viernes, 23 de diciembre de 2011

¿Qué hay dentro del silencio?

San Salvador, 23 de diciembre de 2011.

¿Qué hay dentro del silencio?

Silencio es hablar calladamente con su propio dolor, y sujetarlo hasta que se convierta en vuelo, en plegaria o en canto.
Alberto Masferrer.( Salvadoreño)

Las palabras son el gran asesino del silencio, pero sin ellas, aquel no podría existir, al menos no lo podríamos percibir. Hay cosas que entran, penetran diría más exactamente, a través de nuestras murallas mentales con una suavidad que aunque nos sorprenden, las aceptamos, las adoptamos con pasión algunas veces, otras con cierta resignación. Son cosas que provienen del silencio. Las penas, los remordimientos, las ansiedades, las íntimas alegrías llegan poderosas con el silencio y en él, las gozamos, las sufrimos y las convertimos en el espacio profundo de nuestras almas, en altares en donde oficiamos el sacrificio de nuestra vida a la felicidad o al desconcierto o la desesperación.

Soy obsesivo con el silencio, mi silencio. Puedo hablar por horas apresado en mi mutismo interno. Puedo escuchar indefinidamente sumergido en mi estricto silencio. Quizás por ello, las canciones sin palabras de Mendelssohn han ejercido sobre mi una fascinación que no cesa jamás, también músicas que con sus melodías son odas al silencio de nuestro espíritu. En este instante escucho embelesado el Gospodi Pomilui ese milagro de los ortodoxos que encierra en su celestial melodía, el sublime silencio de las catedrales rusas y griegas llenas de iconos y mosaicos que acentúan el universo oscuro y humeante, aromático y placentero, en donde, realmente, se logra vislumbrar el desconocido rostro de Dios, mi Dios, suave y clemente, misericordioso y amante infinito de sus creaciones.

Me encanta escuchar, observar, percibir en el silencio absoluto, con mi percepción amplificada, las voces de los que amo, discernir los ocultos matices de su conversación, los singulares y leves gestos de sus ojos, sus cejas, la enorme variabilidad de sus labios que expresan poemas, rabias apocalípticas o calmas oceánicas, los aromas que hablan de su piel, su cabello, de su cuerpo entero. Analizar las sonrisas para descubrir en ellas mi alegría contenida en sus alegrías, y saber qué parte de su mundo pertenece a mi mundo. En los rostros amados percibo la luz de mi vida, el sentido de mi existencia y en ellos se refleja como en un espejo, los anhelos, los éxitos y fracasos, la felicidad que comparto con ellos y entonces, en un instante de gloria, me disuelvo en ellos.

Creo que sólo a través del silencio podemos acceder a los más íntimos misterios de nuestra propia identidad y de aquellos que, a nuestro lado, viajan en esta aventura llamada vida y cuyo término, el más grande de los regalos divinos, desconocemos en absoluto. Descubrimos entonces que basta la compañía, la presencia silente, el gesto amable, el roce de una mano sobre nuestro brazo, un suave apretón de manos, un beso robado sorpresivamente, para comprender la maravilla del amor, el milagro de la vida y saber que el Paraíso, el Nirvana, la Iluminación y todos los Pentecostés de todas las religiones, se encuentran en el centro mismo de nuestros corazones, en el vértice del amor y en el infinito mar de la Bondad, sin ella… no hay Paraíso, ni silencio.

LSR

jueves, 22 de diciembre de 2011

El último amor.

San Salvador, 22 de diciembre de 2011.

El último amor.

Hace años cuando aún era joven, que te diré, tenía quizás cuarenta y cinco años o un poco más, pensé que mi vida empezaba; en realidad, por muchas razones, fue cierto; empecé el lento crecer hacia esta amplitud infinita en que me encuentro, en la cual disfruto con deliberado placer, todos y cada uno de los días de mi vida. Empecé también a conocerte. ¿Sabes?, pasé a tu lado muchos años sin atreverme a vislumbrar el interior florido de tus espacios, la luz serena y suave de tus íntimos anhelos, diferentes a ese tu exterior tan áspero a veces, tan poco expresivo con que te ocultas de mis besos. Y esa fue la sorpresa de mi vida, eras – eres querida- tan suave y luminosa en los suaves meandros de tus sentimientos, como distante y opaca en la externa distancia desde la que contemplas mi amor. Con los años he aprendido a bucear en tus ojos, a descifrar los sutiles matices de tus palabras, en las diferentes tonalidades de tu risa escasa, he aprendido a leer las notas de la música con que interpretas la vida y tus relaciones conmigo.

Eres como las nubes, surges del agua de la vida, riegas mi existencia, desapareces y te reconstruyes en los ríos de risa cristalina para volver a perfumar con los aromas de tu esencia, el yerto huerto de mi vida solitaria. Pero como ellas, intangible, huidiza, me envuelves y un frío intenso se apodera de los dos, solos, buscando el enigma de tu presencia inconclusa, de tu distancia deseada, que compartimos y lamentamos – al menos yo- en la íntima soledad de nuestros furtivos encuentros.

Hoy, este día del solsticio de invierno, el día más corto del año, te escribo estas líneas que reflejan, en tristes formas, mi amor por ti. Ese amor que como bien sabes, forjamos con alegrías y penas, con besos y lágrimas, mientras transitamos hacia Ítaca. Debo decirte querida, que hemos encontrado como dice el poema de mi querido Cavafis, de todo, incluso hemos caminado muchos trechos en solitario, separados por la incomprensión, por nuestra propia incomprensión.

Y no estás presente querida mía, no. El cielo está azul, lo percibo inmenso, desolado, porque tú, nube mía, no estás a mi lado. Pero bien sabes que eso no es tragedia, ni es dolor, ni es tristeza. Hace ya tantos años cuando tomados de la mano en nuestra vieja ciudad de ensueños, bajo la luz tímida de los mortecinos faroles, como algunos tristes días de nuestro largo camino, de nuestro sonambúlico amor, llegué a la más intensa conclusión de mi vida aunque jamás te la he comunicado, y es que así debía de haber sido. Ahora lo sabemos con claridad cegadora y descorazonadora, que tú, mi compañera de esta viaje extraordinario, de esta Odisea amorosa, nunca llegarás conmigo a Itaca.

Pero por ello, y en una confesión de perfecto amor por ti, puedo decirte que aquella noche, llegué a la conclusión que serías mi último amor, el último de mi vida, que quizás no llegaríamos a ningún puerto, pero que siempre te amaría – eso hago- hasta el final de mis días…estés o no conmigo.

LSR

jueves, 8 de diciembre de 2011

A mis amigos.

San Salvador, 8 de diciembre de 2011.

A mis amigos.

En primer lugar, ¡gracias por su amistad! La amistad es como un árbol que cuanto más crece más nos cobija. Gracias por ayudarme y por darme, en ocasiones, el privilegio de ayudarlos. A estas alturas de la vida, las buenas amistades son más y más necesarias, siempre he dicho que cada época de la vida tiene su encanto. La riqueza espiritual que nos dan los años y los amigos, la armonía vital que encontramos en ellos, es un encanto y un regalo invaluable de nuestra existencia.

Por todo eso, en esta época tan hermosa, en donde con tanta facilidad afloran los buenos sentimientos, cuando el amor surge como una floración colorida, que enriquece nuestros sentimientos y propicia la bondad en los corazones, permítanme desearles una vida feliz, llena de anhelos y de logros, que las dificultades, que siempre existirán, les sean leves y superables. Desearles salud, bendiciones de Dios y que el éxito, la armonía familiar, fraternal y filial llene sus corazones, pero sobre todo, que sigan siendo mis amigos.

Ustedes son, junto con mi familia, a quien incluyo en estos buenos deseos para vosotros, la alegría de mi vida, mis compañeros de ese viaje a ítaca que me ha dado tanto. Gracias por compartir, hasta ahora, este hermoso trayecto de mi vida conmigo, por estar a mi lado en los momentos de luz y de oscuridad.

Creo que con justa y agradecida razón puedo decirles: LOS AMO.

Sonia y Luis, Carolina, Rodrigo y Diego.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Quizás la tarde.

San Salvador, 4 de diciembre de 2011.

Quizás la tarde.

Para ti. Tal vez sea esto un poema.

Quizás la tarde que se acerca a la noche, la fría soledad, el viento íntimo que se esparce reptante por el jardín, me hace presentirte con una lucidez que explota en el centro mismo de mis recuerdos. El suave brillo del cielo que se prepara a disolverse en la oscuridad, acuna mis sentimientos y una aterciopelada calma se apodera de mi.

Cuando el sol naufraga en el borde de la tierra, los recuerdos suben serpenteantes desde el fondo de la conciencia, bajan de las ramas de los árboles, se esparcen con el perfume de las flores, estremecen mis sentidos y en la suave compañía de tus recuerdos, soy feliz.

Porque siempre el verde de los bosques, los caminos bordeados de árboles, el jardín íntimo del reducido universo de nuestra vida, ha sido el espacio en donde siempre he gozado de los más densos placeres de mi existencia, de nuestra existencia.

Y que decir de las tardes sombrías, de las noches que fueron creando anhelos, fantasías que poblaron sigilosamente, casi sin nosotros notarlo, el mundo de nuestro futuro con escenas que, en esas felices noches, parecieron reales, pero que jamás llegaron a concretarse, aunque debo confesarte que lejos de aquel universo pleno de utopías, surgió otro paralelo, hermoso, singular y paradójico, en donde la realidad no da cabida a los sueños y sin embargo, a pesar de todo, sin futuro predecible, sin tiempo para grandes proyectos –mi actual vida es un milagro- te sigo amando.

Y debo ser feliz, porque siento que el tiempo vuela, los días se convierten en horas y los meses en semanas, los años, ¡ay los años querida!, simples soplos que apenas nos dejan vislumbrar el brillo de una vida, que como el agua, se desliza entre nuestras manos, con prisa de pánico y de la cual extraemos con fruición el gozo continuo de nuestro pequeño mundo.

Eso significa desde la perspectiva poética de mi conciencia, como dije anteriormente, que soy feliz y es porque te amo. Porque en la larga travesía de mis sentimientos he descubierto, que el tiempo se alarga en el desamor, en el sufrimiento, en la ansiedad de tus ausencias y de tus enojos, en la triste soledad de tu lejanía.

Pero hoy estamos juntos, uno al lado del otro, en este mundo donde se comparten, casi con euforia, las tristezas, las alegrías, los desencantos, esas minucias de la vida que son el gran espacio por donde transitamos, y que es interrumpido sólo por instantes especiales que creo, en la vida, se pueden contar con los dedos de una mano: vislumbrar el rostro luminoso de Dios, muy difícil en verdad, el nacimiento, la muerte, el encuentro del amor que se resume para mi, en el milagro de haberte encontrado.

LSR

sábado, 3 de diciembre de 2011

Confidencias.

San Salvador, 3 de diciembre de 2011.

Confidencias.

Esto es una confidencia. No sé que soy de ti, no sé que eres para mi, no sé que soy en tu mente. Quizás soy como un sueño que vive en esta vida absurda que no se encuentra en ningún lugar, ni sucede en algún tiempo. Pero quizás sea esta ambigüedad de no saber quienes somos lo que más amo de ti. Quizás porque así simplemente vivo contigo y no tengo necesidad de definir que clase de relación o de ilusión me une a ti. Quizás sea una especie de cobardía a enfrentar la realidad, no sé.

¿Qué amo de ti, de nosotros?, soñar contigo, volar contigo, simplemente estar a tu lado, contemplando el enigma de tu vida dibujado en tu rostro; yo con mi máscara, protectora, calmante que oscurece los puntos brillantes de mi vida y oculta los sonrojos y las decepciones que me causa tu perfecta impiedad hacia mis sentimientos.

Sin embargo, debo decirlo con sinceridad, eres mejor que la mujer de mis sueños. Porque yo soñaba con una mujer ideal, imposible, que se fue desdibujando en la vida real. No la encontré jamás, tuve atisbos de ella en algunos ojos que me recordaban el verde y oscuro mar de mi infancia, otras veces en alguna boca que me recordaba el rostro melancólico de la Venus de Botticelli, quizás ese fue el problema.

