridad: física, nadie está seguro en este país, la muerte nos acecha en todos lados; política, nadie sabe que va a suceder en este país y económica, en esta inseguridad sí sabemos lo que nos espera y ya se nos anuncia con total descaro, por los mismos que han creado este caos, desde hace años, los gobiernos ineficaces y populistas que han dilapidado y mal utilizado los fondos públicos y hoy quieren dilapidar nuestros ahorros. Esto es gravísimo, se está condenando a generaciones, a vivir bajo la espada de Damocles sobre nuestras cabezas, como amenaza de pobreza y de una vejez desvalida.

Los últimos veinte años nos hemos olvidado de la virtud. De la honradez, de la justicia, del alma humana, nos hemos lanzado suicidamente al consumismo, a la búsqueda criminal del poder y el dinero; el sistema político, totalmente fracasado, no ofrece alternativas serias, nadie habla de ahorro, de cambiar nuestro sistema de vida, porque no podemos seguir viviendo como lo hemos hecho hasta ahora en base a créditos; no es posible salir de esta vida de despilfarro, impunidad y abuso, si no cambiamos las reglas del juego, sino ponemos la justicia y la virtud por delante.

Necesitamos funcionarios probos, honorables, que trabajen para el pueblo, urge sacrificarnos, recortar el estado sobredimensionado, menos burócratas, menos diputados, menos superfluidades; modificar la estructura de este país de cientos de municipios. Basta ver el mapa de El Salvador, para saber que nuestra división territorial y la burocracia que ello genera es absurda e insostenible. Tenemos que reinventarnos si queremos sobrevivir. Nadie parece pensar actualmente en ello. Nadie.