martes, 31 de diciembre de 2013

San Salvador, 31 de diciembre de 2013.

Ars longa, vita brevis.

Quizás lo que me conmueve del fin de año, es que no dejo de escribir sabiendo que estos mismos años que pasan me olvidarán, me borrarán de sus memorias y se perderán mis letras, mis palabras y frases, como se pierden en el mar los frágiles barcos. Pero hay una necia necesidad de deshacerme de ideas que se agolpan en mi mente, una imperiosa orden que surge de lo más hondo de mi ser, que me impele a escribir sin descanso. Pues si descansara, dejaría de escribir y si dejara de escribir moriría. Así es esta pasión irrenunciable y voluptuosa, este amor posesivo que acaba sólo con la vida, porque escribir, más que una necesidad, es una razón para vivir, es una forma de plantarse en la vida, para producir espejismos, sombras pasajeras y olas en el agua, de llover sobre los ríos, una forma de vivir en otros y de morir sólo en uno mismo.

Mi reino no es de este mundo. Está oculto en los meandros de mi mente, en los rincones ocultos de la fantasía. Como dijo aquel gran sabio que fue Nicolás de Cusa, el Universo y yo añado la mente, es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Porque ¿dónde están las ideas, dónde los pensamientos, donde los historias que se tejen en mi fantasía? Sí, les damos un hipotético lugar, la mente, el corazón, antes fueron otros órganos, pero ¿quién puede asegurar su verdadero asiento?

Escribir es asombrarse siempre. Es despertar continuamente a la realidad. Verla desde mil perspectivas diferentes, aprehenderla en su esencia. Es admirarse de la genialidad humana o de su estupidez, de nuestros aciertos y de nuestros fracasos, de aquí surgen las tragedias. De la felicidad compartida, no creo que exista otra, aunque se dice que la felicidad está dentro de nosotros, pero si no la compartimos no se materializa, no se disfruta, no se sabe de su existencia, de ahí el optimismo, la poesía romántica, la mística y las apologías. Aunque todo depende del carácter del escritor. Creo que estoy hablando de mi mismo, que suele ser un tema recurrente, creo que de todos los que escribimos. Toda historia tiene algo de autobiográfico, la literatura sólo deforma, traduce y por supuesto, engaña.

Pero ¿acaso no es la vida sueño? Ya Calderón presentía esa dicotomía existencial. Y si es sueño pues es engaño, al menos no es realidad, no substancial, pero difícil de negar. Sobre todo cuando como Séneca nos asombramos y lamentamos de la brevedad de la vida, y entonces sí que parece sueño. A mi, los setenta años me tomaron por sorpresa. La vida infinita que quedaba entre los quince años y los setenta, lo recuerdo muy bien, se agotó en un instante. El prolongado viaje a Ítaca se convirtió en una obra de un solo y exiguo acto, que se diluyó en el tiempo sin que tuviera tiempo de ser consciente de ello y sin alternativa para hacerlo más lento o prolongar su duración, los años implacables se sucedieron y se suceden cada vez a mayor velocidad, como se dice vamos en bajada y pedaleando.

Sólo los recuerdos nos permiten vivir un instante miles de veces. Esa es quizás la solución a la brevedad de nuestra existencia, recordar es volver a vivir y si tenemos fantasía mejoramos de mil maneras esa miserable realidad transitoria y efímera, cuando escribimos la adornamos, la transformamos, la volvemos infinita en sus formas y eterna en su obstinada repetición, ahí está la clave de escribir. Nos volvemos eternos, al menos para nosotros mismos y para aquel amable lector que nos lee.

Sí, me olvidarán los años, pero en el recuerdo de alguna persona, alguna frase de mis escritos quedará colgada de las ramas del árbol de su memoria, a esa o esos, gracias por siempre, porque viviré hasta que desaparezca de sus viejos recuerdos y de su desconocida compañía.

LSR.

lunes, 30 de diciembre de 2013

EL VERANO OLVIDADO

¿Quién lee diez siglos en la historia
y no la cierra al ver las mismas cosas de siempre
con distinta fecha?
León Felipe

A los tecleños de corazón.

Recuerdo casi todos mis veranos que son muchos. Ha arribado uno nuevo. Veranos que traen aromas de nostalgia, de vacaciones escolares, de piscuchas y barriletes, lunas les decía mi padre, de montañas verdes, ronrones, chiltotas y cielos furiosamente azules; cielos de algodones estirados por el viento que hace vibrar el aire y revitaliza los corazones. En Santa Tecla, mi segunda ciudad, adoptiva de corazón, la ciudad de mi inconsciente infancia y mi más inconsciente juventud, los recuerdos quedaron colgados de las ramas de los árboles del parque Daniel Hernández, coloreados por las jacarandas que Enrique Averle pintaba para el futuro, utilizando palmeras por pinceles.