Mi rostro ideal -el cuerpo no lo pensé jamás- era un mosaico que provenía no sólo de los días de mi vida, sino de los largos siglos de la historia. Quizás empecé a leer muy joven y cuando me encontré con la belleza de los lugares que había leído, descubrí que no se parecían a los imaginados en mis invenciones. Algunos eran supremamente hermosos, más de lo que podía imaginar, otros en cambio, me decepcionaron hasta las lágrimas, tal fue la tristeza del encuentro. Encontré en cambio mi rostro presentido en la belleza mediterránea, no en los hermosos rostros germanos o escandinavos, mujeres bellas de cuerpos perfectos, pero sin alma, aunque inteligentes muy inteligentes, lo que las salvó de mi Juicio Final.

Pero los ojos sicilianos de un azul tan diluido que parecen blancos, me impactaron con el brillo de historia que te contempla desde cada uno los siglos de su complicada tradición; quizás eso es más idea que verdad, pero me impactaron; el velado rostro de la belleza veneciana o florentina, la descuidada elegancia de los rostros romanos. Sé que soy amante de lo clásico, ahí está quizás la esencia misma de mi ser. Sí, amo el barroco, el perfecto lenguaje de las pasiones humanas, que se percibe nítido en la pintura, literatura y música.

La pregunta es entonces ¿de dónde surgió mi amor por ti?. Creo que mi rostro ideal, se percibe escondido en cada una de las colinas y valles de tu rostro, no en la belleza que decae inexorablemente con el paso de los años, sino en la perfecta proporción de las partes y que se afina con el tiempo y como los buenos vinos, se disfruta no sólo con los sentidos, sino con las ideas e historia contenidas en ese divino brebaje. Así eres tú, en ti se funde el tiempo, nuestros temores, errores, el amor infinito que crece día a día. ¿Cómo te llamas en realidad querida? ¿Destino?

Siento que no sabemos quienes somos, sólo el amor nos salva del anonimato infinito. Y como el poeta lusitano Pessoa dijo una vez con una frase que es el más corto poema de misterio que he leído, “ Siento que no soy nadie sólo una sombra”.

LSR

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Las otras formas del Universo.

San Salvador 19 de noviembre de 2011.

Las otras formas del Universo.

El Universo tiene formas indefinidas; como bien demuestra la ciencia moderna, es casi un caos, al contrario de aquel “orden” que veían los clásicos de las épocas pasadas. Sin embargo en ese caos y a nivel personal, a veces encontramos formas definidas las cuales no vemos, no percibimos hasta que sucede algo; es como una especie de iluminación, que nos revela misterios que parecen creados solamente para nosotros y sucede a muchos niveles, en ellos descubrimos órdenes que se dan, casi aleatoriamente, a nivel absolutamente personal.

Con las personas acontece que estamos años al lado de alguien y aunque conversamos, intercambiamos ideas, nos enamoramos y hasta llegamos a amarlas, no logramos ver y menos comprender el verdadero mapa de sus sentimientos y emociones, de sus anhelos y deseos, nuestra conciencia de esas personas es tan superficial que en realidad no los conocemos.

Esos son los orígenes de las tragedias humanas personales y sociales. Esa ceguera mental, esa visión desestructurada de nuestra realidad, que proviene de creer que el Universo es orden, lo cual nos impide percibir, que hay que buscar la esencia misma de las cosas en las estructuras artificialmente ordenadas de nuestra mente humana y eso requiere un esfuerzo que a veces somos incapaces de realizar y surge la tragedia de ignorar el increíble placer de los sentimientos compartidos, de los destinos que, equilibrados, nos conducen a la armonía real de la vida, a ser pueblos felices y ordenados.

Creo que el mundo sería más humano, más hermanado si todos buscáramos con decidido afán la comprensión clara de aquellos que nos rodean; ahí está, la esencia de cada existencia, ahí está la razón de ser de la sociedad toda, esa comprensión de nuestro prójimo, que pertenece a nuestro Universo; de forma que su fallo, en ocasiones, es un fallo de relaciones con el mundo que le rodea y entonces tenemos al descarriado, al marginado, al rechazado, por la incomprensión de sus más sentidas necesidades por alguien en particular o por la sociedad

Esas relaciones disfuncionales, crean caos a nivel personal y luego a nivel social, una persona incapaz de amar, por ejemplo, es una persona que busca ad infinitum sin encontrarla jamás, la felicidad; se agria su vida e incordia la de todos aquellos que le rodean. Bondad es la base del amor, porque la bondad nos relaciona con el bien, bondad es una entrega natural hacia el bien, mediante la cual logramos una profunda comprensión de las personas, sus necesidades, sus anhelos y es entonces cuando al comprenderlos de forma profunda, los acercamos a nosotros y les permitimos que se acerquen a los demás, en fin, logramos la cohesión social armoniosa que es lo que hace grandes y felices a los pueblos, elimina el mal, el crimen, potencia la solidaridad y el bien social.

La salvaje, increíble violencia que abate nuestro país, el desajuste moral, la disgregación social no es sino el producto de largos de años de incomprensión que comienza en lo personal y se ratifica en lo institucional. La fórmula para resolver esto es clara: Bondad. ¿Cuándo empezamos?

LSR

domingo, 20 de noviembre de 2011

Viajaremos hasta el final.

San Salvador, 20 de noviembre de 2011.

Viajaremos hasta el final.

Siempre buscamos en la vida. A Dios, que ha sido mi búsqueda perpetua, la felicidad, el amor, este último, a veces lo encontramos, a veces nos encuentra, otras es una iluminación que como un Pentecostés particular desciende en nuestras vidas y aniquila nuestra voluntad, nuestra razón, teje sobre nosotros una red densa y ajustada de la que es casi imposible escapar. Y es imposible porque las más de las veces, no deseamos hacerlo. La perfección que buscamos en las relaciones afectivas jamás se produce y paradójicamente, los grandes amores no surgen de la armonía con nuestros deseos y anhelos, sino todo lo contrario, de ciertos contrastes que ejercen una atracción a la que es imposible renunciar.

¿Recuerdas?...no te encontré un día como cuentan las viejas historias de amor, sino que me encontraste, yo estaba al inicio de mi viaje al centro de mi alma, a Ítaca, el poema que nunca leímos juntos y que ha guiado mi vida, pero en él estabas ya escrita y presentida con frases, sí querida tú eres el puerto que antes ignoraba y al que un día arribé gozoso, descendías por un río, que aunque distinto, discurría paralelo al mío, tú venías de océanos de plata, rodeados por un dragón de agua, venías de campos de azúcar y mieles de panela. Yo bajaba inconsciente de tu llegada, del Universo de verdes montañas en donde el café sangraba y enriquecía esta tierra que tanto he amado y que tanto me ha dado.

Quizás algún día, en un meandro en donde nuestros ríos discurrían cercanos y alegres, te vi sentada en la borda de tu barco, pero eras una niña endeble, delgada como flor de caña, vestida de blanco con una cinta ancha de seda azul alrededor de tu fino talle, eras una niña y no te di importancia. La vida es así.

No podía imaginar, era imposible que lo hiciera, que años más tarde en la confluencia de los ríos de nuestra vida nos encontráramos, tú esbelta siempre, tu talle firme, tus senos pequeños, tu cabello rojo, ¿o así te he imaginado siempre?, en un momento en que, buscando la perfección, al verte, no pude imaginarte coincidiendo con mi idea de ella, sorprendido tuve que admitir que las imperfecciones que vi en ti, me bastaban para ser feliz y me acompañaras en el viaje que ignoraba que sería tan largo. Tú, en un alucine que te cegó la mente, creo que divisaste que todos mis defectos no eran suficientes para dejarme de amar. Cómo te agradezco por ello.

Quizás la distancia de la espiral del tiempo en que viajamos, las circunstancias de la vida, nuestra falta de valor, me obligaron a dejarte, porque el perfecto amor de nuestra imperfecta relación, no era suficiente para ti y quizás para mi. No quisiste que viviera para ti, no quisiste vivir para mi. Ahora estoy de nuevo viajando a tu lado, viajamos de nuevo hacia Ítaca, pero debo decirte que ahora eres como un sueño que amo muchísimo, pero del que he olvidado muchos detalles.

Pero sé que sin ti, jamás hubiera emprendido mi viaje, me has concedido una amorosa compañía, una hermosa vida. Gracias. Ahora sé que significa Ítaca. No me he engañado y creo que tu tampoco. Viajaremos juntos hasta el final.

LSR.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Estás en mis sueños.

San Salvador 12 de noviembre de 2011.

Estás en mis sueños.

Nos dijimos durísimas palabras, aborrecibles frases que no pensamos de verdad, pero aun así en nuestro “sueño” seguimos juntos, la mente es a veces así querida, falaz, inconsistente, nos traiciona de forma que, en ocasiones, casi vuelve imposible los retornos, las reconciliaciones, pues esas palabras dichas sin pensarlas hieren profundamente, laceran el alma, dejan cicatrices en lo más recóndito de nuestras mentes. Afortunadamente no fue ese nuestro caso, pero a pesar de nuestra reconciliación, ahí están los oscuros laberintos que dejaron las indeseadas palabras de nuestra historia de amor.

La mente y la vida son así. Porque a pesar del amor, el sufrimiento que nos infligimos al ofender a los que amamos, pero sobre todo a los que nos aman, esa inconciencia de la cólera contenida, del desesperado esfuerzo de expulsar nuestro infierno interior, nos hace expresar, gritar con salvaje furia, frases que hacen y nos hacen sufrir, rompen la geometría de las relaciones profundas y nos sumergen después en el caos de la desesperación.

Tengo que decir en descargo de esos exabruptos, que he llegado a pensar que quizás sean inevitables, son execrables formas catárticas de nuestro comportamiento, mas a pesar de lo cruel y dolorosas que son, en su rara eclosión, terminan con las furias internas y nos reconcilian con la dulce realidad de la disculpa infinitamente sentida, del perdón purificado por la vergüenza, y entonces se entiende que en esas ocasiones se aplica aquello de que mejor lo intenso que lo extenso, un infierno de instantes, contra un cielo prolongado…si hay real perdón.

Y aquí estamos, ya sabía, sabíamos, aunque nos costaba admitirlo, que en nuestro camino a Itaca encontraríamos furias externas e internas, pero también lugares de placidez asombrosa y es en ese pendular de las circunstancias de la vida, donde encontramos el auténtico sabor de la misma, los instantes de felicidad.

Vives en mi mente de una forma continua, en mis sueños, estás siempre a mi lado; es una extraña forma de transliteración de la realidad que, en ocasiones, no me permite saber si estoy en la vida que transcurre o en tu vida que amo con desenfrenada ansiedad. Nos dijimos tantas cosas sin pensar, que no pudimos crear nuestro sueño dentro de nuestra propia vida y así, aunque en un indefinido mundo onírico, seamos lo que siempre quisimos ser, en la realidad, viajamos por caminos opuestos. No es que nos dejáramos de amar, no, pero aquellas palabras abrieron, a pesar del perdón, una brecha tan extensa, que el puente de ideas que necesitábamos era tan extenso y tan delicado, que ni tú ni yo, pudimos tejer la telaraña de reflexiones que se necesitaban para unir el Universo de nuestro sueño, con el Universo de nuestra realidad.

Ahora nos amamos en dos dimensiones separadas, pero es un amor que crece día a día, tanto, que pienso que en un futuro cercano se producirá una intersección, desaparecerá el abismo y estaremos de nuevo juntos, no sé si en nuestro sueño o en nuestra realidad, lo más probable es que sea en un sueño, porque no se puede vivir dudando de la vida...y nosotros dudamos.

LSR

lunes, 7 de noviembre de 2011

El único misterio.

San Salvador 7 de noviembre de 2011.

El único misterio.

Creo que he entendido todo sobre nuestras vidas. Todo sucedió y quizás en ello estriba su insondable belleza, por la fuerza de las cosas, por las fuerzas que rigen el destino de los amantes que jamás llegan a recalar en ningún puerto, sino que solamente viajan. Porque al final llegué, ¿llegamos? a comprender que era ineluctable que viajáramos juntos, aunque sabiendo con dolor que nunca llegaríamos al puerto que soñamos. Ese puerto colorido de palmeras y sol, ríos cristalinos, un puerto parecido al Edén del Sagrado Profeta, en donde tú y yo encontraríamos nuestra vida y la de nuestros hijos, el puerto de los sueños realizados, de los anhelos cumplidos, pero...no pudo ser.

