jueves, 30 de julio de 2015

San Salvador, 28 de julio de 2015.

Reflexiones sobre la felicidad.

Escribir sobre la felicidad es como escribir sobre el lado luminoso del alma. La felicidad tiene dos características singulares, puede que existan más. Primero, sólo dura breves instantes, su duración imprecisa y escurridiza nos deja sin aliento y nos hace añorarla con más fuerza. Segundo, creo que nunca la buscamos a ella directamente, sino a través de medios que pensamos pueden llevarnos a su encuentro. El amor, la amistad, el dinero, el poder, la música, el arte. Alguna de estas opciones puede ser válida, pero otras, definitivamente, nos conducen a callejones sin salida, a laberintos oscuros que nos confunden y nos pierden en la desesperación y el dolor. La felicidad es como un Pentecostés precioso, divino que procede de zonas desconocidas del pensamiento, en ocasiones incluso, llegamos a ignorar que somos felices, hasta que todo ha pasado y variado. Con mi madre, que este 29 de julio cumple años de fallecida, me pasó en muchas ocasiones; yo era feliz a su lado cuando le compraba sus caprichos, galletas, vinos, chocolates; cuando sentado a su lado escuchaba la viejas historias oídas mil veces, sus poemas que recordaban su juventud, era inmensamente feliz y no lo sabía.

La disfrutaba aun en el silencio cuando perdida en sus recuerdos soñaba con su infancia y juventud situadas en algún lugar de su vasto Universo, mientras yo la observaba, también en silencio, y recorría las arrugas de su rostro, que describían los sueños y temores de su existencia. Qué feliz era al contemplarla...y no lo sabía.

Aunque la felicidad es de instantes, estos son más frecuentes de lo que se piensa. Despertar una mañana con alegría en el corazón, oír las risas y gritos de mi nieta Matilda cuando llega a casa en las mañanas, saber que mi esposa, prepara el desayuno, un desayuno muy particular, que sólo ella puede preparar y que estará listo al bajar, son pequeñas felicidades instantáneas que hacen la vida más llevadera, más apetecible. Ver a mis hijos y nietas enfrentarse a la vida con tesón y tener la certeza de que están preparados para vencerla, es una íntima felicidad que supera las aprehensiones y temores de su vida futura.

Encontramos la felicidad escondida en los viejos, íntimos recuerdos de esa edad feliz por naturaleza que es la infancia, la edad por excelencia, para mi por lo menos, otros dicen que es la juventud, pero no lo creo, la juventud es fuerza, pasión, superpoderes, despreocupación, pero no es muy feliz, por el contrario, es en ella en donde perdemos el Paraíso Terrenal de la infancia y con él, la pérdida de la inocencia, el contacto primero con los placeres prohibidos disipa la felicidad. Hasta que volvemos a ser niños, pero eso sucede muy raramente, mientras llegan los hijos y nietos, y con ellos una nueva especie de felicidad inunda nuestras vidas.

El tiempo que no ceja en su empeño de llevarnos al final, avanza imparable, y ya en el otoño de la vida, el conocimiento acumulado, la experiencia, nos acerca a la sabiduría y con ella una nueva variedad de felicidad asoma en nuestro espíritu, la iluminación, la comprensión de nuestro Universo en su amplitud o poquedad, nos depara la felicidad de encontrar el verdadero sentido, no de la vida, sino del camino recorrido, una felicidad que nos dice que nuestros esfuerzos no han sido vanos y si además la hemos conseguido siendo honestos, honrados, probos, espirituales, entonces atisbamos la gloria eterna que no tiene por que ser de otro mundo.

Porque la felicidad es un estado de ánimo, no es una aptitud ni actitud, que pudieran potenciarla o forzarla a mostrarse, en esencia es, un estado del espíritu, una beatitud que nos ilumina por dentro, suave, silenciosa y discreta, por ello a veces ignoramos los momentos en que se produce, porque no es deseada, surge ante el cruce de infinitas variables que sacuden nuestro espíritu y lo dulcifican con la paz de Dios. Amén.

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