martes, 9 de julio de 2013

San Salvador, 9 de julio de 2013.

La edad de la inseguridad.

Hanna Arendt hablaba de "La banalidad del mal". Eso nos ha pasado a los salvadoreños, entre muchas cosas, hemos banalizado el mal. Ha perdido su carácter absoluto para convertirse en una relatividad social, con la que puede transigirse, ponerse de acuerdo, algo trivial que puede poseer aristas positivas y hasta virtuosas. Si bajamos de doce asesinatos diarios a seis, ¡Qué maravilla!, sólo seis, lo que causa, sino espanto, asombro de lo permeable que somos al mal, debido precisamente a que hemos llegado a considerarlo como algo inofensivo, de categorías, con las cuales podemos negociar, yo te doy esto o aquello y tu bajas a seis por día. ¡Gran negocio!, y quizás esto sea al final de cuentas. Yo no puedo confiar en alguien que abiertamente, como vocero del mal, expresa que puede matar cuando, como y a quien quiera. Eso es, evidentemente, una afirmación diabólica, rayana en la insania.

El mal es el mal. Que hoy nos parezca natural, proviene de nuestro largo contacto con la guerra y la disolución del orden social durante y después de la misma. ¿Por qué sucedió esto?, es algo complejo y difícil de explicar, pero creo que hubo un vacío de poder y sobre todo de control social, preocupados como estábamos por recuperar el tiempo perdido y en esa vorágine falaz del progreso material infinito, perdimos el rumbo humano de nuestras vidas. Pero la guerra, además, había ablandado nuestra concepción del mal, los miles de muertos nos insensibilizaron y nos fueron creando una costra de dureza ante el mal, que luego nos ha permitido soportar que seis asesinatos diarios, al menos, no signifiquen nada en nuestras conciencias. Luego el materialismo aberrante de los últimos años, el egoísmo y la ausencia de valores ha hecho el resto. La corrupción se ha convertido en un medio válido de vida en todos los ámbitos, incluida la política, y ésta ha derivado por caminos de poder y egoísmo social, que ya son insoportables, conduciendo al país a un destino en el que los únicos perdedores seremos todos los salvadoreños, que pagaremos el dispendio descontrolado con nuestra pobreza y todavía peor, con nuestras jubilaciones.

Por eso hablo de la edad de la inseguridad: física, nadie está seguro en este país, la muerte nos acecha en todos lados; política, nadie sabe que va a suceder en este país y económica, en esta inseguridad sí sabemos lo que nos espera y ya se nos anuncia con total descaro, por los mismos que han creado este caos, desde hace años, los gobiernos ineficaces y populistas que han dilapidado y mal utilizado los fondos públicos y hoy quieren dilapidar nuestros ahorros. Esto es gravísimo, se está condenando a generaciones, a vivir bajo la espada de Damocles sobre nuestras cabezas, como amenaza de pobreza y de una vejez desvalida.

Los últimos veinte años nos hemos olvidado de la virtud. De la honradez, de la justicia, del alma humana, nos hemos lanzado suicidamente al consumismo, a la búsqueda criminal del poder y el dinero; el sistema político, totalmente fracasado, no ofrece alternativas serias, nadie habla de ahorro, de cambiar nuestro sistema de vida, porque no podemos seguir viviendo como lo hemos hecho hasta ahora en base a créditos; no es posible salir de esta vida de despilfarro, impunidad y abuso, si no cambiamos las reglas del juego, sino ponemos la justicia y la virtud por delante.

Necesitamos funcionarios probos, honorables, que trabajen para el pueblo, urge sacrificarnos, recortar el estado sobredimensionado, menos burócratas, menos diputados, menos superfluidades; modificar la estructura de este país de cientos de municipios. Basta ver el mapa de El Salvador, para saber que nuestra división territorial y la burocracia que ello genera es absurda e insostenible. Tenemos que reinventarnos si queremos sobrevivir. Nadie parece pensar actualmente en ello. Nadie.

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