Quizás eso explique el único misterio que nunca supe resolver en mi vida, y sabes que siempre pienso, reflexiono, analizo, para intentar comprender cada fenómeno de mi vida, cada circunstancia y lo he logrado a veces con resultados desalentadores, porque al visualizar la sinuosa singladura del navegar por mi vida, veo los múltiples caminos que no recorrí, muchos de ellos en tu compañía, sobre las ramificaciones infinitas de las ramas de nuestros destinos, escritos en las hojas del árbol del tiempo inmensurable.

Si querida, es el único misterio de mi vida que jamás he podido explicarme. Imagino, intuyo las respuestas, o quizás la única respuesta: dejé mis apegos a la vera de nuestro camino. Que se la debo quizás a Buda o quizás algún profeta de esos que se olvidaron en el desierto de la vida sin límites, donde se nos olvida a todos los que transitamos por este mundo inmenso, violento y tierno, áspero y suave, como somos las criaturas que deambulamos por sus caminos.

Podría decirte que te amo porque siempre te he amado, pero no es cierto, tú lo sabes. Es más, no debería amarte, me lo prohíben leyes que yo he inventado, leyes que maneja mi corazón, otras mi mente y por ello en ocasiones son contradictorias. Según esas leyes, una de esas leyes, no debería estar contigo. Pero estoy y no solamente estoy sino que ello me hace profundamente feliz.

Si querida, la vida es una paradoja continua, que es lo que le da sensación de aventura y como te he dicho en ocasiones, si la vida no es una aventura, no vale la pena vivirla. Una aventura intelectual, física, de amor, una extrema aventura que pone tu vida en el límite. Si la vida es así, vale la pena vivirla. La nuestra es un aventura que ya dura años, nos da aire, vida, misterio, tan necesario para la aventura y sobre todo, amor. Aun así, no logro explicarme ese único misterio que nunca he resuelto, por qué a pesar de todo lo que nos sucedió, ¿por qué nunca me olvidé de ti?.

No lo sé mi amor, pero a estas alturas de la vida debo confesarte que ya no me interesa saber por que nunca me olvidé de ti. Estás a mi lado. Eso es lo que realmente importa.

LSR.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Las fintas de la vida.

San Salvador, 30 de octubre de 2011.

Las fintas de la vida.

Pasé años pensando que no la amaba, mientras ella se desvivía por capturar mi atención, por mostrarme los suaves campos de su alma enamorada, mientras yo, indiferente, tomaba su dedicación, su entrega inocente, como un homenaje absolutamente natural hacia mi persona con el espíritu cegado por la vanidad.

Fue tanto el daño que mi desamor le causó, que por esas leyes no escritas de la vida, después de muchos años, no le quedó más remedio que seguirme amando o quizás más bien, volverme a amar. Y yo, ante su gesto magnífico, retorné a ella apresurado, sabiendo que el amor que le negué, era una oscura muralla de inseguridad, pero sobretodo de orgullo magnificado.

Es otro tipo de amor el que surgió, después cuando asombrado, supe que siempre la había amado, pero no me había dado cuenta, prendido de mi egoísmo y de mi vanidad sin límites. Ahora, de nuevo a su lado, he comprendido que fue tanto el daño que yo también me hice, que en alguna medida he perdido la capacidad de volver a enamorarme y no me queda más remedio, emocionado y agradecido de la vida, que retribuirle aquel amor que con los años he sabido entender, rescatar, alimentar amorosamente retribuyendo justamente aquel inmenso cariño que ella me dispensó durante tanto años.

Debo admitir que este amor otoñal, es como una nueva vida que me impulsa a existir intensamente, para tratar de resarcir los años perdidos que ahora reverdecen el ocaso luminoso de mi vida. Ella era tan joven que ahora sin serlo más, aún sigue para mí siendo una niña. Han pasado los años y es claro que mi vida sin ella hubiera sido un frío invierno. Hoy enfrentado a los restos de mi existencia, intento salvar los viejos recuerdos, creando nuevos universos en los que somos en el pasado y el presente, presintiendo que el genio que controla el futuro podrá ceder a mis tardíos lamentos, y quizás así, se atreva a regalarnos un espacio dilatado, en donde podamos recuperar los días de amor perdidos y así tener la súbita y sentida certeza de amarnos mañana como ahora, en el tiempo repetido, expandido de su singular regalo.

Hemos hecho un pacto de amor. Que es, creo, el pacto de todos los enamorados. Un pacto que conjura los eternos desengaños, sobre todo de los amores otoñales, cuya vida está marcada por la brevedad ignorada del tiempo concedido. Nos hemos prometido amor hasta la muerte, el más fácil pacto que jamás haya pactado. Es tan corto o tan dilatado que puede ser como se dice eterno, si como he dicho siempre que la eternidad empieza y termina conmigo.

Es un pacto que inspira nuestras vidas y nos hace sonreír, sabiendo que ambos cumpliremos con el reto de amarnos hasta el final, que puede ser en cualquier instante, pero que por lo mismo ilumina todos los instantes. Y entonces sí será cierto aquella frase luminosa del poeta: “no puedo amar después de haberte amado”. Porque en la muerte se terminan todos los amores y perduran todos los recuerdos.

LSR

domingo, 16 de octubre de 2011

La niña de los cabellos rojos.

San Salvador 16 de octubre de 2011.

La niña de los cabellos rojos.

Era invierno y como hoy, caían finas, densas gotas, que empapaban en un instante; esa lluvia de tristes recuerdos para nuestra gente pobre y que tiene para mí resonancias de intimidad, de escenas lejanas que se pierden en el distante, verde bosque de mi juventud. Te recuerdo nítidamente bajo la luz espectral que llovía también desde un antiguo farol colgado de un viejo poste oxidado y parecía con su magia, hacer descender brillantes y alegres cristales, finas gotas como rocío, que caían sobre tu cabello rojo y tu rostro sonriente, inocente, como se podía ser inocente a los veintitantos años en aquella época para nosotros dorada.

El bosque vecino parecía incendiarse con la neblina que reptaba entre los arbustos, pero nuestro mundo estaba tan seco como una piedra del desierto, sólo teníamos sentidos para nosotros mismos, las contingencias del tiempo existían en un mundo distante, separado nítidamente del universo del amor naciente, ese que invalida nuestra normal existencia, que pinta las rosas de un color nunca visto y las dota de un perfume jamás experimentado. Ese amor que transforma la lluvia en alegría y los relámpagos en fuegos artificiales de celebraciones del alma.

Tomados de la mano sentados en la banca verde, tratando de vislumbrar a través de los escasos huecos de las nubes, el mar que presentíamos lejano pero al alcance de nuestra ilimitada felicidad, corrían por nuestros rostros luminosos insectos líquidos, que le daban al inusual encuentro la magia que sólo el amor le confiere a los fenómenos de la naturaleza. Yo apartaba con mis dedos ateridos de frío, tus mechones rojos que obstinados caían sobre tu frente aún de texturas finas y suaves, hoy el tiempo ha dejado sus huellas, pero el amor que aún te profeso me hace recordarte y verte siempre bella, inocente, con tu cara mojada y tus mechones rojos alegrando tu sonrisa cristalina que se quedaba encerrada creando ecos, en el mágico entorno de nuestro refugio inventado, deseado, tan real como si fuera cierto.

Hoy en estos días de lluvia y de temor, de tristezas y muerte, contemplando las finas gotas que rayan el silencio gris de la madrugada he querido evocarte cuando a mi lado encontrabas el Universo luminoso que buscabas y yo en ti, el amor que durante años había soñado. Fue un encuentro mágico, pleno, fue nuestro Bing-Bang, continúa a través de los años expandiéndose; no se si algún día cese en su disparatado expandirse, pero estoy seguro que eso sucederá cuando ya no estemos aquí, ni tu ni yo, porque cualquiera de los dos que sobreviva al otro, recogerá en lo más íntimo de su corazón y en el más secreto rincón de su memoria, los abrazos, las sonrisas, los besos, el amor que estos años nos otorgamos en la armonía profunda que el amor real, confiere a los que buscan y encuentran el amor de su vida. Todavía está oscuro, creo que a lo lejos suena una melodía de acordeón y cello, nunca la había escuchado, pero puede ser perfectamente nuestra melodía; te la haré escuchar cuando despiertes. Ahora mientras escribo las últimas palabras de nuestros recuerdos, tú duermes querida; duerme y sueña conmigo, con nuestros recuerdos.

LSR

viernes, 14 de octubre de 2011

Más cerca del final

San Salvador 1 de octubre de 2011.

Más cerca del final.

Hay un día en la vida, que puede ser cualquier día de nuestro otoño, que despertamos con aquella certeza absoluta clavada en el corazón y la mente: estoy más cerca del final que del principio.

Y entonces, empezamos a recordar nuestra vida, los primeros anhelos, los primeros amores, todo lo que un día fue primero y que sólo puede serlo una vez. Luego sobre los sueños incumplidos, las amistades abandonadas en el largo camino a Ítaca; los amores que no pudieron ser y que se quedaron enredados en la maraña de nuestras indecisiones y de nuestra larga cadena de días sin sentido, pero también los logros, las alegrías, los perfectos encuentros, aquellos que cambiaron nuestras vidas aunque no cristalizaron según las reglas de nuestra imperfecta sociedad. También empezamos a pensar en aquellas circunstancias, hechos, amores que pueden ser los últimos de nuestra vida y entonces nos damos cuenta, como Séneca, de la brevedad de la vida.

Pienso en la incesante busca de la felicidad, en mi incansable búsqueda de Dios desde mis juveniles días, la inquebrantable Fe en Él que me ha acompañado durante toda la vida, la desesperada y descorazonadora lucha librada para comprender el mundo y sus circunstancias, frustrante, dolorosa, soñando imposibles sobre la dignidad y la justicia, queriendo creer apasionadamente en la humanidad del hombre. Luego el viaje de regreso. Al final de mi vida he descubierto con asombro presentido, que mis búsquedas han sido en vano, desde cierta perspectiva por supuesto, porque sin ellas, no hubiera sabido jamás que Dios está muy cerca: en el centro mismo de mi corazón. Y eso ha sido gratificante, dulcemente consolador. Como decepcionante ha sido comprobar la estela de odio, violencia, injusticia y engaño que los pervertidores de la Fe han dejado a través de los siglos en la historia del hombre y en la actualidad, en donde la mayoría de los conflictos, o son de origen económico o religioso. Afortunadamente Dios se sobrepone nítidamente a estas contingencias humanas.

Pero no sólo a Él logré encontrar en fondo de mi corazón; he comprendido además y esto sí, absolutamente sorprendido, causándome una gozosa estupefacción, que sobre la vida, sobre nosotros, flota una magia que transforma la existencia de acuerdo a principios que no provienen del raciocinio, de la inteligencia, sino de la bondad de nuestro pensamiento y accionar, lástima que lo supe tan tarde, porque la bondad transforma la vida en una verdad rotunda, manifiesta, porque nos integramos al Universo de forma armónica, feliz y logramos la paz del espíritu y la dulzura y certeza de saber que una vida es suficiente para ser, crear y trascender.

Estoy más cerca del final que del principio, pero todavía tengo la suficiente magia, la bondad, para ayudar a los demás, a los que se dejan ayudar, ese, es mi propósito final.

LSR

domingo, 25 de septiembre de 2011

La eternidad.

San Salvador 25 de septiembre de 2011.

La eternidad.

La muerte es sólo otra fase de la vida, la final. A veces he pensado que debería celebrarse de acuerdo a la persona. Hoy, en estos instantes, un amigo mío está certeramente llegando a las puertas de la disolución. Me alegro por él, ha llevado una vida espectacular, dinero, mujeres, incontables días felices, satisfecho de lo que ha hecho, de la forma como ha vivido. Yo celebro su muerte y con ella su extraordinaria vida.

Podemos especular sobre lo que sigue, es bueno si tú ansías la eternidad, si crees en esa palabra que inventó el hombre para referirse a un tiempo que no tiene ni principio ni fin, absolutamente incomprensible, irracional, pues podrías alegrarte, pero yo siempre me he preguntado ¿será sensato desear la eternidad? ,¿será sensato pensar que podemos utilizar la eternidad para algo?, ¿alabar a Dios?, ¿por setenta o cien años de vida merecer la eternidad? Por otro lado sería un orgullo, vanidad, infinita de su parte, al menos desde la perspectiva, mi visión de Dios, amor absoluto, bondad ilimitada, todopoderoso, clemente, misericordioso, que no necesita halagos, reconocimientos, cantos, porque sencillamente es Dios, desear esa mísera admiración del hombre, minúsculo sobre la Tierra, casi inimaginable por imperceptible a escala planetaria y nada prácticamente a nivel galáctico.

