jueves, 16 de julio de 2015


El camino hacia Dios.
Hace unos días una persona muy allegada me preguntó si era ateo, me sorprendió y perturbó la pregunta. Esta fue mi respuesta a una pregunta similar hace un par de años.
He llegado al otoño de mi vida buscando El Camino por espacios que ignoraba, a veces lo he atisbado desde rutas que evitaba, tampoco sabía por dónde, pero siempre presentí que era importante hacerlo, porque sabía, tenía la absoluta certeza, como así he comprobado con gran decepción de mi parte, que los caminos tradicionales y trillados de las religiones y pregonados por sus líderes no me llevarían a Él. Los caminos oscuros de los sueños, como los de la vida, son irreconocibles hasta que algo nos sitúa en el tiempo y el espacio, a mi situó el amor y la presencia cercana de la muerte. El silencio que rodea mis paisajes oníricos y mi realidad, es abrumador, realmente no platico con los personajes de mis sueños ni con las personas de mi vida, sino que me entiendo con ellos de una forma que no es audible, simplemente me entiendo. Ese Camino, esa forma de entender el mundo y sus circunstancias, me llevó a Dios. Ahora sé que no me he equivocado. Sé que escogí la ruta adecuada, quizás no aceptada oficialmente, pero es que lo oficial cada vez es menos aceptado en este mundo desestructurado y falaz.
En mi juventud buscaba siempre algo, quimeras, amores y hasta peligros, buscaba razones y explicaciones para cada circunstancia de la vida, aunque mi búsqueda favorita siempre ha sido Dios, deseaba además otras cosas: la concordia, la comprensión imposible del Universo, el entendimiento con los demás, buscaba un país justo, libre, pacífico y ciertamente un país vigoroso, pujante y enfocado al futuro. Esto último no pudo ser, no ha podido ser, hasta el día de hoy, es una de las tragedias de mi vida y nada pude hacer porque soy un hombre de paz y de ideas. Cuando he podido he depositado mi grano de arena sobre algunas mentes que, en alguna medida, tienen en sus manos el poder de cambiar las cosas, pero ha sido una acción indirecta cuyos resultados ignoro. Mea culpa.
Quizás la obstinada unidireccionalidad de mis caminos sea la culpable, no he visto hacia los lados, quizás he sido poco solidario, un pecado muy común en los salvadoreños y en los místicos. Mis pensamientos, se han orientado únicamente hacia la luz del amor y hacia el destello deslumbrador de Dios y su espíritu indefinible e incomprensible, con el cual, como un insecto, voy y vuelvo a chocar en esa fuente no fungible de luz y de sabiduría. ¿Será que la paz y verdad, la justicia y el amor por los demás, no son de este mundo?, pero entonces, ¿qué hacemos en él?, las religiones son un fracaso, casi siempre una estafa intelectual y muchas veces una estafa económica, una fuente, hoy más que nunca, interminable de violencia, fanatismo y engaño; la historia antigua y presente lo confirman con brutal realidad. ¿Será que por pensar en otras vidas, que son especulación químicamente pura, Cielos, Edenes o como se llamen, nos hemos descuidado de crear paz, justicia, en el único concreto lugar que deberíamos convertir en Paraíso, y que debería quedar en este mundo que es lo único certero, que poseemos?
Son mis ideas sobre el estrepitoso fracaso de la humanidad en crear un lugar armonioso para vivir. Pero además no contentos con destruirnos a nosotros mismos, estamos destruyendo nuestra Tierra con una furia insana, con una locura devastadora que me hace dudar del “cogito” de Descartes. Me parece que debemos orientar nuestros más humanos esfuerzos, en el mejor sentido del término, hacia la mejora de este mundo lleno de dolor, de pobreza, de injusticias, de abusos; de orientar nuestras filosofías y tecnologías a la consecución de una Tierra de paz, justicia y prosperidad de recursos inviolados y segura para preservar la vida y el concepto de Dios, por los siglos de los siglos. Que así sea.

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