Ayer pasé por el viejo parque y lo encontré remozado, juvenil y diríase que hasta coqueto, mas no íntimo. Me senté a contemplar el nuevo quiosco que recuerda bastante bien aquel de mi recuerdos y una gota de agua del viejo pozo de mis memorias creó ondas en el tranquilo lago de mi realidad. Recordé de pronto a aquella que había olvidado, la que bailaba conmigo alrededor del viejo quiosco, mientras las ráfagas del viento de octubre despeinaban la luna. Aquella vieja amiga que se perdió en el olvido oscuro de los amores profanos. De las pasiones juveniles que guardamos con un poco de pena y un mucho de alegría.

La de aquel verano fue una pasión explosiva, primaveral, como dicen los poetas, turbadora pero sin las impurezas del tiempo. De esas que dejan aristas vivas en el alma, que nos muestran por vez primera la potencia ilimitada y desconcertante del amor y que generan momentos fulgurantes en la vida, instantes quizás de minutos u horas, pero que se graban en lo más profundo del alma.

Después de las cervezas en el desaparecido Memo´s, donde aprendimos a beber multitud de amigos, algunos ya idos. Ya entrada la noche, entre neblinas y vientos, entre tríos y solistas de tangos, terminábamos siempre sentados alrededor del antiguo quiosco, comentando los secretos de la vida. Ahí llegaba siempre, furtiva y coqueta Carmen, tenía entonces la florida edad de catorce años y una experiencia de siglos, no necesariamente mala, entendámonos.

Las ciudades eran la esencia misma del provincialismo, cerradas al exterior, cotos privados de emociones, amoríos y escándalos de íntima propiedad; sólo los habitantes de cada una tenían derecho a conocer los detalles, las circunstancias y el desenlace de las tragedias o festividades. Las noches concentraban dicha intimidad provinciana y entonces éramos como duendes poderosos, conocedores de los más arcanos secretos de la ciudad que desvelábamos por conducto de los policías municipales, músicos y vendedoras de billetes como Carmen y otros enterados de la ciudad que no dormían y le sacaban el jugo a la vida hasta que el sol salía.

Las noches en la vieja ciudad eran realmente noches de frío, el boscoso y neblinoso parque era una especie de santuario, en donde oficiábamos los más extraños ritos, en los cuales, la más pura democracia afloraba y no había pobres ni ricos y la condición social era una categoría inexistente, absolutamente desconocida.

Carmen fue la luz brillante, el faro, de una efímera parte de mi vida, un soplo fresco, una ráfaga de viento acariciadora, una guía de luces navideñas intermitente, alegre, llena de significados y a la vez sencilla y espontánea como las mejores y más puras verdades.

Fue una de esas noches entre místicas y fantasmagóricas, de luna y vientos de los cuatro puntos cardinales, que arremolinaban la neblina creando pequeños e hirientes tornados, los cuales se escapaban entre las ramas de las jacarandas y las peinetas de las palmeras, creando figuras dibujadas con nubes diluidas y rayos de luna.

Se sentó a mi lado mientras el choco Daniel tocaba Nostalgias, el viejo, así lo veía yo, pero ignoro cuantos años tenía en ese entonces, destrozaba el tango con un sentimiento que más que la de la música denotaba la inmensa soledad del trovador. Quiero por los dos mi copa alzar, cantó de pronto, esa fue la frase de la iluminación, el Nirvana de la noche. ¡Copas!, exclamé de pronto, ¡copas!, necesitamos copas y vino. Carmen se levantó y con una sonrisa de kore griega iluminándole el rostro dijo: yo sé dónde encontrar copas. ¡Mi corazón por una copa Carmen!, le dije. Ella se acercó desafiante, me dio un beso y exclamó dirigiéndose a todos: trato hecho.

Se fue con sus pies bailando sobre el piso de las sendas diagonales del parque, era una niña; desapareció por un túnel de niebla mientras Daniel desgranaba notas de la guitarra y reventaba las cuerdas de la emoción. La marea baja de la noche llegó con el término de las canciones, mientras Carlos en su Hillman conseguía el vino y esperábamos a Carmen.

El viejo reloj de números romanos de Concepción dio las doce, mientras los ángeles daban la vuelta a la página del día. Escuchamos en silencio reverente las doce campanadas, aún resuenan en mis oídos en las noche frías de diciembre, y luego comenzamos de nuevo a platicar para atemperar la espera de los utensilios del ritual maravilloso que todos, policías y amigos, esperábamos con tensa expectación.