Nosotros somos los que deseamos todo eso, triunfos, reconocimientos, halagos, cánticos de los serviles que nunca faltan, más bien abundan.

La eternidad es algo que no cabe en las ambiciones humanas. Los árabes cuentan una parábola que nos muestra lo incomprensible que puede ser la eternidad. Dicen que en el espacio, en un lugar ignorado del Universo existe una esfera de acero del tamaño de la Tierra. Un águila pasa cada millón de años, ¡cada millón de años!, rozando con la punta de su ala esa esfera del tamaño de la Tierra. Y dicen de forma que te descorazona, te destroza en tu empeño de comprender semejante parábola, que cuando la esfera se haya desgastado por completo por el roce del ala del águila que pasa cada millón de años ¡ todavía no ha comenzado la eternidad!

Puede ser que sea posible, la física no está seguro de ello, el Big Bang nos dice que hubo un principio y Alexander Friedman nos dice que es muy posible que exista un final es decir, la eternidad no existe. Sin embargo ya desde los griegos se manejaba la posibilidad que si el Universo es eterno e infinito, especulación por supuesto, cualquier fenómeno, por improbable que parezca, por absurdo que se nos muestra a la luz de nuestra limitada razón, puede ocurrir, dentro de esas posibilidades está la eternidad humana, el demonio, la burra de Balán, la ballena de Jonás, el Nirvana de Buda o que El Salvador pueda ser campeón mundial de fútbol y así hasta la…eternidad. Vuelvo a girar la tuerca, estoy pensando en el día de los muertos. Como todo lo anterior tiene visos de absurdo, de incredulidad, en ese día celebremos la vida de los muertos, puede ser, es muy posible que del otro lado de la vida no exista más que la oscuridad, la eternidad es muy pero muy improbable para el ser humano, desde todo punto de vista y sobre todo porque no veo ninguna utilidad en ello, ni para nosotros… ni para Dios.

LSR.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Las cosas que nunca te dije.

San Salvador, 17 de septiembre de 2011.

Las cosas que nunca te dije.

Siempre me he preguntado por qué naufragamos, hoy sé que la culpa es sólo mía por las cosas que nunca te dije. Para comenzar, no recuerdo haberte dicho que te amaba, quizás lo dije, pero no lo recuerdo y jamás lo expresé con mis acciones o actitudes. Olvidé hablarte de mis sueños contigo, de las cosas que haríamos cuando estuvieses a mi lado. Así, me perdí de ver nuestro amor realizado, me perdí de ver crecerlo, perdimos nuestro futuro cuando la lluvia del olvido lavó los espacios en los que no supiste que te amaba y quedamos suspendidos en la nada.

Se me olvidó decirte que me hubiera gustado recorrer el mundo a tu lado, perdernos juntos en las arenas del desierto mágico, o en alguna isla griega de casas blancas y ventanas azules, como el color de mis años de aventuras y contemplar el color esmeralda del mar de mis griegos amados. Nunca te dije que allá, en esa tierra para mi sagrada, me hubiera gustado contemplar el mar desde un viejo templo dórico, ruinoso, solitario, sentados ambos en sus gradas sobre las que quizás alguna joven griega, de esas que pintaba Alma-Tadema, de cabellos rojos como el fuego, esperó ver a lo lejos, el velamen del barco de su amado.

Cierta vez, ¿te recuerdas?, en un viejo convento, de claustro lúgubre y oscuro, se me olvidó decirte que me hubiera gustado morir a tu a lado, quizás te hubieses asustado; siempre lo pensé pero nunca te dije que hubiera sido por siempre feliz si hubiera envejecido en tu compañía, compartiendo nuestra vida en las horas oscuras y en la suave claridad de las mañanas con lluvia. Tampoco te dije que me hacías falta y tú, pensando en mi silencio obstinado, dejaste que el tiempo borrara tus anhelos, tus fantasías, nos diluimos en la rutina de los años y renunciamos a los sueños que se perdieron en el olvido. Olvidé decirte que te amaba, sí, pero nunca preguntaste si deseaba acompañarte por el verde laberinto de tu vida que florecía airosa, vibrante y musical, mientras yo en silencio, ¡maldito silencio!, sin decirte nada, oficiaba la sagrada liturgia del amor en el altar de tu cuerpo durante tus años dorados.

Hablamos del sol y las estrellas, de la luna serena testigo de nuestras noches sin tiempo, de los cañaverales floridos de tu infancia, de tus briosos caballos de amazona, pero nunca mencioné que por esas simples cosas yo te amaba.

¿Recuerdas el día en que juntos contemplamos desde el verde encendido de la montaña, el mar que bordaba encajes de vestido de novia en playa?, ese día se me olvidó decirte que mi amor podía ser tan poderoso y tan extenso como el agua de aquel mar que divisaba. Y quizás entonces habrías preguntado si era cierto que te amaba. Pero creo que nunca quisiste hacerlo, la respuesta tal vez te asustaba, niña inocente, salvaje aún, pero bella, juvenil, que me recordaba aquella Venus que Botticcelli pintó para mostrarme desde el pasado donde mi amor debía haber recalado.

Ya ves, nunca lo hice, nunca te dije que te amaba. Pero quiero decirte algo, hoy que de nuevo estás mi lado, ¡ya me he perdonado! y puedo, quiero decirte, asegurarte que te amo, que desde siempre te he amado.

LSR

jueves, 15 de septiembre de 2011

Transformación

15 de septiembre de 2011.

Transformación.

Toda modernidad sobre Dios es herejía.

En la vida nos perdemos de hacer muchas cosas. Cuando has estado a las puertas del ingreso a la Nada, sabes que más te arrepientes de lo que no hiciste que de lo que hiciste, aunque te alegras de lo hecho. Porque vida sólo hay una, me refiero a la vida real, ésta que Calderón decía que sólo es sueño y que otros pretenden sea sólo un lugar de paso, que es la mejor manera de dilapidar la esencia de esta vida que al menos es real, que me permite escribir sobre ella, sufrir y amar en ella porque las demás, sean cuales sean, son nada más que especulación. Creo que la gran confusión viene de las religiones que nos orientan, preparan, programan diría hoy en esta posmodernidad tecnológica, a creer en lo que no existe, en el absurdo, en lo imposible y a ponernos trabas de todo tipo que impiden ser libre y feliz a quien cae en sus enmarañadas redes, o a convertirnos en asesinos en su nombre.

Realmente somos poco evolucionados, desde los griegos eternos que “inventaron” la razón y que nos sacaron del mito, poco hemos avanzado y quizás la undécima tesis de Feuerbach sea de lo más cierto que haya escrito Marx. Hemos interpretado el mundo pero no lo hemos transformado. Seguimos creyendo que estamos de paso a otro lugar que se llama cielo o infierno establecidos por dioses que en cuanto son infinitamente amorosos y el colmo de la bondad, por una nimiedad nos envían a un infierno eterno, no puede ser. Tengo una fe inconmovible en Dios, pero no en esos dioses y menos en sus pretenciosas religiones que saben cuáles son sus designios y que se arrogan el derecho de perdonarnos, de premiarnos si nos atenemos a los lineamientos que sólo provienen de sus caducas estructuras, carentes de lógica y lo más triste, de Amor, que alimentan el narcisismo, la soberbia, la marginación, convirtiendo sus palabras en absolutos carentes de solidaridad y de bondad.

Agreguemos a lo anterior a los políticos y mercaderes y tendremos un cóctel infernal, que ha provocado el caos en el cual ahora vivimos; no hay fuerza, entereza moral por ningún lado. Existen las leyes, pero parece ser que escritas en un idioma que los humanos no entendemos, y así, el mundo entero está en crisis, el terror, la violencia, la corrupción, se han adueñado del planeta, porque no lo hemos transformado, sencillamente hemos interpretado su estado en cada época, si hacemos eso con esta en que vivimos, vamos a estudiar, demostrar, la confusión, el desorden, lo podredumbre que nos abate y nos lanza a una carrera en donde los poderosos viven de los débiles y los sistemas bancarios, la más elegante y sistemática manera de robar inventado por los hombres, nos compran la vida, nuestras esperanzas y anhelos y llenan el Universo de desesperación. Crean un mundo oscuro, incomprensible para la mayoría de los mortales, que nos deja indefensos ante el monstruo voraz de las economías planetarias. Creo, como dice Stéphane Hessel, que debemos indignarnos contra tanta ignominia, pero también transformarnos para alcanzar la libertad, la paz y la felicidad que nos merecemos…en esta vida, en este mundo.

LSR

sábado, 3 de septiembre de 2011

El libro de tu alma

3 de septiembre de 2011.
El libro de tu alma.

Imaginé la carátula del libro de tu alma un día que contemplaba desde la playa el nítido perfil del horizonte, guardián de todos los secretos del Universo. Sería quizás una línea luminosa en el centro de una página en blanco. Pero ya no estabas a mi lado. Las portadas ciertamente engañan. Empecé a conocer tu alma, que aún desconozco, una tarde de invierno y abandoné mi empeño cuando tu te alejaste en una mañana de verano. Entre esos dos suspiros de la vida, uno leve y aromático como hierbas de la montaña, el otro oscuro con humedades de cavernas, transcurrieron muchas páginas.

Tarde de otoño
“¿No es hora ya, pregunta ella
de encender el fanal?”
Ochi Etsujin.
Eso fue el primer día, viajamos de regreso perdidos casi en la noche, pero guiados por la luz de la alegría de nuestro amor que nacía.

Pretil del puente.
Y mientras brilla el sol,
Bruma en la tarde.
Tachibana Hokushi.
Brillaba el sol en las mañanas, se ocultaba en las tardes…te veía partir siempre…te alejabas en el túnel oscuro del olvido innecesario.

Mientras lo corto
Veo que el árbol tiene
Serenidad
Ritsurin Issekiro.
No entendí el sueño que albergaba tu mente, soñabas mientras yo despierto cortaba el frondoso árbol de tus anhelos, y tú…serena.

Bajo las aguas
Descansan en la roca
Las hojas muertas
Naito Joso
Luego llegó el día en que la madera del puente se rompió, caí durantes meses en la nada, entre las hojas muertas de tu libro, observé el cielo desde las profundidades del arroyo.

Algunos días
No viene el ruiseñor
Otros, dos veces
Takai Kito
Ahora, en la severa distancia de la separación vienes a verme; tu sola presencia me conforta, pero ya no hay amor…no hay nada…

El sonido que hace la mariposa
Cuando come…
¡Es el puro silencio!
Takahama Kyoshi
Cuando te interrogo sobre el amor que fue…sólo hay silencio…!el puro silencio…!
LSR

viernes, 2 de septiembre de 2011

Tus quizás...tus talvez.

2 de septiembre de 2011.
Tus quizás...tus talvez.

Escribo simplemente sobre tí o sobre mí, puede parecer aburrido pero aunque suene absurdo, a veces, una sola vida da para escribir varias; creo que podría escribir algunas a partir de la mía; disfrazado de héroe trágico, a veces, a veces de bufón, en donde la tragedia empieza sigilosa cuando terminan mis risas, esas risas forzadas que esconden el dolor y mi incapacidad de no haber podido hacerte feliz, que es la más grande tragedia que pude escenificar en esta vida aunque...quizás…talvez… Todo lo que cuento tiene un dejo de verdad, en lo más profundo de mi mente se debate la realidad en un tenso combate con la fantasía, con los adornos que en ocasiones queremos colgar de nuestra vida, pero tu amor supera todas las falacias, todos los atajos, todos los olvidos, de él podrían surgir innumerables vidas mías.

Ya te dije en una ocasión que esperar es parte de la felicidad, en ocasiones eso tiene tono de ingenuidad, otras de estupidez, pero algunas veces y este es mi caso, tiene el encanto de la poesía, una dimensión poética que me redime, sí, una concepción idílica de la vida que me lleva a vivirla de forma gozosa, aun envuelto en las brumas de la inseguridad, de la distancia que pone el amor no resuelto, pero que está al borde de la verdad y que mantiene la felicidad en el borde de la esperanza. Porque con futuro o sin él, necesito soñar.

