jueves, 22 de diciembre de 2011

El último amor.

San Salvador, 22 de diciembre de 2011.

El último amor.

Hace años cuando aún era joven, que te diré, tenía quizás cuarenta y cinco años o un poco más, pensé que mi vida empezaba; en realidad, por muchas razones, fue cierto; empecé el lento crecer hacia esta amplitud infinita en que me encuentro, en la cual disfruto con deliberado placer, todos y cada uno de los días de mi vida. Empecé también a conocerte. ¿Sabes?, pasé a tu lado muchos años sin atreverme a vislumbrar el interior florido de tus espacios, la luz serena y suave de tus íntimos anhelos, diferentes a ese tu exterior tan áspero a veces, tan poco expresivo con que te ocultas de mis besos. Y esa fue la sorpresa de mi vida, eras – eres querida- tan suave y luminosa en los suaves meandros de tus sentimientos, como distante y opaca en la externa distancia desde la que contemplas mi amor. Con los años he aprendido a bucear en tus ojos, a descifrar los sutiles matices de tus palabras, en las diferentes tonalidades de tu risa escasa, he aprendido a leer las notas de la música con que interpretas la vida y tus relaciones conmigo.

Eres como las nubes, surges del agua de la vida, riegas mi existencia, desapareces y te reconstruyes en los ríos de risa cristalina para volver a perfumar con los aromas de tu esencia, el yerto huerto de mi vida solitaria. Pero como ellas, intangible, huidiza, me envuelves y un frío intenso se apodera de los dos, solos, buscando el enigma de tu presencia inconclusa, de tu distancia deseada, que compartimos y lamentamos – al menos yo- en la íntima soledad de nuestros furtivos encuentros.

Hoy, este día del solsticio de invierno, el día más corto del año, te escribo estas líneas que reflejan, en tristes formas, mi amor por ti. Ese amor que como bien sabes, forjamos con alegrías y penas, con besos y lágrimas, mientras transitamos hacia Ítaca. Debo decirte querida, que hemos encontrado como dice el poema de mi querido Cavafis, de todo, incluso hemos caminado muchos trechos en solitario, separados por la incomprensión, por nuestra propia incomprensión.

Y no estás presente querida mía, no. El cielo está azul, lo percibo inmenso, desolado, porque tú, nube mía, no estás a mi lado. Pero bien sabes que eso no es tragedia, ni es dolor, ni es tristeza. Hace ya tantos años cuando tomados de la mano en nuestra vieja ciudad de ensueños, bajo la luz tímida de los mortecinos faroles, como algunos tristes días de nuestro largo camino, de nuestro sonambúlico amor, llegué a la más intensa conclusión de mi vida aunque jamás te la he comunicado, y es que así debía de haber sido. Ahora lo sabemos con claridad cegadora y descorazonadora, que tú, mi compañera de esta viaje extraordinario, de esta Odisea amorosa, nunca llegarás conmigo a Itaca.

Pero por ello, y en una confesión de perfecto amor por ti, puedo decirte que aquella noche, llegué a la conclusión que serías mi último amor, el último de mi vida, que quizás no llegaríamos a ningún puerto, pero que siempre te amaría – eso hago- hasta el final de mis días…estés o no conmigo.

LSR

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