Imposible saber de dónde habían salido, ni quise preguntarle, Carmen regresaba con una caja pequeña en la que venían seis primorosas copas. Las colocó sobre una de las bancas y nos sentamos juntos a esperar a Carlos que aún no llegaba. Ella, junto a mí, contemplaba con ojos de alegría contenida el grupo. Estaba bella y fresca como un durazno, sus vellos rubios brillaban con las luces mortecinas, rojizas de los viejos faroles del parque y sus ojos color de claras esmeraldas, devoraban la vida con fruición. Por su rostro circulaba la savia luminosa de los primeros amores que nunca envejecen, en ese instante éramos eternos, la noche nunca acabaría y el día jamás llegaría, estábamos domando los caballos que arrastran el carro del sol. Las estrellas lograron apartar por un instante la niebla y dibujaron en cielo, fugazmente, un sembrado de diminutos girasoles.

El vino, cinco botellas, llegó y con él, la alegría. Quisieron entristecer el ambiente de nuevo los tangos, pero nuestra felicidad fue más poderosa y el verano feliz se apoderó de nuestros espíritus. Bailé con Carmen alrededor del quiosco, mientras Daniel nos perseguía. Con las copas en la mano, parecíamos la imagen de la felicidad, derviches infieles que entrábamos en el éxtasis del amor, de la inconsciencia feliz de la juventud, que no tiene límites.

El parque giraba, no nosotros, que envueltos por una nube de emociones nos volvía invisibles y absorbíamos las más puras esencias del Universo; la ternura nos envolvía como un capullo de seda y en los doce espacios de la medianoche transitamos todas la emociones y los afectos de la vida, hablamos como si nos conociéramos de siempre, mientras bajos nuestros pies crujían la hojas y en el aire, el rumor del viento, volvía secreta nuestra plática.

El vino corrió de prisa y nuestras mentes se desbordaron; se agregaron otros amigos y otras mujeres y la reunión se convirtió en carnaval. La madrugada nos tomó de sorpresa y la luna se ahogó por el lado de los chorros mientras el sol se presentía rosado y dorado por el parque San Martín.

El ritmo decreció con la hora y entre mis brazos, aterida de frío, Carmen dormía mientras un zapato colgaba de su pie y yo con la última copa de vino, brindaba como Omar Kheyamm por las doncellas del Universo, las flores y los árboles, las estrellas del cielo y el amor; deseé como él, ser enterrado bajo un árbol en flor, quizás un carao o un mirto cuyo aroma es el aroma de mi infancia, de mi abuela, de mi ciudad natal.

La desperté con cariño, con dulzura, no sin antes haber contemplado su rostro de niña, luminoso, puro, perdido en las ciudades del sueño, donde nada es mortal, donde se vive capítulos perdidos de la eternidad. Abrió sus ojos y estiró sus brazos sobre su cabeza mientras sonreía. La besé con toda la ternura que encierra el alma adolescente, contemplé su rostro dorado, sus ojos cerrados y di gracias a Dios, como siempre lo he hecho, cuando me encuentro con Él.

Caminamos tomados de la mano, ateridos de frío; el viento había ya hecho limpieza en el cielo y las estrellas brillaban juguetonas en el firmamento, antes que la Aurora de rosados dedos, aquella que ya había contemplado Homero y sus héroes, las engullese sin piedad. Contemplando las estrellas se nos hizo de día. Bella, auténtica, sin complicaciones, todavía inocente, Carmen reía conmigo, nos reíamos del Universo, de las guerras y desastres, de la pobreza del mundo, porque en ese instante maravilloso de coros celestiales, de algarabía de pájaros madrugadores, el amor, nuestro amor era realmente nuestro y único, éramos la felicidad en medio de la nada.

¡Amor mío!, exclamó mirando con temor mis ojos. Fue la primera vez que oí esas dos palabras; por gracia de Dios las escuché desde lo profundo de la inocencia y la ingenuidad; inicié así mi ascensión privada y me diluí en sus pensamientos, en su boca, en su mundo de pobrezas y me sentí, por primera vez en la vida, un ser humano real, hermano de todos mis hermanos. Abrazados, tomados del alma, recorrimos las cinco cuadras a su casa, a su mesón, la noche perdía su batalla con la luz, pero nosotros habíamos ganado la más excelsa de todas.

En una semana sería Navidad, el viento entonaba villancicos y nosotros, como Mendelssohn, cantábamos canciones sin palabras. Canciones que sólo el alma escucha, que sólo es posible cantarlas cuando se tiene quince años, antes de la pérdida de la inocencia, antes que el alma abra sus puertas al universo, o que el mundo descubra su fragilidad.

jueves, 26 de diciembre de 2013

San Salvador, 26 de diciembre de 2013.


Elegía de fin de año.

