jueves, 30 de octubre de 2014

Sueño de la primera noche de verano.

San Salvador, 26 de octubre de 2014.

Sueño de la primera noche de verano.

Me gustaría un país que fuera de nosotros los salvadoreños, no propiedad de los partidos políticos, menos del gobierno. Un El Salvador, que fuera de todos, no de una clase, ya sea esta económica o política. Un El Salvador en donde todos pudiéramos contribuir a su gobierno y no depender de lo que unos pocos mal piensan, sino de lo que todos pensamos. Un país en el cual todos participemos reflexivamente del gobierno y seamos creativos y responsables de lo que sucede dentro de sus fronteras. Un país libre de corrupción, violencia, impunidad e injusticias. Un país en el cual impere la ley. No que ésta se adapte a los intereses partidarios. Un país de gente honrada. De gente trabajadora. De gente responsable que luche por crear un gran país con esfuerzos continuos y sin desmayo. Crear un gran país significa hacer un gran esfuerzo, honrado y responsable. No existen alternativas fáciles, ni indoloras.

Es que esta primera noche de verano la he querido vivir con plenitud, me he quedado despierto hasta altas horas de la noche, no sólo por el estruendo de las ráfagas de viento, sino también y principalmente por las ráfagas de patriotismo que azotan mis pensamientos. Reflexionar sobre El Salvador se ha vuelto un acto de dolorosas resonancias. Ver el presente, imaginar el futuro es un ejercicio intelectual de dolidas sensaciones y sobresaltos. Y las conclusiones, como mencioné en el primer párrafo, hacen arribar a la mente soluciones irritantes, complejas, de difícil ejecución y de largo aliento, capaces de desanimar férreas voluntades y esforzados corazones. Pero hemos tenido fama de luchadores, muchos jóvenes, menores de treinta y cinco años, ignoran por completo que fuimos un país famoso por lo esforzados en el trabajo, luchador, que con esfuerzo y orgullo nacionales, genuinos y auténticos, convertimos este minúsculo espacio geográfico, en ejemplo de Centroamérica y de muchos países de América Latina.

Escribo esto no como reclamo ni queja, sino como una llamada de alerta, de aliento para ver si nuestra juventud actual, trabajadores, comerciantes, empresarios, funcionarios gubernamentales, políticos y la ciudadanía en general, recuperamos ese orgullo perdido, esa valentía de sobreponerse a las dificultades y alcanzamos de nuevo al cima de nuestro potencial humanos que, con justa razón y conocimiento de causa, certifico que es enorme y de calidad, no sólo intelectual, sino humana, que es desde mi punto de vista todavía más importante.

¿Cuál es realmente nuestro problema? Esta pregunta tiene infinidad de componentes, económicos, culturales, políticos, religiosos, sociales. Pero sobre todos ellos destaca uno: la perversión y deterioro de las condiciones humana de la sociedad. Humanas en el más alto sentido del término, somos seres humanos porque pertenecemos a un conglomerado social que debería ser unido, justo, solidario, cooperativo, responsable y sobre todo de amor al prójimo, para Freud, uno de los fundamentos de la vida civilizada. De lo contrario seríamos nada más que otros animales poco evolucionados, carentes de lenguaje y sobre todo, de dominio sobre el pensamiento abstracto que es lo que ha elevado al hombre sobre todas las especies.

Hoy se habla mucho de ciencia y tecnología, para nosotros países pobres es un problema y un reto, las necesitamos a ambas, es poco menos que imposible subsistir sin ellas, pero centramos tantos esfuerzos en las mismas, que olvidamos la parte humana, la parte que estamos obligados a resolver en primera instancia y que menospreciamos creyendo que aquellas son el centro de la vida, el centro del progreso y nos olvidamos que es el ser humano y sus circunstancias el que está en el centro de todas las cosas, que es él el que tenemos que alimentar con valores, virtudes, para que aquellas funcionen a cabalidad y en beneficio de la sociedad en general y no de ciertas clases, económicas la mayor parte de las veces, o políticas que, al menos al día de hoy, han relegado a la población a niveles de apéndice de sus intereses.





miércoles, 1 de octubre de 2014

San Salvador, 14 de septiembre de 2014.

