lunes, 2 de abril de 2012

David poeta II

David poeta.
Segunda parte.
A David Escobar Galindo.
Ganador del Premio Mundial de poesía mística.


David es un alma que nos deja perplejos. Las verdades recónditas, reservadas, de su lenguaje poético nos conducen hasta el borde mismo de la realidad o de la divinidad, nos llevan hasta el límite mismo del espacio intelectual en donde termina lo terrenal y nos adentramos en el
místico espacio de los secretos estelares y celestiales, pero luego, en un acto de magia insuperable, con un verso, una mágica frase, nos trae de nuevo a esta realidad concreta de nombres y pasiones precisas, de sentimientos compartidos, nos trae de nuevo al reino del amor terreno con todas sus celestiales implicaciones y con un estupor gozoso pero indescriptible, nos sentimos de nuevo cómodos en el mundo de los sentidos que comprenden el significado de ser, en sus formas más concretas.

“Entre las sábanas, despiertos, oímos los movimientos de las estaciones.”

Vive y poetiza el instante tremendo de la agonía del amor más puro y curiosamente se queda mudo ante Dios. El dolor, la impotencia, nos desorientan, nos ocultan los límites de la vida y nos sumergen en la mística dinámica del no saber que hacer, del no saber que oír, del no saber que pedir.

“Me tiene Dios a prueba.
El hilo de mi luz depende de unos ojos en la helada penumbra….
Mi madre duerme. Yo velo ese descanso del que no tengo antecedentes.
Y por primera vez ignoro si mañana será otro día.
Él, en la prueba que me ha puesto, está más sólo y más desvalido que yo.”

Sube hasta Dios y luego no lo encuentra o lo cree tan débil como él, su fe se tambalea, pero se muestra sublime. Pero, insisto, vuelve a la imperturbable realidad, si así no fuera, caeríamos, a causa de sus versos, por el borde de la razón, en el vacío intelectual y nos perderíamos en el infinito mundo de sus lucubraciones poéticas y quien sabe si podríamos salir de ellas. Pero es un guía bondadoso, paciente y nos conduce por el camino del misticismo con plena seguridad de lo que hace.

“Me quedo solo con mi eternidad.
Me quedo solo con mis cinco minutos.
…Me quedo solo.
Y Dios dentro de mi, es el custodio inexperto de esta soledad. “

Recupera David la fe, no absolutamente, pero empieza ver la luz. Se convierte entonces en mago de magias hermosas, constructor, arquitecto de versos y palabras, de sombras y luces, malabarista de ideas que se transforman en rosas y aromas, en mirtos y azucenas, de luces pirotécnicas que recuerdan aquellas que pintaba Mario Araujo Rajo. David es uno más de los pintores de este país, pinta con su verbo colorido, apasionado a veces, sereno y sosegado en otras, exacto y preciso con su bisturí de métricas que cortan con alta precisión las oscuridades que cubren la luz de las palabras, para mostrárnoslas orgulloso, casi olímpico, desde su memoria lejana, perdida en sus recuerdos, mirando hacia el futuro como hacían mis amados griegos.

“Que dulce es de repente
Sentir que Dios florece a nuestro lado.
De pie junto al vitral
Acomodado en una silla,
Despierto entre los lirios de la noche que vuela.”

Versos perfumados, llenos de esa luz mágica de los vitrales de las catedrales góticas, y con ello, nos sumerge en el espacio místico y sublime de la divinidad hecha luz, hecha perfume, que nos envuelve en su manto de nubes y luces en el sueño en que Dios nos sueña.

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