lunes, 21 de octubre de 2013

San Salvador, 19 de octubre de 2013

Job.

A veces me siento como Job, ¿por qué Dios permite tanta iniquidad en el mundo?, tanto crimen, tanta corrupción, ¿qué es lo que pretende? Se asesina en su nombre, se muere de hambre por religiones que dicen venerarlo, las mujeres esclavizadas y vejadas, también en nombre suyo, la pobreza por todos lados. En El Salvador las maras dominantes asesinan, violan impunemente; los gobiernos impotentes, para combatir el mal, corruptos, ineficaces, ¿por qué permite todo esto? Me siento como Job. Y por sí eso fuera poco, no da ninguna respuesta. Nada, sólo el silencio eterno, sólo el vacío indescifrable de su presencia, que a veces siento lejana, tan lejana que dejo de sentirla. Mi fe es fuerte y poderosa, como Job persevero en mi confianza, pero a veces flaqueo, me insubordino, grito, como gritaba Bach, "Ich ruf zu dir, mein Herr". Pero no obtengo respuesta. Sólo un silencio que se anida en mi corazón y crece hasta convertirse en dolor, en desesperada impotencia. A veces, como dice Harold Bloom, tanto Yahvé como Satán me parecen antipáticos. Someternos a esta incertidumbre, por que no pone las cosas claras de una vez. Antipático.

Pensar el mundo en las actuales circunstancias asaltado por crisis de todo tipo, es un ejercicio agotador, frustrante, pero creo que absolutamente necesario. Quizás en no hacer esto último estriba nuestro fracaso en comprenderlo y dominarlo, porque pareciera que la vida se ha salido de cauce y es imposible volver a la calma de la existencia serena y del futuro previsible. El mal, con soberbia elocuencia, se presenta como el progreso liberador de las ataduras atávicas del pecado y lo que antiguamente se definía como maldad y que falazmente se anuncia ahora como libertad para el placer, libertad de vivir la vida con plenitud, sin trabas y sin ataduras. Pero hay que ver a dónde nos ha conducido esa falacia. Un mundo terrible de odios, luchas de clases, dominaciones inhumanas del hombre hacia el hombre, en fin, un universo caótico, lleno de contrastes de miseria y opulencia extremas, en donde la justicia brila por su ausencia y el humanismo se diluye, hasta desaparecer, en la barbarie consumista y hedonista de un mundo sin freno y sin aparente control.

Parece como si de nuevo Dios hubiese dado permiso a Satán, como se lo dio sobre las cosas de Job. "Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tus manos sobre él", a mi este permiso siempre ha roto todos mis esquemas de justicia y espiritualidad. ¿cómo puede Dios hacer esto?, dejar que el maligno haga lo que quiera con las pertenencias de Job. Es cierto, sólo son sus pertenencias, pero este mundo con sus circunstancias nos lo dio a nosotros. Es lo único que tenemos para nuestro disfrute. Y me asusta sobre todo, cuando en aquella época los hebreos no creían en el otro mundo, como yo, ahora. Entonces ¿qué le dejaba al pobre Job más que el sufrimiento de la pérdida. Es cruel, muy cruel.

Una crueldad similar presiento cuando veo este mundo desgarrado, destrozado, dominado por el odio, la codicia, la injusticia, las guerras, la pobreza infinita de millones y millones sin esperanza. África, América, ciertas regiones de Europa, Kosovo para poner un ejemplo, Asia central dominada por creencias fanáticas que oprimen y extermina al hombre y hacen invisibles a las mujeres, seres sin derechos ni vida propia. ¡Qué escándalo! Y de nuevo surge la pregunta incontestada. ¿Dónde estás Dios mío?, ¿por qué nos has abandonado?

Porque ahora como que le has dado permiso de poner sus manos sobre nosotros. No te entiendo. A veces pienso que no eres transparente. Aún así sigo siendo hombre de fe, me diste ese don que tanto aprecio y agradezco. Pero también me hiciste humano y tengo mis dudas, mis deslices de la carne, mente débil, fantasiosa, desesperada y llena de prejuicios, sí, ¡soy humano!, muy humano.

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