La ternura

Hay sentimientos que parecieran haberse apagado en el universo. Como si la civilización materialista de hoy día se hubiese ahogado en la violencia, las guerras incesantes, la banalización del mal, tan de moda hoy en día, hubiesen convertido el alma humano en zona de desiertos y espinas, de sequías inmensas, de yermos carentes de virtud y de los más nobles sentimientos. Yo he resentido, por sobre otras dolorosas pérdidas, la casi desaparición de la ternura. Ese sentimiento sutil, casi etéreo que se presenta sublime en todos los tipos de amor verdadero, esposa, hijos, hermanos, nietos, es como una suave aura que nos envuelve en el dulce encanto de la práctica del más puro humanismo.

Ternura, viene de tierno, suave, recién surgido, la etapa primera dócil y delicada, de sentimientos sutiles, sentimientos cuyo grado, cuya intensidad se mide en corazones.

Una de las causas de su desaparición, es como expuse anteriormente, la banalización del mal que lo normaliza falazmente, que insensibiliza a las personas y las hace renunciar a la expresión de sus más refinados y sutiles sentimientos, como si ello fuera síntoma de debilidad, cuando en realidad es todo lo contrario. Solo las personas seguras de sí mismos expresan con libertad sus sentimientos. La expresión del amor, no sólo de palabra sino de acción, es hoy paradójicamente, más tabú que el sexo. Se muestran las desnudeces y relaciones sexuales con más frecuencia y más explícitamente, que la ternura, sobre todo en los hombres. Y eso creo, ha restado a las relaciones esa finura, ese respeto que antaño rodeaba el noviazgo y que en alguna medida hacía que las relaciones matrimoniales fueran más duraderas, más acertadas y es que la ternura provoca respeto, admiración, sentimientos de unión y agradecimiento. Nada hay más dulce que la suavidad de una caricia tierna.

La ternura aunque se pierda en la juventud, siempre retorna en el otoño de la vida, como que perdemos miedo a expresar nuestros sentimientos y los mostramos abiertamente, porque en la sabiduría que confieren los años, encontramos lo absurdo que es ocultarlos, pues con ellos proporcionamos y nos proporcionamos alegrías infinitas y momentos de dulzura inefables.

La ternura es un sentimiento entrañable que da valor a nuestro espíritu y calor amable al alma de quien lo recibe. Es una forma simple, pero poderosa de armonizar con los demás, de integrarnos al espíritu amoroso del Universo, donde alcanzamos la plenitud y somos felices. Sólo los espíritus plenos, delicados son tiernos, los que no sólo viven de pan, sino de las maravillas del espíritu y sus emanaciones suaves y placenteras que constituyen uno de los grandes disfrutes de nuestra existencia. Porque la ternura es íntima expresión del ser no del tener, que todo lo embota y deforma. Es expresión de nuestra sensibilidad y sobre todo de la sinceridad y exquisitez de nuestros sentimientos.

Las madres son la máxima expresión de la ternura, su amor absoluto incondicional por los hijos es sorprendente y digno de los mejores elogios, pero...¿por qué no es así en los hombres?, ¿qué nos impide ser tan amorosos como las madres?, creo que no es normal. Hay algo en la educación humana que nos hace fallar en ese sentido; miles o quizás millones de años de prepotencia y dominio masculino, han adormecido, suprimido, reprimido ese sentimiento tan puro y tan suave. No creo que tenga que ver o interferir con el valor, hombría o autoestima masculinas. Es sencillamente otro sentimiento excelso, que deberíamos de hacer aflorar y mostrar cuando es necesario, porque lo es. Dice Fernando Sabater “El amor sin ternura es puro afán de dominio y de auto afirmación hasta lo destructivo". Completamente de acuerdo.

En fin, la recuperación de la ternura como sentimiento de armonía y humanidad, es una necesidad para contrarrestar la violencia, el desamor y la falta de solidaridad en este mundo materialista y consumista que nos abate y nos hace esconder nuestras más puras esencias. La sabiduría nos devuelve esa capacidad.