No me resta más que llorar por mi pueblo. Me insisten, incluso he leído, que estamos en una época maravillosa, en general es cierto, a nivel global. El mundo ha recorrido una distancia asombrosa, desde los albores de la civilización, supersticiosos, crueles, sanguinarios, hasta nuestros días de tecnologías increíbles y adelantos fantásticos, que nos hacen la vida más fácil y llevadera. En general, la justicia y el respeto a los derechos humanos, son infinitamente mayores hoy en día en ciertas partes privilegiadas del mundo, aun en nuestro país el progreso es notable, aunque muy imperfecto todavía.

Pero sí se puede llorar sobre algunos aspectos importantes de nuestra vida nacional. Llorar en el sentido figurado y aun en el literal. Yo sé perfectamente, lo tengo muy claro, que las cimas de perfección que aspiramos cada vez con más vehemencia mientras acercamos a nuestro final, son lugares inhabitables, no por que lo sean en sí, sino por su inalcanzabilidad.

Siempre soñé con un país de gente feliz. Lo quise desde mi infancia, en la plácida inocencia de mis primeros años, pero que era imposible, también lo vi desde mi niñez; mi padre poseía fincas y eso me permitió, no sentir en carne propia, pero si observar las distancias galácticas de los adinerados con respecto a los miserables de este país. Esas fueron mis primeras lágrimas. jamás se me ocurrió ni se me ha ocurrido tomar las armas por ellos. No soy hombre de violencias, ni físicas ni emocionales, aunque en ocasiones, mea culpa, he caído en tentación.

En la juventud me di cuenta que todo se debía a la existencia de estructuras obsoletas, injustas y crueles, que provocaban una dolorosa, odiosa y asimétrica distribución de la riqueza; fui consciente pero no hice nada, no había sufrido. Fueron los años, los tercos años, los que poco a poco, me hicieron rebelarme, intelectualmente, contra una situación que superaba nítidamente mi paciencia. Pudiendo haberlo hecho, nunca hice uso de las propiedades que heredé. No podía hacerlo. No estaba en mi seguir el juego de un Estado sostenido por una burguesía, no infame, como se quiere presentar en ocasiones -papá y muchísimos otros de su época, eran buenos hombres, productos genéricos, de un mundo que era así- avalada por una iglesia aristocrática, que despertó de su letargo milenario hace unos cincuenta años, aunque algunos todavía duermen.

De ese fallo estructural, cruel e infinitamente injusto surgió el caos. Ese oscuro período del cual aún no salimos y que destruyó, a veces muy injustamente y sin hacer reparos de ninguna clase, un mundo del cual no rescatamos ninguna de sus partes amables, de sus esquemas funcionales, ninguno de sus valores y nos perdimos en el marasmo de la pos modernidad brutal, despiadada e irreverente. A eso debemos agregar, que naufragamos en el gran tsunami de la globalización, caímos en el consumismo aberrante y decadente que lanzó nuestro pueblo ignorante por la senda del desenfreno hedonista que ahora nos ahoga en una perpleja pobreza, a veces inconscientemente.

Lloro por lo que hemos sufrido y por lo poco que hemos avanzado, en algunos aspectos retrocedido, lloro por las virtudes perdidas, por la paz masacrada, por la miseria infinita, por la falta de educación, hemos perdido medio siglo de vida y de alegría, casi para nada.

Baruch de Espinosa se pasó la vida hablando de Dios, pero no era el Dios del lenguaje ordinario. Hablaba de su Dios, lo que nos falta. Dijo además, algo muy interesante: " el deseo es la esencia misma del hombre". No es la razón, aunque parezca que es lo más inteligente, pero ésta después de siglos, al menos desde el punto de vista de la humanidad, no nos está llevando a ningún lado. Au contraire. Quizás en lugar de la razón, lo que nos saque de este brutal estancamiento, sea el deseo de ser felices, de ser justos, de ser libres, de ser seres de paz y amor...quizás.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

San Salvador, 17 de diciembre de 2013.

Feliz futuro.

2013 no ha sido un buen año, tampoco malo; los salvadoreños tenemos recuerdos encontrados de un año frustrante y confuso, un año que difícilmente nos permite atisbar en nuestro futuro, pero creo en la bondad y el amor y eso es bastante para confiar. Cuando enfermé me deslumbró una Iluminación que no esperaba, mi Dios me dio tiempo extra, he hecho y haré lo que tengo que hacer y escribir para corresponderle. Ese Dios que a algunos les parece extraño, pero que a mi me reconforta y me impulsa a ser mejor.

