sábado, 21 de septiembre de 2013

San Salvador, 21 de septiembre de 2013.

Tus manos en la noche.

La eternidad está enamorada de las creaciones del tiempo.
William Blake.

En las noches de insomnio, después de las sesiones de quimioterapia, mi mundo se amplía de forma inconcebible comparado con los términos normales de mi capacidad cognoscitiva. Todo se abalanza en sobre mi conciencia, son tres o cuatro días de viajes por lo más profundo de mi ser. La conciencia de la muerte es clarísima, pero consoladora, sin temores ni angustias, se siente tan natural como nacer, nacemos y no sabemos nada de antes y morimos igual, no sabemos nada del después. Los pensamientos sobre la eternidad me parecen ridículos, si alguien quiere creer en ella no me opongo, ni le destierro de mi consideración, pero siempre me acuerdo de aquella anécdota que los árabes cuentan y que oí de labios de un santón hindú en un inglés tan execrable como el mío. Creo que todos los que creen en la vida eterna deberían de conocerla, a mi me ayudó muchísimo a dejar de pensar y creer en ello. Aunque ya la he narrado en otra ocasión, la contaré de nuevo para los que la desconocen.

Dicen, Alá es mi testigo, que en el Universo existe una esfera de acero de Damasco del tamaño de la Tierra, asimismo una Águila enorme, cuyo tamaño se ignora, que pasa cada millón de años rozando con la punta de sus alas, la ola enorme bola de acero, y dicen ¡oh portento!, que cuando esa esfera de acero del tamaño de la Tierra se haya deshecho por el roce del águila que pasa cada millón de años, ¡aún no habrá empezado la eternidad! Creo que es demasiado desearnos esa inmensidad, total por 50 o 100 años que pasemos en este mundo. No, para mi no tiene ninguna lógica. Con esta vida me basta. Y si por casualidad existe un cielo o algo similar, diré como aquel que conoció el verdadero amor sobre este mundo, que ya había estado ahí.

Lo cierto es que en las noches esas extrañas del insomnio químico, alcanzo niveles de conciencia extraños, poderosos pero no sé sí reales o son simples espejismos de mi duermevela. Estoy concentrado en mi cuerpo, sintiendo todos mis órganos, mis reacciones internas, molestias y horas de ensimismamiento pensando en la eternidad y su absoluta falta de lógica y sentido. No quiero ser eterno, no creo que exista tal cosa. Esta vida llega a su fin y es el fin de todo. Esa plena seguridad del fin y el hecho que no tengo que preocuparme por otra vida, hace descender sobre mi mente una calma infinita, eterna, gratificante y alentadora, que hace que la felicidad se albergue por brevísimos instantes en mi corazón y la paz de Dios inunda mi espíritu.

Sonia duerme a mi lado, busco sus manos y una conexión infinita, suave, se produce, no es necesario que ella esté despierta, basta sentir sus dedos, sobre los cuales deslizo los míos y entonces encuentro mi vida infinita. En ese instante soy eterno y pienso entonces, que la eternidad como el amor, dura sólo un instante. No es un continuum que se prolonga eones y eones, es un instante que concebimos eterno porque nos diluye en la inmensidad que abarca nuestra conciencia. Creo que es infinita, pero en teoría; en la realidad puede tener la duración de un suspiro y es suficiente, me basta para saber que soy y que disfruto de la vida y sus circunstancias, buena y malas, que Dios está a mi lado y que no necesito nada, ni una eternidad, ni un cielo y menos un infierno, invención monstruosa que no puede surgir de ningún Dios, ya tengo mi cielo todo lo que de bello pueda existir en el Universo, en mi mente lúcida, cuando estoy con las manos de Sonia entre mis manos, estoy en mi personal eternidad ¿acaso puedo pedir más?



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