Nunca he comprendido a cabalidad qué ocultas detrás de tu cara sonriente, de tus silencios que gritan ideas que desconciertan, de tus promesas que sugieren el Paraíso y que me alejan del Infierno, no creo en ninguno de los dos pero quiero que me entiendas. A veces te percibo como guardián angélico que con la espada ardiente de tus enigmas, no me rechazas, pero guardas incorruptible el Edén en donde quizás encontraríamos el árbol de la ciencia del Bien y del Mal. Déjame decirte que el Mal está años luz de mi vida, tú me has hecho comprender, paradójicamente, que lo que nos hace a los hombres superiores es la bondad aunque no sé si crees en ella…creo que sí, pero de forma oscura, porque no permites que te haga cómplice de mis deseos, que tú sabes son más puros e inocentes que los del inicio de nuestra ya casi eterna, interminable, inextinguible relación. Y sin embargo…

Tú sabes casi al instante o quizás antes de él, lo que deseo y tus respuestas son tan rápidas como el tiempo entre el trueno y el relámpago; debo decir que aunque a veces mientes, estás poco dotada para ello. Pero tus respuestas no aclaran el firmamento, ni crean un arco iris de esperanza. Sin embargo la poesía de mi vida contiene estrofas largas y cortas como los sonetos; las combinaciones métricas son a veces difíciles de encontrar, pero en ellas, en su interminable longitud e intensidad, en su desmesurada complicación, se encierra el Amor que te profeso. Y así, entre tus enigmas y los míos, tus provocaciones, tus fintas dentro de otras fintas, consumo, bebo de tu boca el destilado sufrimiento de tu espera, de tu regreso, que aguardo, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, colgado de tus quizás… de tus talvez…

LSR

El pintor

EL PINTOR.
Wang-Kei-Lin, había colocado sus pinceles sobre la mesa de trabajo, un paisaje de invierno estaba a medio terminar ante sus ojos, los retorcidos troncos de los árboles agarrados firmemente a la escarpada montaña, reflejaban, con toda seguridad, la tenacidad y, el cielo casi gris, sólo adornado con unos cuantos algodones blancos, denotaba la fría atmósfera del conjunto invernal. El espacio se percibía paradójico y en la distancia las montañas de recortados perfiles, se diluían en una dimensión que parecía proceder de un universo distante y misterioso.
Tomó su jarro de vino y se sirvió una copa del blanco néctar que, sonoro y divertido, cayó sobre la fina porcelana de su copa fabricada hacía tantos años por el maestro Huen-Chen-Ja, gran esmaltador de la dinastía Ming; beber en ella era no sólo un placer del paladar sino un placer del espíritu, colocar los sedientos labios sobre ese borde que un día el genio de Huen había modelado y pintado con exquisita sensibilidad era un extraño placer que jamás dejaba de conmover el alma del eximio pintor. El esteticismo exacerbado del artista alcanzaba su clímax, cuando con sus manos delicadas de hombre de exquisita sensibilidad, tomaba la delicada copa y bebía con extasiado embeleso sus licores aromatizados con finas hierbas.
Salió a su jardín en el que los ciruelos florecían y, se dispuso a meditar sentado en el antiguo banco de madera en el que su padre había abandonado este mundo. El frío no parecía agraviarle y los cuervos de la noche, a lo lejos, llenaban de estallidos la sombreada penumbra que presagiaba la oscura parte del universo. Cruzó sus piernas adoptando suavemente, producto de una larga disciplina, la posición de loto y entrecerró sus ojos para concentrar su mente volátil en el punto exacto de su conciencia sobre el que meditaba siempre.
Casi sin sentirla, Ma-Huang se le acercó; respetuosa quedó de pie como a tres pasos del amado esposo y suavemente preguntó:
¿Qué desea mi señor?
El artista tardó un instante en volver de sus pensamientos y haciéndole una reverencia respetuosa a su esposa adorada contestó:
La paz del espíritu, mi rosada flor de duraznero, se me hace difícil conciliar este día. Los negros cuervos de la noche golpean en mi alma como tambores de tormenta y, mi espíritu, se hunde en las sombras del mundo de los dragones.
¿Puedo hacer algo por Usted mi señor?, insistió Ma-Huang.
Continúa amándome mi dulce flor de ciruelo, siéntate a mi lado, contempla el rojo atardecer que las sombras de la noche intentan destruir... Los dos permanecieron sentados uno junto al otro, hasta que después de un largo y doliente suspiro Wang declamó una estrofa de un bello y antiguo poema:
“¡Lo efímero, sus alas!..
Tan bello su hábito...,
¡tanta tristeza en mi corazón!,
¡vuelves a mí para siempre!”
¡Cuanto sufres mi amado pintor!, suspiró Ma-Huang, ¿Acaso los espíritus del arte han abandonado tu mano, han secado la fuente de tu inspiración o acaso has dejado de amar la naturaleza, sus flores en las tiernas ramas de los árboles, los pájaros que manchan con sus colores los verdes abigarrados de los árboles que nos dan la sombra?.¿Acaso ya no escuchas el suave y susurrante murmullo de la acequia cristalina que fluye bajo nuestro puente de madera?... ¿Ya no ves como los juncos se doblegan dóciles ante el suave viento que hace rielar el agua de los lagos?
Más que eso amada, más que eso.
He dejado de escuchar en mi alma las palabras guías de toda mi vida. Yo, que siempre he desdeñado los honores, el boato del orden establecido, que he vivido en íntimo contacto con la Naturaleza, que le ha dado alma a mi obra y a mi vida, hoy, he tenido una última tentación: he deseado que mi fama se perpetúe en la eternidad, he fallado a mi vida y a mis principios, quizás se deba a que practiqué, aun sabiéndolo, como bien dicen los antiguos libros, uno de las cinco grandes perversiones: la pintura.
Mi amado pintor, has hecho feliz a muchas personas, has dado la luz de la Naturaleza a los ciegos que no la comprenden, la has defendido con la belleza evidente de tus árboles de otoño, de tus aldeas entre rocas; has hecho ver a los ciegos del alma y oír a los sordos del espíritu, en tus cuadros cantan las ranas y los grillos, las aguas danzarinas y los pequeños guijarros que entrechocan en sus limosos fondos y que sirven de escenario a soberbios peces de oro; has propalado la música de los planetas y de las nubes que ejecutan conciertos celestiales para solaz de aquellos que buscan la divinidad... haz hecho eso y más... haz hecho nuestro amor infinito...
Pero lo hice, alguna vez, porque sabía que alguien lo iba a disfrutar y me sentí vanidoso por ello, me sentí superior y el orgullo me duele, me destruye en mi vejez. Quisiera haberlo hecho en honor de los dioses y que ellos en la eternidad me concedieran la dicha de seguir pintando. Soy pintor, he sido pintor, quiero ser pintor a tu lado y al lado de mis tintas y mis pinceles, sin orgullo, para los dioses, para ti y para mi.
No es orgullo, amado árbol en cuyas ramas me sostengo, es la satisfacción interna que se siente ante la presencia de los dioses que están a tu lado, creando contigo, llevando con tu mano y tu sensibilidad parte de su mensaje de amor a los hombres, de la paz que fluye de tus paisajes invernales y de tus primaveras con ramas llenas de capullos que presagian la resurrección eterna. Es virtud de la vejez que nos cerca, ser más sensibles a la verdad eterna; pero el fuego de la pasada juventud redime tus simples faltas humanas. No te aflijas amado esposo y sigue pintando.
Wang-Kei-Li calló por un instante, cerró sus ojos con lenta solemnidad y declamó el bello poema de Wei Yin Yu:
“¿ A dónde fue la luz del día?
¿De dónde vienen las tinieblas?
Me voy debilitando de año en año.
Esta angustia del tiempo fugacísimo
hace más prematura mi vejez.”
El sol perdió su eterna batalla con las sombras y sólo un par de viejos abrazados se recortaba bajo la florecida rama del ciruelo, adornados por el recuerdo del día al final del incendiado horizonte. El perfume de la noche y el canto de los grillos y la luz de las luciérnagas ponían disonancias y pálidos reflejos a la noche.
LSR

viernes, 26 de agosto de 2011

El presente imaginado

San Salvador, 25 de agosto de 2011.

El presente imaginado.

Es difícil imaginar qué hubiera sucedido. Pero la magia de lo desconocido es poderosa, despierta mi intelecto y curiosidad, aviva mi imaginación. Bien se dice que las más hermosas historias de amor son aquellas que no pudieron ser vividas. Esta es nuestra historia que no fue. Te contaré lo que pudo haber sido y no es, pero aún así, debo confesarte que es hermoso lo que pudo haber sucedido y es, pero en otro Universo.

Porque te debo explicaciones, es parte de mi compromiso con la vida, con tu vida, aunque ahora la tengas ya resuelta, la tengamos resuelta, a veces me sonrío cuando digo eso, porque… sin el amor de la vida, no hay vida resuelta. Forma parte de mis deudas informales contigo, pero debo dejar claro que no pudo ser por que no quisimos que fuera y así debía ser, quizás…pero si no, la otra historia no hubiera existido y una hermosa fábula se hubiera perdido en el olvido, aunque con esos nuestros “no”, nos haya arrinconado el destino en nuestro destino.

No sé exactamente que puedo contarte de esa otra vida que pudo haber sido y no fue, pero que es en otro Universo. Pero puedo asegurarte, que me causa dolor y frustración, también alegría, una inmensa alegría, idealizada quizás, mas cierta, a veces hasta demasiado real y como te dije en una ocasión, qué bueno que en algún Universo, somos, tú y yo, aunque no lo veamos, ni obtengamos nada de ello, vivimos en una de las ramificaciones de nuestros destinos, en esa en que tú y yo nos dijimos “sí”, parece fácil decirlo ¿no?, pero no es así.

Ahí hicimos todos los viajes que soñamos juntos, aunque algunos hemos realizado de este lado del Paraíso, pero en aquel sí que vivimos en la casa de nuestros anhelos, pintada toda de blanco, el piso blanco de forma que sólo los muebles rojos nos dan información del espacio, y en ella, tú también de blanco, tu cabello rojo; yo, como siempre, de negro, y Sebastian, así, sin acento, el hijo que nunca fue, nuestro hipotético vástago, nacido del más puro amor, vive en una dimensión que jamás podremos alcanzar. Te veo con tu mano blanca, de dedos largos perfectos, ¡ay tus bellas manos querida!, acariciando sus rizos largos, suaves, él contra tu pierna, protegido, amado, vestido de azul profundo, mientras tú me recibes con tus besos que quizás por no dados son los más hermosos besos que mi boca ha recibido.

Sí, debo decirte que en esa espiral del tiempo, somos felices, algo que con grandes esfuerzos y sacrificios conseguimos en esta existencia que tampoco sé si sea la real o la otra, en donde nos amamos hasta la eternidad, o sea hasta el día de nuestra muerte. En ambas y en todas las que existimos, te amé, te amo y te seguiré amando, eso es lo importante; sea cual sea el real Universo de nuestras vidas, en todos y en más que fuesen, te amaría; en eso Dios ha sido justo, te amo en sueños, en otros Universos, te amo en el vacío oscuro de la nada y el oscuro profundo de tus ojos, en el rojo carmesí de tu corazón y en el reflejo de la imagen azul de aquel hijo que soñamos y que al menos de este lado del Edén, tristemente, no fue.

sábado, 20 de agosto de 2011

Una relación innombrable.

San Salvador, 20 de agosto de 2011.

Una relación innombrable.

De pronto me di cuenta que podía vivir sin ti. Quizás no exactamente sin ti, pero sí sin tus lacerantes recuerdos, porque ya no había necesidad de ellos. Repentinamente, había comprendido que no debía martirizarme más por lo que había perdido o habíamos perdido, -no estoy seguro de nada tuyo-, sino que debía alegrarme de que hubiera sucedido, que aquella época, aquella pasión hermosa, sutil, hubiera llenado azules años de mi vida con los mejores de la tuya, era un tesoro perdido, pero ¡qué bueno que lo había tenido!, al fin y al cabo, aunque de diferente manera estábamos de nuevo juntos, viviendo quizás una ilusión o una fantasía pero uno al lado del otro; disfrutando una relación que ninguno de los dos se atreve a ponerle nombre; llena de dudas existenciales, de sentimientos inquietantes no en mi caso, pero sí en el tuyo. Es una nueva magia que envuelve nuestras vidas. Hoy sabemos que irremediablemente viajaremos a nuestras Ítacas juntos, la mía menos lejana que la tuya, que ese es quizás nuestro destino, un camino sinuoso pero gratificante, lleno misterios y rituales extraños que sustituyen nuestros antiguos placeres y nuestro rutinario formalismo amoroso, que iba poco a poco limando las sorpresas de la vida.