Mis amores, mi familia están conmigo, sobre todo su esencia; mi espíritu está fuerte y mi alma en paz, Dios me ha dado en esta vida todo, bienes materiales, espirituales, intelectuales, quizás más de lo que merezco, Él sabrá por qué; me ha librado de los apegos, esto es una bendición invaluable, pues las posesiones nos atan a las circunstancias de la vida creando vínculos que distorsionan nuestra visión de la realidad y nos roban la libertad, hoy, que de ciudadanos nos hemos convertido en consumidores, liberarse de los apegos es fundamental para encontrar la felicidad y la libertad. Mi vida es ahora hermosa, no importa la enfermedad, todo lo que amo está a mi alrededor, mis libros, mi arte, me hacen compañía, mi esposa está siempre a mi lado y mis hijos están bien, ¡qué más puedo pedir a la vida!

Esta tierra que tanto he amado, amo y amaré, por el contrario, viaja a la deriva, mal dirigida y peor cuidada, perdida, sin rumbo fijo, viajamos sin sentido de nación, no somos ni izquierda ni derecha, ni socialistas ni capitalistas, ni cultos ni ignorantes, mediocridad en todos lados, pero especialmente en el gobierno, no sólo en éste. El Salvador es un negocio de pocos en detrimento de muchos. Y lo más trágico es que desperdiciamos nuestra inteligencia, porque !vaya que hay talento entre nosotros!, mucho talento. Jóvenes de gran creatividad que no tienen oportunidad de expresarse, de demostrar su frescas ideas necesarias para transformar este desangrado país, víctima de la injusticia, del crimen organizado, del mal en toda su perversidad. En ellos, en la conciencia nueva de ciudadanos vigorosos que no comprenden por qué este país no puede cambiar. En ellos deposito mi esperanza y con Stéphane Hessel, los insto a indignarse y empezar acciones para cambiar este país hundido en la miseria, en el desorden, en la desgracia de los partidos políticos. Hacer brillar las ideas de justicia real, real libertad, de progreso humano. Los invito a rebelarse contra el consumismo, volver a la cordura; años difíciles nos esperan, pero el sacrificio y el esfuerzo valdrán la pena, si al final eliminamos esta corrupta clase política y creamos un proyecto de nación justo y viable.

Por ellos pienso también que hay esperanzas, pero debemos de actuar con la conciencia clara de que además de resolver nuestros problemas personales, debemos de servir al país, no servirnos de él como los actuales gobernantes, que despilfarran nuestro dinero en lujos y banalidades. No podemos reclamar a la patria si no aportamos nada, no podemos ser mejores como sociedad, como nación, si cada uno de nosotros no es mejor y contribuye con su grano de arena haciendo cada quien lo que le corresponde, de la mejor y más honrada manera posible, para la consecución de un país transparente y justo en donde podamos vivir con Dignidad y con Libertad, para ello es necesario luchar contra el sistema caduco que nos mantiene esclavizados a unos gobiernos, que han demostrado hasta la saciedad, su absoluta ineficacia.

Sólo así nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, vivirán plenamente y alcanzarán el éxito que les deseamos con todo nuestro amor y con el éxito, la felicidad que es lo que todos buscamos y que es también lo que le deseo a mi pueblo, a mis amigos, desde el fondo de mi corazón. Que mi Dios nos bendiga a todos.

Luis Salazar Retana.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

San Salvador, 5 de noviembre de 2013.

Ignorancia y Libertad.

Es imposible considerar que en la ignorancia encontremos la Libertad. Quien no piensa como yo es un imbécil, esto dice una mitad del mundo y la otra mitad responde de la misma manera. Las dos son formas químicamente puras de la ignorancia. Después de la Segunda Guerra Mundial y de las atrocidades de ambos bandos, aunque parece que sólo los alemanes las cometieron, cosa en la que no coincido, se trató de crear una conciencia clara de lo que deberíamos hacer para no caer en ese mismo error. Las palabras del escritor, poeta y ensayista mexicano Torres Bodet, entonces delegado de México para la creación de la organización de la comisión para la cultura y las ciencias, son un ejemplo de lo que se predicaba y no se cumplió, decía él: «abordar en la historia humana una era distinta de la que acababa de terminar». Un orden del mundo en el que ningún Estado pudiera colocar un telón en torno a su población ni «adoctrinarla sistemáticamente con ayuda de unas pocas ideas angostas y rígidas». Una época en la que reinaría «un auténtico espíritu de paz» porque las ideas circularían libremente de una nación a otra, y porque, en lugar de ser amaestrados, idiotizados y manipulados por las ideologías totalitarias, los individuos serían educados para servirse de su razón.” Lo cito del libro de Alain Finkelkraut, “La Derrota Del Pensamiento."

