martes, 15 de marzo de 2011

San Salvador, 7 de marzo de 2011.

La llamada del amor.

Te he soñado desde entonces en todos los escenarios, en todas las circunstancias, pero jamás en consonancia con esta realidad que ahora te aleja de mi. Desde que no formas parte de mi vida, desde que no formo parte de tu vida.

Recuerdo todos los lugares de esta desestructurada ciudad en la que te he amado. Viejos y variados restaurantes  de todas las nacionalidades, me acuerdo que te gusta la comida china, las pupusas quizás revueltas, ya hace tanto tiempo, el amoroso menú gastronómico de nuestros encuentros se diluyó y se concentró en la sola cerveza ligera que aún recuerdo  te gusta. O te gustaba, el tiempo nos cambia, querida.

He recordado también los íntimos encuentros bajo las luces mortecinas de la ciudad informe, sin barrios, ni avenidas, sólo callejones y lugares sombríos a los que la luz llegaba a través de la ramas densas de los almendros de río y de los laureles de la india, cargados de bullicios de pájaros y de sugerencias incomprendidas.

Desperté, sonriendo porque había soñado  con las largas conversaciones en la penumbra en las que te acariciaba casi con dulzura, pero creo que nunca lo fui, tierno, dulce amoroso, creo que no. Era una relación visceral, -qué término más absurdo e impertinente querida-, pero quizás se ajusta a esa relación extraña que nunca supe que era hasta que te alejaste en el túnel oscuro del olvido y entonces yo, comprendí alucinado lo que había perdido. No sólo tu presencia, calmada, satisfactoria, paciente y lo más probable sufriente, sino un mundo de ensueños, de escenas futuras que nunca llegaron a realizarse, donde te amaba en el lugar en donde sólo dos podíamos existir, y te cocinaba manjares de novedosa invención, entre risas y besos, una especie de Paraíso inventado sólo para ser felices, sólo para esos sueños imposibles que jamás habrían de convertirse en realidad.

Los caminos o ramas quizás del árbol, frondoso  por cierto, de nuestras vidas, al menos el mío, se deshojó de la noche a la mañana y los pájaros que anidaban en sus ramas  volaron para no regresar jamás y dejaron mi vida en el silencio oscuro de  la desesperación, ese denso silencio que nos deja flotando en una nube espesa que no nos permite situarnos en el Universo del sufrimiento, porque somos puro sufrimiento.

He buscado esos momentos felices, realmente felices, que tú dices que nunca existieron, déjame decirte que en  alguna medida tienes razón, fueron tan pocos, pero me pregunto ¿por qué?. En esa búsqueda casi fantasmal, creo percibir una noche oscura en una vieja ciudad, caminando por una empedrada acera tomados de la mano, en un Universo que sólo existía para nosotros, los demás eran sombras y nada más, pero nosotros éramos, quizás la única vez que fuimos, en ese sentido extraño que tiene la expresión, fuimos, nosotros dos, íntimamente solos, ajenos al Universo exterior, existiendo en una burbuja de tiempo y espacio que proveía un escenario incomparable, íntimo, oscuro como nuestra relación que nunca pude nominar, porque nunca fue lo que tú pensaste o lo que la gente pensaba. Fuiste novia, amiga, compañera, consejera, pero nunca amante. Realmente era bella, transparente, pero ni yo ni tú pudimos definirla y al no poder definirla no la comprendimos, tu y yo, querida, compartamos, por favor, ese error.

Era algo etéreo, desesperante, apasionado, irreal las más de las veces, pero profundo, doloroso, de agudas aristas hirientes. Eras todo lo que podía aspirar, pero también lo poco que podía dar, sí, tienes razón debí de dar más, de pronunciar las mágicas palabras que romperían el nudo gordiano de nuestras pasiones, ternuras, sentimientos, lamentos, tristezas, alegrías, sueños utópicos enredados en la maraña indefinida inexistente de nuestro futuro, absolutamente incierto. Un futuro descabellado que pudiera plasmarlo en una Divina Tragedia, porque Dante  encontró a Beatrice en donde no la podía poseer o tomarla consigo, mientras que yo te encontré en la vida real, donde Dios nos pone a jugar el complicado ajedrez de nuestras existencias, sobre todo cuando jugamos en el infinito laberinto que es el juego del amor. ¿Me entiendes?