Hoy, en esta lejana cercanía misteriosa, la magia surgida de lo nuevo y de lo secreto, lo prohibido, hace que inventemos idiomas del corazón novedosos: las manos, los abrazos, las palabras, los silencios mismos expresan miles de palabras que quizás no comprendemos a cabalidad pero que definen con exactitud nuestra innombrable relación. Que representan de manera diversa pero exacta, la magnitud de nuestros sentimientos. Y que también, de forma clandestina, se remiten a hechos ya pasados, que podemos nombrar con la emoción de lo bien disfrutado y que son peldaños que nos subieron a la cúspide de una pasión sublimada, que entiende de roces y de pieles erizadas que antes respondían a los ruidos de la pasión desenfrenada y ahora, a la música de los sentimientos que llegan al corazón y anidan en él, para nunca desear salir jamás.

Es ciertamente muy suave, acariciador; hoy entiendo a la perfección el término adorable, eso eres y significa, creo, algo que se puede venerar hasta sustituir toda la vida con su imagen y sus circunstancias, suena excesivo pero puede ser que eso sea el verdadero Amor. Porque en él, mi Universo se ordena, las cosas caen lógicamente en su sitio y una paz que encierra el significado de la vida en este mundo se desvela de forma precisa y clara. Y así resulta que el Amor no es complicado, ni monótono, ni causa dolores ni decepciones, está más allá del bien y el mal, existe en un real y magnífico lugar que algunos llaman Paraíso, otros Edén, pero para los que creemos que esta es la vida verdadera, única, no eterna, que no puede ser premiada ni castigada, eso es un lugar que se llama simplemente: Amor…o tal vez…“el jardín de las delicias”…nuestro jardín imaginario lleno de hadas y elfos, mirtos y jazmines, luces y sombras, silencios y melodías, pleno de vida: la tuya y la mía.

LSR.

domingo, 14 de agosto de 2011

Memorias de mi lejana juventud

El SALÓN.

Memorias de mi lejana juventud.


Algunos trasnochadores, esos que prefieren la penumbra y las atmósferas densas para vivir, los que aman la noche y quizás con ello esconden una mórbida pasión por la muerte; los amantes de una buena conversación, ese arte infortunadamente olvidado; de la buena música o de cierta clase de ella, de esa que relata escenas, circunstancias o crea universos que no comprendemos si no a través de las notas diluidas en las madrugadas y el alcohol, quizás aún recuerden con nostalgia el salón de Esmeralda. Cuando yo lo conocí, hace ya de ello más de cuarenta años, ella andaba por los treintitrés, edad total, absoluta, para una mujer; era extremadamente bella, vibrante; había estudiado y trabajado como actriz dramática en España y México y poseía una voz hermosísima; tenía las pestañas más largas que yo haya visto en mujer alguna y su mirada parecía que sólo veía recuerdos y días idos o atisbos de un futuro luminoso, parecía estar un poco al borde del presente, un poco más allá en una dimensión que sólo ella vislumbraba; era no solamente una mujer intelectual, ilustrada podría decirse, sino también lo que los hombres solemos llamar: una real hembra, una combinación poco común. Sus verdes ojos relampagueaban continuamente y por un perpetuo acto de magia, parecía siempre estar consciente de cada acto de su vida, de cada palabra, era en fin, un ser superior. Su salón realmente no era un lugar público, era algo indefinible desde un punto de vista ortodoxo, aunque sí era negocio, mirá querido, me dijo un día, uno no puede ser inteligente ininterrumpidamente y vivir sólo de su genio, hay que trabajar para sobrevivir, es decir, tomás placer y pagás por ello, te divertís y tenés que hacerlo también, así es la vida. Ella se reservaba el derecho de admisión; el cual ejercía con tiránica voluntad y exquisita selección, era un salón dieciochesco de amistades…de sus amistades.

Un sobrino suyo Alberto, quien me introdujo en el círculo, tocaba el piano todas las noches; era también un joven muy especial, al igual que ella había estudiado en el extranjero, en el conservatorio de una ciudad europea, austríaca si no me equivoco, que ahora no recuerdo su nombre, pero que había abandonado para dedicarse de lleno al jazz y a la música moderna; a sus veintinueve años había tocado ya con varios conjunto de cierto cartel en el sur de Francia en Montpellier y en el norte de España, lugares en los que se mueve hasta el día de hoy, según me contó Esmeralda. Lo recuerdo un poco agachado sobre las teclas, tocando para él. Toco para mi, me dijo en alguna ocasión; para entender mi música tienes que saber que significan el jazz y los blues para los negros de América, tienes que tener “background” para sentir esta música, mezclaba mucho el inglés, francés y a veces alemán en su conversación, pero lo hacía no por petulancia; como músico, sabía que algunas palabras se oyen mejor en cierto idioma, pues su sonoridad expresa más adecuadamente el concepto, la idea. Había viajado a Estados Unidos a los lugares sagrados del jazz y de ahí había tomado la costumbre de beber sólo bourbon, con scotch no se puede tocar nada del alma, me dijo en alguna ocasión. Realmente cuando toco me olvido de lo que me rodea, me escapo a mi soledad, a mi mundo de sonidos e imágenes, sólo mío y nada más que mío. La música es un lenguaje para selectos, para elegidos. Hoy pienso que en aquella época, no estaba entre ellos…aún ahora pienso que todavía no.

A las once de la noche, Emerald o Emy, como le llamábamos sus íntimos, se despedía de la mayoría del selecto grupo y, con su corte, seleccionada aún más por ella, aunque variable de tiempo en tiempo, subía al segundo piso, a su “santuario”, su sancta sanctorum; ni que decir que había también mujeres en el grupo, como que eran el negocio, pero de una discreción exquisita. Nadie se oponía jamás a tal división de preferencias, so pena de ser expulsado para siempre del ámbito casi celestial del salón de Emerald. Era aquel un ambiente de lo más extraño en su decoración. La casa era una de esas bellas edificaciones de la Flor Blanca, que todavía subsisten, de hermosos volúmenes, amplios patios y escaleras monumentales, recuerdos de una época señorial. Había ampliado, en la segunda planta, la sala familiar de manera que aquella había adquirido dimensiones de verdadero salón barroco y estaba decorado, todo muy legítimo, de la manera más extravagante, exótica, pero temperado con el buen gusto de la anfitriona. Se llegaba a él por una amplia escalera de mármol que terminaba exactamente frente a la gran puerta de madera profusamente decorada del salón y custodiada por dos grandes esculturas de negros con turbantes dorados y vestimentas de brillantes colores.

Era algo extraño ingresar a él, a mi siempre me pareció que San Salvador y la Colonia Flor Blanca, mi existencia misma, quedaban atrás en otro mundo, un mundo descolorido y distante, porque el mundo de Emy, era pleno, denso, con sonoridades y aromas que recordaban otras latitudes, otras gentes, que parecían existir a nuestro lado, o al otro lado de pared, invisibles a nuestros ojos; a veces dudaba que el universo externo siguiera existiendo, tal era la rotunda realidad del salón y la inusual arquitectura espacial del mismo. Las pieles genuinas de animales salvajes se esparcían en un estudiado desorden sobre piso y paredes, las ventanas, altas y con hermosos cristales, estaban casi siempre cubiertas con gruesas y pesadas cortinas de terciopelo verde musgo. En algunos lugares copias en mármol de esculturas famosas, Apolo y Daphne, Eros y Psique, recordaban a los invitados el eje alrededor del cual giraba el Universo de Emerald. Una araña de miles de cristales en forma de punta de flecha rielaba incansablemente en el centro y en el extremo norte, en una especie de nicho un gran piano de cola que tocaba únicamente Alberto; estaba alumbrado por una lámpara en forma de tulipán, con un brillo que sólo permitía adivinar el rostro extático del pianista concentrado en su música o en algún lugar indefinido entre sus ojos y el cielo falso o en una de las hermosas molduras con que terminaban las paredes, mientras llevaba el compás con suaves movimientos de cabeza y entonces su figura parecía muy leve como si de pronto fuera a elevarse en una especie de transfiguración musical. En el piso docenas de cojines y vasijas de porcelana y bronce sobre una alfombra que hacía desaparecer los pies y que estaba impoluta cada noche, terminaban la asombrosa decoración. En las mesas, muy bajas, sobre unos incensarios de plata el humo aromático se esparcía en el aire combinándose con los perfumes de las mujeres y produciendo resultados insólitos, que hubiesen sido la delicia del perfumista de Susskind y hubieran puesto a prueba su ingenio descifrando las esencias componentes.

El grupo era selecto, pero heterogéneo, como las bebidas que se consumían. En aquellos tiempos sólo tomaba Whiskey con soda, mucha soda, un chorrito sólo para colorearla y tres cubos de hielo, sólo tres era una fórmula casi matemática, inalterable que me permitía administrar el licor de manera racional y discreta. Emerald bebía siempre champaña, con jugo de naranja y Cointreau, lo que me parecía el colmo del refinamiento y la creatividad, hasta que me di cuenta que la receta venía en la viñeta trasera del último licor. Lo bebía en una copa de pie absurda y peligrosamente alto, sentada en un sillón de respaldo muy bajo, con una lámpara detrás de un biombo traslúcido que servía para resaltar, sobre el fondo iluminado, su nítido y perfecto perfil, del que se sentía particularmente orgullosa; jamás se le veía acompañada de nadie en sociedad, pero en el “santuario” se dejaba atender por quien ella deseaba, aunque había un personaje especial y singular con cara de nihilista decimonónico, que usaba siempre suéteres de cuello alto y anteojos de oro circulares, de mortal palidez, de una cultura inmensa que la asediaba continuamente, lo que parecía complacer a la diva.

Luego estaba un homosexual muy guapo, de maneras muy finas, alto, casi rubio que había leído a todos los clásicos y citaba a Propercio y Tucídides en sus respectivas lenguas, a quien Emerald adoraba con ingenua vehemencia, era un conversador apasionante y me recordaba mucho a Oscar Wilde o la imagen idealizada que del escritor tenía en aquella época. Era además una enciclopedia ambulante de jazz; Alberto lo consultaba para aumentar su conocimiento sobre los clásicos de dicha música; bebía sólo ginebra a pequeños sorbos, en una copa celeste, de tallo esmerilado que sólo él usaba; rechazaba beber en cualquiera otra. De vez en cuando llegaba acompañado por otro joven que parecía hermano pero muy varonil, aunque nunca logré averiguar quién era en realidad a pesar de que hablé con él en un par de ocasiones. Era ingeniero y trabajaba en Perú en la construcción de una refinería.

Pero estaba el otro lado de la moneda, ahí conocí al individuo más estrafalario que haya visto en mi vida, extremadamente cortés, vestía siempre chumpas de cuero, grandes cadenas de a saber que material pues sonaban insistentemente y siempre destapaba las cervezas con su gran navaja que llevaba en un estuche de cuero negro y adornos de supuesta plata; era algo como mulato, alto y siempre con botas de vaquero con punteras de acero o plata, la camisa abierta exageradamente para mostrar su velludo pecho y unas medallas que parecían monedas, de plata también, una figura inolvidable que bailaba tango, aprendido, según contaba, en Uruguay, lo bailaba con Emerald que parecía haberlo aprendido también en algún lugar secreto del mundo. Cuando lo hacían, en un pequeño salón aparte, sólo el largo lamento del bandoneón y el tintineo de las cadenas de Arminio se escuchaban en el ambiente; en esas especiales ocasiones, el estrafalario sacaba un sombrero de cuero negro, de alas anchas, que le daban un aspecto salvaje y duro, sus movimientos, casi felinos, le daban a la escena una aire salvaje y surreal. Yo tocaba en ocasiones mi guitarra, la llevaba siempre en el asiento de atrás del carro, era una especie de tarjeta de presentación, me gustaba cantar y a Emerald le gustaba oírme, sobre todo las canciones de Lara y otros compositores de los cuarenta como Guty Cárdenas, María Greever y más modernos como Roberto Cantoral y Armando Manzanero cuyas canciones aprendía sólo para complacerla, aunque también las disfrutaba muchísimo. Pero mis días favoritos eran cuando se ponía melancólica y sólo nos quedábamos Alberto, ella, Dafne y yo. El día de la purificación le llamaba Emy.

