sábado, 22 de noviembre de 2014

San Salvador, 21 de noviembre de 2014.

Canto a los héroes salvadoreños.

No sé si la palabra correcta sea añoranza, recordar con pena la ausencia, privación o pérdida de alguien o algo muy querido, según el Drae o nostalgia, pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos o tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. Aunque muy cercanas ambas palabras las definiciones tienen diferencias muy sutiles y la traducción directa del griego de la última nos da un detalle más preciso para lo que quiero expresar: nostos, regreso, algos, dolor; en alemán, el significado es mas directo Heimweh, dolor por el hogar.

Me decanto por ello por nostalgia, porque pienso y lo he vivido en carne propia, el dolor por el hogar, al que se añade la añoranza, la ausencia de los que amamos, la lejanía de aquellos que están cerca de nuestro corazón. He estado pensando en los hermanos lejanos. Héroes ignorados de nuestra sociedad, sobre todo en su papel de héroes. No sé, ni quiero pensarlo, qué sería de este país sin esos millones de emigrantes que con su trabajo, esfuerzo, nostalgias y añoranzas, envían esos miles de millones de dólares para que este país no perezca. Así de claro, así de sencillo. Héroes. Este país viviendo siempre de los pobres. Ya es hora que reconozcamos, agradecidamente, esa heroicidad. Que hay malos entre ellos, siempre hay malos en cualquier circunstancia, pero los números nos demuestran que en ellos, el bien triunfa, los éxitos de miles de nuestros conciudadanos demuestran que el que quiere puede y sin necesidad de robar, asesinar o extorsionar. Y son los más.

Pero todo este universo complejo y alucinante, lleno de luces y oscuridades encierra una tragedia. Conozco el interior de esa tragedia, porque como dice Pessoa en algún poema que ignoro cuándo ni dónde lo leí, "el lugar al que se vuelve no es el mismo, las personas a las encontramos no son las mismas". No sé si la cita es exacta, pero esa era la idea. Esa es la idea. La misma de Heráclito pero hecha poema. Las tragedias abundan, familias destrozadas, esa es la correcta expresión, amores que el tiempo y la distancia agotan y desaparecen, hijos que se descarrían, algunos en las oscuras corrientes del mal, otros mueren en el intento y entran a formar parte de los miles de desaparecidos, de abandonados en las selvas, en los desiertos, en las manos de la mafias de contrabandistas, de traficantes de personas. Para algunos el sueño americano ni siquiera empieza. Cortas esperanzas que mueren en el inicio.

Nos alejamos y el tiempo pasa, pasa aquí, pasa allá, donde quiera que ese allá quede. La vida fluye con y sin nosotros. Cambiamos y todo se transforma en nuestro interior, algunos son fuertes, auténticos conservan sus lazos nítidos, siempre en contacto con los que aman, hoy es tan fácil, los medios son tan variados y asequibles, esos son los héroes, los que ven el futuro con optimismo al lado de los suyos y se esfuerzan porque ese futuro sea real. Piensan en ellos, en cada esfuerzo que hacen, sueñan con ellos en cada descanso, ansían tenerlos a su lado, son los hombre de voz dura, de los que hablaba Lorca. Los que buscan su sueño con furia .

Estos días de fin de año, es la época de la nostalgia, de la añoranzas, cuando miles de estos héroes anónimos pero no desconocidos, son salvadoreños, hermanos, llegan en nubes, como los azacuanes, a buscar el olor, el sabor de la tierra, las tradiciones navideñas, los sabores añorados en compañías de viejas arrugadas, que concentran en sus arrugas todo el amor de madres; las posadas, los amores abandonados, los hijos con los que sueñan díá y noche, por quienes sufren privaciones, fríos extremos y por qué no decirlo, vejaciones, pero ese carácter de acero de nuestro pueblo, los hace insistir hasta el final, hasta el triunfo y en su triunfo ganamos todos. Benditos sean.





jueves, 20 de noviembre de 2014

San Salvador, 18 de noviembre de 2014

Días de paz, días de amor.