Pero es que hemos hecho exactamente lo contrario en los últimos setenta años. Hemos negado la educación a nuestros pueblos, indoctrinado de acuerdo a las ideas imperantes, por exóticas que estas sean, por injustas que sean, por totalitarias que sean y hemos llevado ignorancia a través de la manipulación social y política a nuestros pueblos y, desde finales del siglo pasado no sólo los gobiernos sino las grandes transnacionales, imperios económicos voraces, sedientos de dinero y absolutamente sin escrúpulos, deshumanizados y perversos en su accionar, que comercian a nivel global con el dolor y la miseria humana. Venden consumismo, armamentos, crean guerras y confusión sobre el planeta. En el Medio Oriente, Asia, África y en América Latina, las dictaduras manipulan e idiotizan a buena parte de los ciudadanos, de otra manera es inexplicable que países con recursos casi ilimitados vivan en las condiciones que viven. No hemos desarrollado un auténtico espíritu de paz, mucho me temo que las guerras del siglo XX y XXI son más odiosas, crueles y abusivas que las de cualquier siglo anterior, veamos sino la guerra de Irak, fundamentada en una burda mentira, que dio lugar a la mal llamada "Primavera Árabe", de resultados más que dudosos, de trágico y desconocido final.

Todo esto debido a que las grandes grandes naciones dejan caer subrepticiamente sobre la conciencia de los ciudadanos del mundo un velo de ignorancia, ocultando la realidad económica, social y política que oscurece la verdad en todas partes y somete a los pueblos, incluidos a los más "civilizados", a penurias sin fin y a una pérdida de ganancias sociales duramente conseguidas a través de siglos.

Desde esa negra perspectiva comprendo con claridad que El Salvador está perfectamente inmerso en la vorágine de la ignorancia provocada y de la endémica ignorancia de un pueblo poco educado. Los adoctrinamientos políticos y sociales extremos de la derecha y la izquierda y de todo el espectro político nacional, ayudados por quinta columnistas y plumíferos en ambos bandos, no sólo causan confusión sobre el pueblo ignorante, sino una auténtica catástrofe intelectual que nubla la razón y desata las más bajas pasiones. Esto recrudece la confrontación y aumenta la incomprensión de la verdad con el consiguiente aumento de la ignorancia, que mantiene a los pueblos en campo de la más salvaje manipulación. Realmente pienso que sólo la verdad y la educación nos hace libres, y ella se encuentra en la reflexión y en la virtud, no hay otra alternativa, ni otro camino. Los extremos nos llevan al despeñadero, a la miseria y la esclavitud. Nosotros elegimos.

martes, 3 de diciembre de 2013


San Salvador, 28 de noviembre de 2013.


Estoy harto, estoy cansado.
A la manera de Bill Cosby.

Porque a él le escuché algo como esto, que a mi me sucede. Tengo setenta años y estoy cansado de los religiosos estridentes, gritones, escandalosos, estoy cansado de tanto traficante de Dios que engaña y manipula a la gente con el cielo y el infierno; cansado de que se tenga que dar explicaciones a los homosexuales, lesbianas y transexuales como si fueran ellos lo mejor del mundo, en todo caso, iguales a cualquier grupo, sin privilegios especiales, como cualquier minoría. Cansado de la falsa gramática de género y otros absurdos idiomáticos. De que la izquierda es virginal y celestial que nunca ha hecho nada y que la derecha es una mierda y que todos son unos corruptos, conozco gente buena y decente en ambos lados, gentes que creen en lo que hacen sin distingos políticos, que piensan en El Salvador.

Harto de oír que la medicina cubana es extraordinaria, no cabrían los enfermos del mundo en la isla, miren lo que le pasó Chávez, quizás aquí le hubiera ido mejor, sé lo que digo, padezco de cáncer desde hace casi cinco años y me han mantenido aquí excelentes médicos salvadoreños y he visto en el hospital que me atiende, gente de Centroamérica, México y Suramérica. Estoy cansado de la prepotencia del presidente, de los políticos, de los que se reeligen, de los dictadores y presidentes populistas y crueles del mundo; estoy harto de la asamblea constituyente, así con minúscula, estoy cansado de los diputados y sus turbiedades, de su falta de ética y de sus sinvergüenzadas, de sus salarios, de sus guardaespaldas, de sus carros de lujo, de sus bonos, de su falta de real compromiso con el pueblo necesitado de este país, de la corrupción de este país; cansado de las maras criminales, de los buses y sus eternos abusos que nadie detiene ni tiene intención de hacerlo; de las trabazones de los trabajos de propaganda Estoy cansado de Roque Dalton y sus leyendas, algo bueno hizo, pero genio, ni de lejos. Estoy cansado de los que andan de partido en partido, donde mejor les pagan, personas de alquiler, baratas y desechables; estoy harto de la traición, de la falta de seriedad, compromiso, de los políticos y partidos políticos.