Dafne, no se llamaba así, la había bautizado por su increíble parecido con la escultura de Bernini, era sobrina de la anfitriona, estudiaba medicina en la Universidad de El Salvador, y sólo llegaba en esas contadas ocasiones en que el negocio quedaba arrinconado por su tristeza, como decía Emy. Alberto se acordaba de sus años de estudiante de música clásica y tocaba con insistencia y un exacerbado sentimiento, las Canciones sin Palabras de Mendelssohn que fascinaban a Dafne y en una ocasión, acompañado por un cellista europeo amigo suyo de paso por el país, tocó el Berceuse de Godard, en un inaudito arreglo en el que el jazz afloró en las sutiles improvisaciones de ambos, la interpretación dejó exhausta a Emerald y completamente impresionada por el intérprete, al que siguió, para escucharlo, y yo creo realmente que sólo por eso, en su gira por Sudamérica durante dos meses, luego regresó con ella, la rogó que se casara con él, pero Emy amaba por sobre todas las cosas su libertad y el pobre hombre, desesperado, amenazó con matarse, ella le prohibió la entrada en su casa; el muy cobarde no cumplió con la amenaza y después de gastar hasta el último centavo en alcohol en los peores bares de San Salvador, regresó a su tierra y jamás volví a saber de él.

Dafne y yo nos hicimos inicialmente grandes amigos, era muy parecida a su tía, tenía entonces ella veinte años, luego, sin darnos cuenta, nos convertimos en amantes: fue mi primera amante real. Era una mujer de carácter cambiante, fría y excitante, callada y conversadora, las circunstancias, los hechos ejercían sobre ella una acción automática e impredecible sobre su estado de ánimo; le gustaba burlarse de mi, de alguna manera siempre lo lograba, pero nos entendíamos a la perfección. Siempre que estaba con ella, el aire se poblaba de fantasmas, sus antiguos novios y otros que inventaba mi mente, antiguos trasnochadores que antes habían disfrutado de los encantos de Dafne, hablábamos de ellos; no fueron nada, nada, me decía muy bajo, y ella no les daba ninguna importancia, aunque a mí me mataban los celos; a veces, acostados en la cama viendo el techo de la habitación, como la amante bíblica, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y yo temeroso de ser indiscreto jamás le dije nada, no sé a que honduras de su vida íntima, de esa que nadie debe conocer viajaba; yo tenía la impresión, al final resultó cierta, que siempre estaba huyendo de mí; ella me deseaba desesperadamente pero en otros mundos, en otra vida; la enfurecía haber encontrado el amor ideal, el hombre perfecto, adecuado, esas eran sus palabras, en el lugar, sociedad y el momento menos apropiado, la frustración hacía presa de ella y fumaba cigarrillo tras cigarrillo, mientras bebía lentamente de mi whiskey que siempre le gustaba compartir. Años más tarde comprendí esa furia.

Fue un amor o una pasión diferente de las demás de mi vida, quizás irrepetible aunque no por ello la mejor, pero diferente; una parte de mi vida se quedó con ella, pero mi conciencia se salvó de ser despedazada por la desesperanza. Aún creo en el amor, firme y sereno, pleno y satisfactorio, fueron esas experiencias profundas de la pasión las que calibraron el exacto ajuste de mis sentimientos. Era una mujer de raras apetencias, recitaba a Neruda, poeta socialista decía ella con cierto aire de reto pero también a Miguel Hernández. El hecho es que yo le parecía demasiado burgués, independiente de que a ella le gustaba vestir bien y disfrutaba con los mejores tragos, su entrega, pienso hoy en la distancia aclaradora del tiempo, se debió si bien al amor, también a un vago sentido de rebeldía que dominaba todas sus acciones, yo no fui una figura para que ella reafirmara su independencia, su desprecio por las convenciones burguesas y otros pensamientos muy de moda en la juventud de la época; ser amante de un burgués era paradójicamente como negarle importancia a toda una clase despreciada y despreciable.

Cierto día, cuando nuestra relación ya tenía cierta madurez, ella me llevó, muy sigilosamente, a una habitación de un hotel que quedaba cerca del Mercado Cuartel, quiso que fuésemos a pie, en bus; el lugar no parecía tan malo y ella sonreía con malicia, otro de sus caprichos pensé: hacer el amor en un hotelucho y de incógnita. Yo conocía el lado teatral de su vida y le seguí la corriente. Pero al final de la tarde, mientras fumaba despacio concentrado oyendo el ruido de los buses y de los vendedores ambulantes que pasaban frente a la ventana del hotel, ella se levantó desnuda, y mientras su figura delgada con sus senos pequeños se perfilaba con la tenue luz del atardecer, de su cartera sacó una bolsa de Manila y me entregó un fajo de sobres atados con una cinta rojo y negra; me dijo que lo cuidara como a mi vida. Yo se lo prometí al instante, sin preguntarle qué eran o qué contenían esos documentos. Algo en mi interior me prohibía recelar de sus caprichos, de sus exabruptos y pensé que trataba de vivir una de las vidas que ella hubiera deseado; yo trataba de complacerla en todo. Nunca supe hasta años más tarde, siempre he sido un caballero, que contenían los documentos pues los tiré al mar un día que hice una excursión para ahogar mi pasado, el día que traté de renacer frente al mar infinito y potente, como he hecho muchas veces en mi vida.

Pienso en la ingenua inocencia con que contemplaba el mundo, aún ahora creo que no percibo en su totalidad el dolor humano, las desgracias y las angustias de este pueblo desgarrado por la desesperación y la incertidumbre de ser un pueblo sin futuro, sin anhelos cumplidos. Ella definitivamente era más madura, pese a su edad, su conciencia, - quizás sus estudios de medicina la pusieron más prontamente en contacto con el dolor y la muerte – del sufrimiento y de lo pasajero de las pasiones era más nítida y precisa. Caminamos en silencio en el centro, subimos hasta el Teatro Nacional y una oleada de vida y de bullicio nos cayó encima. La ciudad gritaba, lloraba, regateaba su existencia y nosotros dos, cogidos de la mano, toreábamos la pobreza y el desorden, riéndonos de la vida y envueltos en el tenue velo de la locura juvenil y de la noche que devoraba ya la ciudad.

El salón permaneció aún algunos años, creo que hasta el 76 o algo menos. Meses después de aquella insólita y única tarde de amor, Dafne se convirtió en laurel y no la volví a ver hasta muchos años después, ni volví a ver a Emy tratando de evitar a Dafne; supe que el salón había llegado a su fin. Busqué luego a Emy por todos los rincones de este país, pero todo fue en vano. Yo me quedé con algunos cuadros de su colección que aparecieron sorpresivamente en una subasta privada y compré algunos de sus clásicos que solía leer con verdadera pasión, aún están en mi biblioteca y los conservo como mis más preciados tesoros; comprendí su sabiduría y su alcance como a los treintiocho, cuando ya quizás era demasiado tarde, no sé, pero pienso que de haberlos conocido antes, otro hubiese sido el curso de mi vida.

Pocos lo saben, pero yo sé con certeza dónde vive en la actualidad. En una de esas fintas del destino pude platicar con ella unos instantes en el aeropuerto de Lima hace un par de años y me contó, en un tris, mil historias; ya es una mujer de edad, todavía guapa, elegante y creo que sigue su misma vida. Hace poco pasé frente a la casa que albergaba su salón, una disparatada facia metálica la ha convertido en oficina, todo un pasado se oculta tras la prosaica arquitectura que arruina su fachada; así como muere mi pasado, muere la ciudad.

Hoy, esta mañana, mientras leía las memorias de Dafne, las escribió durante la guerra, en sus días de lucha revolucionaria, editadas hace poco, recordé mi pasado con ella y lo sentí tan lejano e irreal que me pareció extraño que hubiese sucedido alguna vez. Creo que no ha cambiado mucho. No me sorprendí tampoco que reapareciera viva; nos vimos en una exposición de pintura, nos saludamos como si nos hubiésemos visto ayer, me abrazó hasta dejarme sus uñas marcadas en mi espalda y me besó muy cerca de la boca; ya no me gustan las canciones sin palabras me dijo retadora, luego conciliadora, me preguntó muy bajo acercándose a mi oído ¿leíste las cartas que nunca te envié ?, yo me quedé con la palabra en la boca pues ella me besó apasionadamente y en una mueca que era un llanto me dijo: te extrañé durante diez mil balas y se alejó de inmediato; sentí más bien que huía de mi; tiene la exacta mirada de su tía, un poco más allá o más acá del presente, una fracción de segundo la separa de este tiempo; se veía triste y cansada, posiblemente así me veo yo; no sé por qué, sentí nuevamente que una serie de fantasmas la acompañaban; ella parecía perseguida por muchos de ellos, de amor y odio, de pasados cercanos y lejanos, yo era, quizás, el más antiguo y peligroso de todos.

FIN.
Luis Salazar Retana.

sábado, 6 de agosto de 2011

El amor más o menos.

5 de Agosto de 2011.
El Amor más o menos.

“Lo único que no puede matar la muerte es el verdadero Amor”, es un epitafio y no sé dónde lo leí, ni a quien pertenece la frase, pero me impactó. Me impactó su rotundidad casi asesina, el lugar donde se escribió, en el frío mármol que guarda los despojos de la vida, los recuerdos del Amor.

El amor como la muerte nos hace entrar a universos nuevos, desconocidos, sin tiempo ni espacio, en donde las direcciones no son las mismas de la realidad, el Norte no es Norte y la izquierda puede ser la derecha, porque el amor no es teorema geométrico que se resuelve con la lógica, el razonamiento, sino con el corazón y el corazón no sabe de filosofía, ni de geometría, ni nada, sólo sabe del Amor…a veces.

Un amor pensado no es amor, el amor es Fe, es como creer en Dios, es un acto de Fe, que nos deja vulnerables, porque la razón no nos puede ayudar; es como un milagro, dulcísimo, pero inexplicable y que sucede por que Dios o quien quiera que sea, deja que suceda. Y asimismo a veces nos abandona, y digo abandona porque no le abandonamos nosotros, simplemente nos deja, ése que pensamos el verdadero amor, el amor de la vida. Hay una canción que dice más o menos esto, “si tú me dices ven, lo dejo todo”, cuando uno puede decir eso creo que hay Amor…del bueno, pero decir eso no es ecuación que resuelva nada, a veces complica al infinito las cosas. Porque dejar todo…

Lo más hermoso y lo más doloroso del Amor son los recuerdos, gozamos con los recuerdos en la lozanía del amor, llegamos al centro del infierno en la lejanía oscura del abandono. Y es que el Amor como ¿todas? las cosas de la vida tiene su lado luminoso y su lado oscuro. Quizás así deba ser pues la felicidad y la paz infinitas como muchos cielos, debe ser infernalmente insoportable. Sólo existe la felicidad del instante, inasible como el agua.

Pero quizás lo más importante del Amor es que debe evolucionar, convertirse con los años en una actitud mental de servicio, cariño, cortesía, educación, apoyo, consuelo y humor continuo, pues el espíritu debe sustituir gradualmente la pasión sin abandonarla; debe sublimar las virtudes; pero sobretodo, saber que el amor se hace viejo, aunque no triste ni serio, se hace viejo como nosotros mismos, es decir se transforma, pero debe ser como el amor que nos tenemos a nosotros mismos, que jamás se agota y esa es la clave: amar la forma en que envejecemos juntos, disfrutar del mundo riquísimo de nuestras experiencias compartidas, un mundo inmenso como si fuese un presagio de la eternidad. Ese mundo compartido, que está construido con viejas historias, ideas, recuerdos, alegrías y lamentos, sudor y lágrimas, pero también con bondad, ternura y comprensión sin límites. De esta forma: Amor es lo único que no puede matar la muerte y… menos la vida.

FIN

lunes, 1 de agosto de 2011

La ciudad viva

LA CIUDAD VIVA

Como les he contado, tuve muchos primeros amores, todos de descubrimientos y complicaciones sin límite, debido a mi enorme curiosidad y a mi alma de infinitos contornos y aristas, que el tiempo ha ido limando y puliendo hasta dejarla lisa, exhausta, quizás cansada, pero jamás arrepentida del largo camino de la vida, ni de las sensaciones y emociones acumuladas por el tiempo. Pero el gran amor de mi vida, por lo menos el más duradero, después del que me tengo a mi mismo, ha sido mi ciudad, mi puerto querido, de calores húmedos y de playas negras batidas incesantemente por ese mar de infinitos matices e innumerables peligros.

