miércoles, 24 de julio de 2013

San Salvador, 23 de julio de 2013.

La vida ya no es nuestra.

Estoy leyendo una novela que habla de la cultura, del amor a la lectura y los libros y otras historias de por medio. Pero lo que me impactó fue una frase de la misma y que le da nombre: "La vida cuando era nuestra". Una frase que de inmediato golpeó mi espíritu y mis sentimientos. Llenó mi corazón de escalofríos y sentí como si algo hubiera perdido, como si los salvadoreños hubiéramos perdido algo. En efecto, después de reflexionar sobre esa frase, comprendí que ese dolor sordo en mi interior y en el de muchos salvadoreños se debe a que la vida ya no es nuestra, ya no nos pertenece.

Vivimos pendientes de las circunstancias, pendientes de lo que sucede alrededor, de lo que puede pasar, debemos saber dónde ir y dónde no, qué zonas son peligrosas y cuáles no. Muchas de las decisiones que tomamos están matizadas por el miedo, por la incertidumbre. El mal acecha en cada esquina, en cada bus, en cada semáforo, estamos siempre en guardia, a la espera de lo inesperado. Temerosos de que alguien te coloque un arma en tu cabeza y te pida el teléfono; a la espera que te intercepten en cualquier lugar de la ciudad y te exijan lo que los señores del Mal deseen, tu automóvil, tus pertenencias y al final si las cosas se complican, te arrebatan la vida por una nimiedad.

Si es un padre de familia o una valiente madre que sostienen el hogar y varios hijos, como es común en un país como el nuestro, se interrumpe la vida de una familia, se la lanza a la pobreza, a la desesperación y posiblemente a la miseria. No es sólo el hecho, sino las terribles implicaciones, el daño colateral y que no se percibe en el simple análisis estadístico del crimen y de la extorsión, sacándose conclusiones frías, inhumanas y sobre todo injustas.

Gloria trabaja con nosotros, tiene seis hijos, mujer trabajadora a quien tratamos de ayudar en lo que podemos. Los fines de semana quiso todavía, a pesar del trabajo de la semana, hacer algo por sus hijos. Quiso vender enchiladas, pastelitos, en fin, algo con que acrecentar los ingresos de la familia, también su compañero trabaja. ¿Qué sucedió?, al día siguiente se le estaba exigiendo una renta. ¡Qué pena!, pero también qué crueldad, ni la pobreza escapa de las garras de los depredadores, esos agentes del mal que se defienden con tanto ahínco en algunos sectores de nuestra desorientada sociedad. Ya antes había sido amenazada a muerte delante de sus hijos pequeños, uno se orinó del terror, porque una de sus hijas no se fue con un asesino. Esto con una mujer humilde, trabajadora, que ve más allá del presente y piensa en sus hijos y quiere algo mejor para ellos; esto tampoco se refleja en las estadísticas, el daño intangible de este mal que aqueja a la población salvadoreña, que alimenta al crimen organizado en su supervivencia y crecimiento pavoroso y que se quiere obviar, como si ello fuera posible. Hay que estar dotado de una insensibilidad inhumana y egoísta para aceptar este estado de cosas.

Ya no somos dueños de nuestras vidas, ya no nos pertenece. Es del mal, que ha permeado todas las esferas, para convertirse en dueño de nuestras empobrecidas existencias, que nos impide vivir en libertad y tener el control sobre nuestras circunstancias, sobre nuestro presente y nuestro futuro cada vez más oscuro, más indescifrable.

Las estadísticas, no las critico, aunque en nuestro medio es difícil fiarse de ellas, todo está politizado; pero es importante que hagamos valoraciones de las mismas, diferenciar el bien y el mal, el evidente y el oculto daño colateral, que a veces es mucho peor, porque el mal... es siempre el mal.
LSR

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