Hay días en que uno se siente bendecido por la sabiduría de las cortes celestiales, los cielos claros del verano, la proximidad de la Navidad; esa época que ha dejado de ser religiosa, convertida en un huracán comercial, pero que de alguna forma conserva, creo que especial y únicamente en los que fuimos niños cuando su carácter era aún religioso, gratos y suaves recuerdos de increíble intimidad y espiritualidad; es el tiempo que nos descubre la sabiduría infinita de los más puros espíritus, de los cielos poblados de deidades, ángeles, arcángeles y potestades, que en un coro infinito, sutil y de celestiales melodías cantan la gloria de Dios. Ni idea que tan cierto pueda ser esto, pero su representación, la que vive en las zonas reservadas de mi infancia, es de un colorido y fantasía tales que vuelvo a la inocencia y me consuelo en su pureza y alegrías sencillas pero profundamente sentidas. Su simple recuerdo es un oasis de paz en mi alma, un retorno al Paraíso perdido, al lugar de leche y miel.

En esta época hermosa, el Universo parece ser mås pequeño por causa de alguna magia oculta en los meses finales del año y en su principio. Época que trae con los fríos vientos del norte, canciones de susurros, que deben escucharse en los espacios infinitos de los Paraísos celestiales, y este mundo de prosaicas realidades, que parecen juntarse levemente, tangencialmente, en esos días suaves, esparciendo en el aire aromas de manzanas, uvas y de musgos de árboles añosos y poblados de luces multicolores que reproducen el arco iris en la íntima noche de la Natividad, llena de sutiles sentimientos y suaves recuerdos que conservamos durante toda la vida.

Esas fechas son días de ojos y oídos más abiertos, como personajes de mosaicos bizantinos, como si estuviéramos atentos no a las personas, sino a los latidos de su corazón, al brillo de sus ojos, al resplandor de sus sonrisas. Regalas y recibes alegrías, no necesitas regalar cosas materiales, no, regalas abrazos, besos en mejillas heladas, compartes tu alma y sientes entonces que la humanidad es una sola. Esto me causa perplejidad, me lleva a pensar que lo que nos diferencia de otras especies es esa sensibilidad especial que poseemos, para tomarle el pulso a la vida, para comprender que no sólo de pan vive el hombre, sino también del aire hermoso de los días de fin de año, del amor por y hacia los demás, de las alegrías compartidas, que vivimos y somos realmente humanos cuando destilamos las esencias más puras de nuestra parte espiritual, inasible, pero tan real que es la que nos proporciona las más inefables experiencias de nuestra existencia.

Por supuesto, nadie está exento de tristezas o preocupaciones, pero esa atmósfera leve, perfumada y multicolor, rebaja el nivel de las mismas y los dolores son mås soportables, porque el espíritu se renueva, rejuvenece y volvemos a repensar nuestros años dorados, no porque lo sean en realidad, nosotros estamos en nuestra edad dorada, como todos los que tienen la magnífica, luminosa, vibrante edad de quince años.

Este día, contemplando el árbol que Sonia adorna cada año y que Matilda observa con asombro y nerviosa alegría, recuerdo los que mamá decoraba, con sus bolas frágiles de finas láminas de vidrio, de velas que burbujeaban sin cesar y el nacimiento de viejas de cabeza de algodón y molenderas que en diminutas piedras de moler trabajaban para toda la eternidad, el maíz de nuestra alimentación ancestral. Y pienso lo rápido del paso del tiempo y recuerdo aquel extraño verso de Prudencio: “inrepsit subito canities seni.” con qué rapidez subieron las canas a mis sienes. Me parece que fue hace un parpadeo, cuando me tiraba sobre el brillante piso de la sala de mi casa, a observar desde la perspectiva correcta, a ras del suelo, el diminuto mundo de fantasía. Recuerdo, pienso y me abandono a la paz y la armonía.

miércoles, 5 de noviembre de 2014



Homenaje a John Keats.
A Sonia.