Manfredo calló de improviso, cerró los ojos con fuerza como si quisiera presionar sus recuerdos y concentrarlos, de tal manera, que de nuevo el pasado pasara ante sus ojos con la intensidad ya olvidada, de los sentimientos de entonces.

Las ciudades, mis amigos, empezó con voz que surgía del centro mismo de su memoria, son como árboles, con hojas y ramas que caen, que vence el tiempo, con nuevos brotes y florescencias de incomparable belleza, en fin, cambiantes, proteiformes, como todas las cosas de este mundo y dejan huellas tan profundas como los amores . Creo que esos cambios afectan a las personas, los barrios y en definitiva, al alma de la ciudad, porque las ciudades tienen rostro, carácter, pero sobre todo alma y música que a veces es alegre y que se convierte en ocasiones en gemidos de dolor a causa de las mutilaciones, del abandono a que sus gentes las someten. El Puerto, ha pasado por estas circunstancias y en mi casi infancia, me enamoré de ella, y Lugo uno se enamora de la vida, de los cielos luminosos y del mar embravecido y nos contagia con su pasión, que surge del suspiro de sus palmeras susurrantes, de sus parques perfumados y en el Puerto, del salino aroma del mar potente y misterioso, que trae perfumes surgidos de las profundidades y que saben a sal y sol y sugieren caracolas y estrellas marinas .

Cuando la ciudad florece, cuando se engalana en los inviernos y se cubre de flores y reverdece, los corazones laten con más fuerza y una ola de alegría y de amor inunda las calles y avenidas, sobre todo en aquellas ciudades en las que el alma del barrio aún vive, en donde los vecinos se saludan todas las mañanas y compran el queso y los huevos en la tienda de la esquina; las carnes se obtienen de los canastos de las viejas vendedoras que conocen a los niños por sus nombres y a las señoras con sus apellidos de solteras. Donde la ciudad vive a plenitud, en confianza e intimidad. Allí también surgen los amores de vecinos, los de infancia compartida a cabalidad, en los bancos de los viejos parques y en los zaguanes de las casas antiguas, donde se roban los primeros besos y se entra al reino del amor.

Todo se vuelve más apacible cuando la lluvia invernal torna más acogedora la ciudad, apaga los ruidos y se tranquiliza con el suave murmullo de la lluvia, cuando sobre los tejados suena como canción de cuna para adormecer. Recuerdo los tejados goteantes y húmedos que dejan caer sobre las cabezas, frías gotas. Y rememoro asimismo, como me protegía de ellas bajo los aleros cubiertos de musgo, en los portones de las viejas casas, con mi novia que empapada, transparentando sus incipientes formas de mujer, se empinaba sobre sus pies menudos para besarme el rostro mojado por la lluvia que indiscreta, deformaba mi bucle.

En el puerto, el muelle es o era en mi tiempo, el centro de la ciudad, la espada clavada en el mar, el principio de la inmensidad; allí en ese lugar conocí el éxtasis del amor y el miedo surgido de más allá; en el muelle aprendí a contemplar el horizonte y a vislumbrar lo enorme de la eternidad, lo fugaz de nuestra existencia; el mar es una metáfora infinita y eterna, así como lo es el amor, las ciudades y sus infinitas circunstancias. Todavía en el puerto se encuentran lugares que responden nuestras interrogantes, lugares desde donde contemplamos el horizonte y despedimos el sol en su lento viaje hacia el fondo del universo.

El muelle es el centro de los que viven del inmenso océano, desde donde parten los valientes pescadores a enfrentarse día a día con la muerte que acecha detrás de cada cresta del oleaje obstinado.

En las orillas del pueblo, en las viejas orillas donde todavía viven los fundadores, las viejas que bordaban los vestidos de las imágenes de la iglesia, las que adornaban con flores de palmeras olorosas y dulces las procesiones del Santo Entierro, allí en las noches con los ojos cerrados puedo ver deambular en el silencio opresivo de las noches sin luna, viejos amigos y ancianos que algún día me invitaron a un sorbete de coco con miel roja como las tunas y barquillos crujientes de color rosado maravilla. En esas calles todavía empedradas, se respira el aire salino del pasado que contenía esencias hoy olvidadas de bebidas que ya no se toman y comidas que ya no las cocinan viejas arrugadas en cazos de barro, condimentadas con hierbas que dejaron de crecer en los jardines de los patios perfumados con el olor del alcapate, la hierbabuena, y el perejil sembrado en viejas vasijas, peroles o en mitades de barriles.

Pero también la ciudad se transforma y revive en los lugares de donde surge su vida; las playas bordeadas por restaurantes que ofrecen el fruto de los que viven del mar, al lado del obstinado rugido de las olas que incansables luchan desde siglos contra esta tierra de fuego y sal.

Allí pasé una corta existencia, la efímera circunstancia de mi niñez y juventud, parte de esta igualmente efímera vida engañosa, que nos oculta la brevedad de su duración en las alegrías y tristezas cotidianas. Una brevedad que se siente poderosa en el viejo cementerio que guarda los restos salados de miles que nos precedieron y son un grito espeluznante de la brevedad de la vida, de la fragilidad, del tenue camino de nuestra existencia. Pero también es un recordatorio del más allá, y de que aunque sea en los recuerdos de aquellos que nos aman, perduramos más allá de nuestra desaparición física. El cementerio es un lugar de reflexión, cercano al mar, de ese otro espacio inmenso cuyo fin es también desconocido y lleno de temores e interrogantes.

En sus nuevas calles me diluyo en la espiral del tiempo y me veo caminando doblemente en un espejo que refleja los viejos colores del pasado y la turbia imagen de mis recuerdos que se deforman como si se reflejaran en una superficie cóncava o convexa, no sé, pero siento que la ciudad sigue su rumbo en el futuro que yo percibo para ella luminoso cuando el país, explote la inmensa belleza de su paisaje y la cálida suavidad de sus aguas marinas. ¡Puerto!, ¡puerto mío!, fuente inagotable de fuerza, crecido a la sombra de rocas poderosas, de calles empinadas que ascienden cansadas hacia la cima de montañas conquistadas palmo a palmo por mis esforzados conciudadanos, ciudad de fuerza y sol, sudores y alegrías, de hombres que doman el océano en cáscaras de nuez, valientes, dorados y acanelados por el sol que curte su piel cuando retan al destino por conseguir el sustento de sus familias, las cuales con sus ojos angustiados, en días de tormentas, escudriñan ansiosos, el horizonte esperando ver sobre una cresta la frágil embarcación que trae su amor y su sustento.

Amigos, dijo Manfredo levantando su vaso de Vodka, ¡por los viejos marinos!, por la ciudad del mar, por su futuro y el nuestro. Todos aplaudimos, entrechocamos las copas y brindamos por el Puerto, por todas las ciudades de este país, por el futuro de la nación. Afuera, la noche dibujaba sinuosas líneas de plata sobre el cielo, a los pocos minutos, la lluvia limpiaba el rostro sucio de la ciudad.

FIN

martes, 26 de julio de 2011

Divinos

San Salvador, 16 de julio de 2011.

Divinos.

Es una especie de no existe, una utopía quizás, pero presiento que no, no hay manera de situarse en el espacio ni en el tiempo. Es como si flotaras en espacio en el cual no existe un sol, una luna o estrellas que te indiquen si es de día, noche, verano, invierno, no siquiera sabes qué es abajo o dónde está arriba. Flotas en un Universo iridiscente, apenas logras ver tu mano cuando la acercas a tu cara, tal es tu levedad, pero si la extiendes en toda su longitud sólo percibes el antebrazo que se disuelve en la transparencia brumosa, acariciadora, como si fuese un cuerpo traslúcido que no sabes si es. Puede ser que siempre estés cayendo o subiendo, es intrascendente porque no lo puedes saber jamás, no hay puntos de referencia, es como estar en medio de la felicidad, pura, intangible. Solo ves la tenue luz que emana de tu propio cuerpo y la de algunos puntos que de cuando en cuando atraviesan el vasto telón, dejando trazos fluorescentes brillantes, azules, algunos otros multicolores que alegran el ¿espíritu? sin barrer el eterno, agradable silencio de este desconocido y cómodo lugar que no encontré jamás en los círculos de Dante.

Quizás sean otros como yo. Así, esa penumbra infinita, silenciosa, pero acariciadora, te produce una calma indescriptible, ¿vives?, no sé si eternamente, ignoro las dimensiones de tan fantástica expresión, y no puedo concebir siquiera la extensión de tal palabra en mi mente. Quizás esto sea la eternidad. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó”, ¿será éste ese tal lugar? Creo que si no supiéramos sobre la muerte, no pensaríamos en la eternidad...pero sabemos.

A veces, no sé a que distancia en el tiempo y el espacio, obstinados acordes melódicos, infinitamente cambiantes, lejanos, llenan la inmensa oscuridad y un embeleso embriagador se apodera de uno. Un placer de extraños matices y aristas, pues en el fondo del obstinado retumbar, como los tambores Taiko, se percibe un ritmo que hace intuir un orden derivado de una inteligencia superior, divina diríase, que se parece a la mente y estructura humanas y de alguna paradójica manera, dentro del placer abstracto, se encuentra el consuelo de la perfecta compañía presentida, y un dulcísimo consuelo cae sobre tí.

Creo que es a donde venimos los que no creemos en los castigos ni los premios eternos, pero tenemos una visión acerada, indestructible de Dios. Regresamos, simplemente, a la esencia divina de la que partimos un día y retornamos a ella, al final, después de un tiempo que no se puede medir y que pueden ser días o milenios, nos disolvemos en ella armoniosa, amorosamente y dejamos de ser nosotros para integrarnos a Él. Donde simplemente somos, ya sin conciencia propia, en Aquel que Es el que Es.

FIN.

miércoles, 13 de julio de 2011

El olvido

San Salvador, 12 de julio de 2011.

El olvido.

El viejo volcán pierde su perfil entre las nubes del invierno, un invierno que llega al alma, moja y enmohece, pero hace que en esas tristes excreciones del espíritu afloren, de vez en cuando, imágenes perdidas de tiempos idos, de fechas olvidadas, porque el legado de tristeza se borró muy voluntariamente de nuestra fina hoja de la vida; ayudó el olvido que surge sigiloso de la gran espiral del tiempo, para almacenar nuestros errores, nuestros desatinos, las fallas de nuestra lógica y quizás en ocasiones, nuestras falsas interpretaciones de la realidad, que nos pierden en el marasmo sin sentido de la vaciedad existencial.

En estos días grises vienen a mi mente recuerdos transparentes, lívidos que desataron tormentas de maleficios y produjeron huracanes de rencores ya olvidados y que contemplados desde la sanadora distancia de los años, apenas me hacen sonreír en su banal importancia desvanecida por el tiempo que todo lo lima, que todo lo aclara y desvanece en la piedra de moler de nuestra implacable memoria, que traga tristezas y alegrías, abandonos y aun presencias doradas que alumbran nuestra vida. El olvido, ese gran sanador del espíritu, que devora ansiedades, miedos, pasiones que una vez pensamos indestructibles, amores que soñamos eternos. Nada es para siempre, el olvido se encarga día a día de demostrárnoslo, imparcial e implacable.

Afortunadamente, a veces, el olvido se olvida de olvidar.

Sí, las cosas que guardo en el Sancta Sanctorum de mi conciencia, son así: sagradas, inalterables, casi eternas y son así porque así deseo que sea. No se pueden olvidar porque no deseo olvidarlas, el rostro arrugado de mi madre, la juventud victoriosa de mis hijos, los ojos verde oscuros de mi esposa, mis amores.

Ellos flotan en el amplio Universo que está separado del olvido por el verdadero Amor. Aquel que me da la vida, que me hace disfrutar cada instante de esta vida breve, irrepetible y quizás en ello consiste su falsa eternidad, sólo hay una por siempre y para siempre, otras y otros vendrán, pero la mía es sólo mía, eternamente mía, en mis recuerdos, en mis descendientes y quizás en el olvido final, que destroza toda esperanza, toda vanidad, todo intento de ser eternos. Esa incómoda eternidad que no me deseo, quiero como Buda disolverme en la nada, para que los que amo no me disuelvan en su olvido, la eternidad empieza y termina conmigo.