domingo, 18 de septiembre de 2011

Las cosas que nunca te dije.

San Salvador, 17 de septiembre de 2011.

Las cosas que nunca te dije.

Siempre me he preguntado por qué naufragamos, hoy sé que la culpa es sólo mía por las cosas que nunca te dije. Para comenzar, no recuerdo haberte dicho que te amaba, quizás lo dije, pero no lo recuerdo y jamás lo expresé con mis acciones o actitudes. Olvidé hablarte de mis sueños contigo, de las cosas que haríamos cuando estuvieses a mi lado. Así, me perdí de ver nuestro amor realizado, me perdí de ver crecerlo, perdimos nuestro futuro cuando la lluvia del olvido lavó los espacios en los que no supiste que te amaba y quedamos suspendidos en la nada.

Se me olvidó decirte que me hubiera gustado recorrer el mundo a tu lado, perdernos juntos en las arenas del desierto mágico, o en alguna isla griega de casas blancas y ventanas azules, como el color de mis años de aventuras y contemplar el color esmeralda del mar de mis griegos amados. Nunca te dije que allá, en esa tierra para mi sagrada, me hubiera gustado contemplar el mar desde un viejo templo dórico, ruinoso, solitario, sentados ambos en sus gradas sobre las que quizás alguna joven griega, de esas que pintaba Alma-Tadema, de cabellos rojos como el fuego, esperó ver a lo lejos, el velamen del barco de su amado.

Cierta vez, ¿te recuerdas?, en un viejo convento, de claustro lúgubre y oscuro, se me olvidó decirte que me hubiera gustado morir a tu a lado, quizás te hubieses asustado; siempre lo pensé pero nunca te dije que hubiera sido por siempre feliz si hubiera envejecido en tu compañía, compartiendo nuestra vida en las horas oscuras y en la suave claridad de las mañanas con lluvia. Tampoco te dije que me hacías falta y tú, pensando en mi silencio obstinado, dejaste que el tiempo borrara tus anhelos, tus fantasías, nos diluimos en la rutina de los años y renunciamos a los sueños que se perdieron en el olvido. Olvidé decirte que te amaba, sí, pero nunca preguntaste si deseaba acompañarte por el verde laberinto de tu vida que florecía airosa, vibrante y musical, mientras yo en silencio, ¡maldito silencio!, sin decirte nada, oficiaba la sagrada liturgia del amor en el altar de tu cuerpo durante tus años dorados.

Hablamos del sol y las estrellas, de la luna serena testigo de nuestras noches sin tiempo, de los cañaverales floridos de tu infancia, de tus briosos caballos de amazona, pero nunca mencioné que por esas simples cosas yo te amaba.

¿Recuerdas el día en que juntos contemplamos desde el verde encendido de la montaña, el mar que bordaba encajes de vestido de novia en playa?, ese día se me olvidó decirte que mi amor podía ser tan poderoso y tan extenso como el agua de aquel mar que divisaba. Y quizás entonces habrías preguntado si era cierto que te amaba. Pero creo que nunca quisiste hacerlo, la respuesta tal vez te asustaba, niña inocente, salvaje aún, pero bella, juvenil, que me recordaba aquella Venus que Botticcelli pintó para mostrarme desde el pasado donde mi amor debía haber recalado.

Ya ves, nunca lo hice, nunca te dije que te amaba. Pero quiero decirte algo, hoy que de nuevo estás mi lado, ¡ya me he perdonado! y puedo, quiero decirte, asegurarte que te amo, que desde siempre te he amado.

LSR

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