Hay cosas absurdas. Por ejemplo, a los veinticinco años era una ridícula idea, aquella de que no me iba a enamorar jamás de nuevo. Después con los años descubrí que amar es importante, pero más, estar enamorado. Descubrí también que era más difícil. Quizás eso es lo que Keats pensaba en ese maravilloso poema " ¡Brillante estrella!, si fuera tan constante". Pienso, y puede ser que esté equivocado, es lo más probable, que es un poema al enamoramiento, no al amor, hay una sutil diferencia, tan fina y transparente que confunde, pero los años nos ayudan a distinguir con mejor certeza las infinitesimales aristas de la existencia, la compleja geometría de las relaciones amorosas. El milagro es que un poeta como Keats lo sepa a los veintitantos años, murió a los veinticinco, eso es cosa de genios y no se puede explicar. Pero para los normales seres que poblamos este mundo, entender el profundo significado de estar enamorado es un complejo ejercicio intelectual.

Amar, es inercial, estar enamorado es absolutamente dinámico, creativo y perpetuo, lo inercial se agota, lo dinámico y creativo se reconstruye, se modifica, se airea continuamente y mantiene la suave levedad de una relación amorosa, crea nuevas estructuras de entendimiento, afianza la relación en sus más profundas raíces. Keats lo piensa así, "despierto por siempre en un dulce insosiego", despierto, atento, primera condición; insosiego, movimiento continuo, segunda condición. Esa es la clave, no podemos estacionarnos en ninguna época, ni vivir de recuerdos, hay que volver cada día de la vida irrepetible, inventarse cada día, estar en un insosiego que crea circunstancias nuevas, en donde como las flores, nuestro amor se expande, se enriquece y se adapta a los cambiantes ritmos de nuestra existencia.

De ahí proviene el equilibrio: la vida y la evolución del amor propiciada por el enamoramiento. Y allí está también la desorientación; como sucede en la vida, el amor es intangible, no se basa en lo que acumulamos materialmente, sino en lo que nos expandimos espiritualmente, hay que estar conscientes que cada época de la vida tiene su encanto, para descubrirlo por supuesto, hay que abrir los ojos del alma. Que estas cosas ya no funcionan, bueno, hay que ver lo que sucede en el mundo para darse fácilmente cuenta que lo actual funciona menos, mucho menos.

Una condición es indispensable para este equilibrio, sintonía. No es impulso masculino ni femenino, es una fuerza compartida, un destello que ilumina a dos personas, que ayuda a perpetuar la belleza del inicio, del primer encuentro. El mismo Keats lo expresa magistralmente en el primer verso de su Endimión, "Una cosa bella es un goce eterno" y no hablo de la belleza física de Endimión que fue incorruptible, pero perdida en un sueño, me refiero a la belleza invisible, pero sentida, viva y despierta, interna y profunda, de aquel universo gemelo del nuestro que viaja con nosotros, entre luces y oscuridades, hacia un mismo destino, un destino compartido, deseado, querido, que con los años se convierte en fortaleza y alivio mutuo y que en un proceso de alquimia singular se convierte en uno solo y somos entonces una sola alma, un solo corazón. Estoy seguro que ese es el reino prometido, el regreso al Paraíso perdido.

Ese es el lugar al que Keats cantó en esa maravillosa estrofa, "No muere la poesía de la tierra jamás". El lugar donde moran los enamorados, en donde ni los años cuentan, ni la muerte separa.

Estar enamorado es construir el amor cada día, y eso es encontrar el lado sublime de la vida. El verdadero sentido de la vida. Keats lo encontró en el principio y fin de su efímera existencia. Es nuestro perpetuo anhelo, mi anhelo constante.