Cansado de todos de los bancos y comercios leoninos y ladrones, de los que venden armas, de los que venden drogas, de los violadores, de los asesinos; estoy harto de la derecha sin escrúpulos, ofensiva, insensible e insolidaria. Estoy cansado de que se violen las leyes a cada instante y decepcionado de que no se haga nada al respecto. Estoy cansado de ver que los hospitales no tienen medicinas, que no hay médicos amables, que en el Seguro tratan a los pacientes con negligencia y hasta ofensivamente.Y cansado de ver que no se hace nada. Estoy hastiado de todo este desorden, incompetencia y falta de virtud.

Estoy realmente agotado. Harto, decepcionado que un medio extraordinario como Internet, se haya convertido en un instrumento de espionaje de las grandes potencias que violan cada segundo la privacidad del Universo, y después quieren meter preso a los que los descubren o cobrar multas millonarias al que baja una canción, un libro. Qué vergüenza. Estoy harto de las transnacionales que mandan más que los gobiernos, que compran funcionarios y países, y nos envuelven en la insania del consumismo alienante. Estoy agotado, realmente cansado de las mentiras de los políticos de todo el mundo, pero especialmente de este país, desangrado, engañado, estafado por ambos bandos dominantes, sometidos a las peores mentiras y manipulaciones, en donde izquierda y derecha son un núcleo de millonarios que controlan a su antojo el país, alejados de la democracia, de la justicia y de la paz, mientras el pueblo se debate entre la pobreza y la desesperación.

Que Dios nos proteja de todo mal y nos libre de estos modernos filibusteros, traficantes de Dios, de drogas y seres humanos.

lunes, 2 de diciembre de 2013

San Salvador, 25 de noviembre de 2013.

Las criaturas de mi jardín imaginario.

A mis hermanitos, los niños con cáncer.

Lo construyo desde mi infancia e incluye un circo pequeño. El jardín, por una magia que desconozco, puede albergar cualquier número de maravillas, plantas y un sin fin de mariposas e insectos que jamás escapan de su dominio. Sus árboles tienen troncos de pieles de los animales que llegan a morir a sus raíces o sus ramas, como si ellos fueran su cielo, de ocelotes, tigres dorados y albinos, algunos con púas como puerco espines y colibríes de colores cambiantes como alas de mariposas. Sus hojas son de rubíes y esmeraldas, pero los bananos, tienen hojas de jade y los helechos están hechos de virutas de topacios y aguamarinas. Se parece ese jardín imaginario a los del aduanero Rousseau y los animales no se parecen a los que están en los zoológicos, sus pieles son más finas y sus cuerpos más estilizados. Cuando el viento del norte sopla sobre él, miles de arpas suenan al unísono y entonces al jardín se llena de chispas de colores y melodías de otros mundos que dibujan sueños.

Porque el jardín vive sólo en mis noches y sueños tranquilos. Sólo entro a él cuando el día ha sido feliz o la mañana placentera. Es una especie de barómetro que mide mi paz interior y mi felicidad. Es el jardín que todos llevamos dentro pero que debido a nuestras preocupaciones, trabajos, nuestro sobrecargado cerebro, se nos impide visitar y volver a la infancia para recordar cuando fuimos puros y sinceros, reales y sin máscara.

Allí viven animales maravillosos, suaves y encantadores, pero también monstruos que viven agazapados bajos zarzas de obsidiana con espinas de ónice. Nunca despiertan si no llevas el mal en tu corazón, si no llevas consigo miedos. Es el Jardín de las delicias, donde retornamos a la inocencia. No hay ángel con espada flamígera a la salida ni a la entrada, somos nosotros los que nos vedamos su ingreso con nuestros temores. Sus caminos ondulan a través de helechos y magnolias de porcelana, de gardenias y rosas de la montaña. En la noche, esos caminos como ríos de lapislázuli, se iluminan con farolas de luciérnagas que llenan el espacio de vibraciones luminosas y colores de aureolas boreales y una especie de estupor reverencial se apodera de mi.

En el centro está el árbol del bien. Es un arbusto de poca altura, su tronco delgado como serpiente cambia de colores durante el día y durante la noche posee iridiscencias infinitas que superan el arco iris. Bajo su luz o su sombra, músicas celestiales, sublimes y turbadoras, descienden sobre nuestra consciencia, son músicas que no se captan con los oídos sino con la mente y penetran hasta lo más profundo de nuestro ser. Su fuerza emotiva es tal, que jamás he logrado soportarla por mucho tiempo.