Nunca te he perdido, porque nunca estuvimos realmente juntos, nuestro mundos se rozaban como dos canicas que chocan entre sí, pero jamás se vuelven una sola, porque mi corazón era duro, no sé si el tuyo también y el amor, para que dos almas, corazones, vidas se fusionen deben ser blandos, amables, en fin querida, dejarse amar, yo no me dejé amar por la soberbia derivada de mi juventud liberal, el hecho de haberme hecho a mí mismo, sin ayuda de nadie, me provocó un estado de suficiencia en donde todos, incluso tú, eras accesorio de mi vida, no parte integral de ella.

Cuando partiste, se destilaron en mi corazón todas las esencias, y obtuve concentradas formas de venenos para el alma que entorpecieron mi vida, la muerte me tendió su mano, que sólo por mi fe en Dios pudo evitarla y salir indemne del reto y del llamado del destino perverso.

He buscado también en el extenso desierto de mi memoria afectiva, cuántas veces te oí decir ¡mi amor!, no recuerdo querida, ni sé si alguna vez lo dijiste, ¡qué relación extraña! y a la vez tan simple, porque nos amamos hasta lo indecible, hasta lo imposible y quizás esto último fue lo más real, éramos imposibles, los diseños de nuestras vidas no coincidían en ninguna parte, sólo en el desordenado espacio de nuestra imaginación y de nuestro mundo reducido, de sombras y escondrijos, de utopías infinitas y de laberintos sin solución posible.

¿Cuántos años fueron querida?, no tengo la mínima idea, porque el tiempo y el espacio  se curvan y perdemos su verdadera dimensión cuando navegamos por él con el corazón en la mano y la mente en los infinitos Paraísos que el hombre ha diseñado a través de los siglos. Esos espacios y Paraísos en los cuales  ninguna brújula nos ofrece un norte capaz de situarnos en la realidad. 

Yo sé que nada de todo esto existe ya, al menos en la forma que fue. Una forma que se diluyó en el tiempo, en tu olvido y ahora sólo existe en mi mente, porque en la tuya como me dijiste un día, lo que pasa pasa,  y cuando pasa deja de existir; que maravilla de Universo el tuyo, tan inteligente, tan práctico, tan afincado en la realidad. Pero a pesar de tus esfuerzos y a pesar de mi memoria implacable, obsesiva, que jamás olvida algo, detalles sí, lo admito, pero las líneas generales de la urdimbre de mi vida son imborrables, son consustanciales con las neuronas de mi cerebro, y a pesar de todo te sigo amando, es más, diría que vivo en un mundo invertido en el que primero te amé y después me fui enamorando de ti, ¿cómo pudo suceder eso?, no me lo preguntes, es así. Eso es un milagro de rara invención como dijo Bradbury, pues con lo que sé, con lo que recuerdo, con lo que hiciste, debería haberte borrado de mi vida…y no ha sido así.

Y es que además sigues a mi lado, serena, imperturbable, contemplándome desde el trono de diosa en que te he situado, voluntariamente aceptado y deseado, y me das exactamente lo que quieres darme ni un aliento de más y ¡Oh dioses del Olimpo!, yo soy feliz con ello, tu lo sabes, siempre lo has sabido, siempre lo he sabido, que aunque sin brújula y sin destino, no podemos estar lejos el uno del otro, aunque desconozco la extensión de esa lejanía, al menos la que tu soportarías. Pero la mía tiene la extensión de mis brazos, debo al menos rozar tus brazos, tus rodillas, y discernir las pequeñas arrugas que ahora ¿adornan? tu rostro, ver el rojo luminoso de tu cabello brillando como aura alrededor de tu cabeza.

Pareciera como parte de una tragedia escrita con anterioridad en un mundo en el cual ya existimos, creería que nos volveremos a encontrar, porque un amor tan potente no puede quedar sin cerrarse, sin cumplirse, sin realizarse. Dios, que nos ama hasta límites inverosímiles, nos dará en otro tiempo, quizás en otro mundo, en otra vida, un lugar en donde podamos empezar de nuevo y sabiendo los errores de nuestra infancia universal, corramos exactos, presurosos hacia los valle del Amor en los que el horizonte infinito y lineal no ofrece la orientadora visión de las montañas, ni el obstáculo agreste de las rocas filosas que nos hacen tropezar prolongando la distancia de nuestros destinos, sin alcanzarlos jamás. Ahí te esperaré. Yo, querida mía, partiré antes que ti.

FIN







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