LSR

San Salvador 2 de noviembre de 2014.

Oda al verano

Dos días después de la última lluvia, todo cambió por completo, el cielo se mostró azul, brillante, nubes largas como retazos de finas sedas viajaban alegres con el viento que tenaz, moviendo también las ramas de los árboles, creaba la danza eterna del movimiento perpetuo de la incansable naturaleza. Había llegado el verano. Un olor delicioso flotaba en el ambiente, no era algo conocido, era un aroma no identificable, algo sobrenatural, alegre, dulce, como mañana en el campo impregnada de aromas de flores silvestres, brisas perfumadas y humos de maderas desconocidas.

La división entre el invierno y el verano no sólo es climática sino espiritual. Nos traslada a tiempos idos, el cuerpo y el alma se vuelven más livianos, el aire es más tenue, los pensamientos más alegres y positivos, el viento fresco del norte acaricia el espíritu y se lleva los pesares y los desencantos. Pareciera que el aire del verano calma el dolor y pinta de colores más brillantes nuestra exuberante naturaleza, nuestra imaginación y fantasías.

Ayer en el mar, vi los primeros celajes del verano, hacia el oriente sobre el imponente volcán de San Miguel, fiera dormida, que hoy respira con furia contenida, rosadas nubes, como aquellas de las auroras homéricas, alegraban el cielo que se preparaba a dormir en el oscuro lecho alumbrado por miles de relucientes estrellas. Recordé emocionado los versos puros de la Oda al otoño, del exquisito poeta Keats:

«Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,»

Y reflexioné como el mundo repite su belleza en todo momento y en todo lugar, en la rubia Albión de Keats o en la furia tropical de Alfredo Espino, en las frías comarcas del norte o en esta cálida tierra de lagos y volcanes, de verdes, perfumados cafetales y plateados cañaverales. De gentes con corazón, que luchan día a día por su futuro. Hoy en la mañana vi la primera piscucha, blanca, casi transparente que «colazeaba» como caballo relinchón, mientras sus flecos vibraban como si estuvieran ateridos de frío, recordé las lunas que papá nos fabricaba de papel de China, con colas de trapos de camisas viejas y varitas de bambú que él mismo trabajaba.

El principio del verano es la puerta de ingreso a una época maravillosa, un tiempo preñado de entrañables recuerdos y de íntima paz espiritual, producto de acontecimientos tan dispares como el día de los difuntos, de todos los santos, de la Navidad y Año Nuevo. Tiempo de recuerdos de infancia, seres queridos que nos dejaron y otros que llegan. Este verano es especial para nuestra familia por la llegada de Matilda, que une sus gritos y sonrisas a nuestra alegria familiar. Cada miembro que se agrega, mis hijos, mis nietas Andrea, Adriana, Matilda, es agregarle años a nuestra eternidad que empieza con ellas y que espero no termine jamás.

En fin, el verano nos anuncia el nuevo año, un ciclo que se cierra y otro que se abre al futuro suavemente, cargado de sorpresas y alegrías, quizás de tristezas, pero siempre lleno de esperanzas, siempre pleno de buenas intenciones de proyectos y anhelos que reflejan el alma indomable de los que amamos este país y deseamos lo mejor para él. La Navidad que se aferra amorosamente en nuestros recuerdos infantiles y su carga de símbolos religiosos y profanos, los nacimientos y árboles, que alumbran las noches frías y suaves de una época que nos envuelve en nubes de algodón de azúcar.

Quizás esos buenos sentimientos de fin de año provengan de los recuerdos de nuestra infancia que llaman insistentemente desde el pasado y volvemos a ser niños transfigurados por la vida pero niños al fin; los que somos padres lo sabemos, nuestros hijos nunca crecen, siempre son los niños que vimos crecer, los que caminaban inseguros por el jardín de la casa, los que curábamos de sus heridas y raspones. Los que amamos incondicionalmente, porque son sangre de nuestra sangre.