A su lado está el circo, pequeño como todo la que hay en el jardín, no hay elefantes ni jirafas, una vez llegó una pero el cuello se salía de la carpa y el elefante no cabía por la puerta. Todo es proporcionado a su dimensión. En cambio hay ciervos enanos, tigres miniaturas, perros de toda clase, ardillas, conejos vestidos de frac, que parecen pingüinos orejudos. En el centro de la pista está un espacio donde un niño hace increíbles contorsiones y donde desfilan mariposas y libélulas, al son de una banda de cascanueces rusos multicolores.

El jardín es el lugar donde guardo mis recuerdos. En los paredones están los carros de juguete con los que jugaba de niño; en un armario vetusto con haladeras de cerámica, los libros del Tesoro de la Juventud, en los que aprendí a amar la literatura, mi primer microscopio, cuadernos de mis primeros grados con dibujos a tinta china y la pluma que me regaló papá. Es el lugar donde fui inocente y feliz. A donde voy cuando quiero serlo de nuevo. El jardín que deberíamos visitar todos.
San Salvador, 25 de noviembre de 2013.

Las criaturas de mi jardín imaginario.

A mis hermanitos, los niños con cáncer.

Lo construyo desde mi infancia e incluye un circo pequeño. El jardín, por una magia que desconozco, puede albergar cualquier número de maravillas, plantas y un sin fin de mariposas e insectos que jamás escapan de su dominio. Sus árboles tienen troncos de pieles de los animales que llegan a morir a sus raíces o sus ramas, como si ellos fueran su cielo, de ocelotes, tigres dorados y albinos, algunos con púas como puerco espines y colibríes de colores cambiantes como alas de mariposas. Sus hojas son de rubíes y esmeraldas, pero los bananos, tienen hojas de jade y los helechos están hechos de virutas de topacios y aguamarinas. Se parece ese jardín imaginario a los del aduanero Rousseau y los animales no se parecen a los que están en los zoológicos, sus pieles son más finas y sus cuerpos más estilizados. Cuando el viento del norte sopla sobre él, miles de arpas suenan al unísono y entonces al jardín se llena de chispas de colores y melodías de otros mundos que dibujan sueños.

Porque el jardín vive sólo en mis noches y sueños tranquilos. Sólo entro a él cuando el día ha sido feliz o la mañana placentera. Es una especie de barómetro que mide mi paz interior y mi felicidad. Es el jardín que todos llevamos dentro pero que debido a nuestras preocupaciones, trabajos, nuestro sobrecargado cerebro, se nos impide visitar y volver a la infancia para recordar cuando fuimos puros y sinceros, reales y sin máscara.

Allí viven animales maravillosos, suaves y encantadores, pero también monstruos que viven agazapados bajos zarzas de obsidiana con espinas de ónice. Nunca despiertan si no llevas el mal en tu corazón, si no llevas consigo miedos. Es el Jardín de las delicias, donde retornamos a la inocencia. No hay ángel con espada flamígera a la salida ni a la entrada, somos nosotros los que nos vedamos su ingreso con nuestros temores. Sus caminos ondulan a través de helechos y magnolias de porcelana, de gardenias y rosas de la montaña. En la noche, esos caminos como ríos de lapislázuli, se iluminan con farolas de luciérnagas que llenan el espacio de vibraciones luminosas y colores de aureolas boreales y una especie de estupor reverencial se apodera de mi.

En el centro está el árbol del bien. Es un arbusto de poca altura, su tronco delgado como serpiente cambia de colores durante el día y durante la noche posee iridiscencias infinitas que superan el arco iris. Bajo su luz o su sombra, músicas celestiales, sublimes y turbadoras, descienden sobre nuestra consciencia, son músicas que no se captan con los oídos sino con la mente y penetran hasta lo más profundo de nuestro ser. Su fuerza emotiva es tal, que jamás he logrado soportarla por mucho tiempo.

A su lado está el circo, pequeño como todo la que hay en el jardín, no hay elefantes ni jirafas, una vez llegó una pero el cuello se salía de la carpa y el elefante no cabía por la puerta. Todo es proporcionado a su dimensión. En cambio hay ciervos enanos, tigres miniaturas, perros de toda clase, ardillas, conejos vestidos de frac, que parecen pingüinos orejudos. En el centro de la pista está un espacio donde un niño hace increíbles contorsiones y donde desfilan mariposas y libélulas, al son de una banda de cascanueces rusos multicolores.

El jardín es el lugar donde guardo mis recuerdos. En los paredones están los carros de juguete con los que jugaba de niño; en un armario vetusto con haladeras de cerámica, los libros del Tesoro de la Juventud, en los que aprendí a amar la literatura, mi primer microscopio, cuadernos de mis primeros grados con dibujos a tinta china y la pluma que me regaló papá. Es el lugar donde fui inocente y feliz. A donde voy cuando quiero serlo de nuevo. El jardín que deberíamos visitar todos.