viernes, 1 de julio de 2011

El retorno

El retorno.

No lograba volver. El alma se me quedó trabada en los alambres de lejanía de tu cerco invisible. Te volviste campo imposible. Aquel donde sembraba mis ilusiones, mis anhelos más profundos, plenos de amor, de escenas quizás nunca entendidas, pacíficas, como dulces sueños que recuerdas en las mañanas con la sonrisa en los labios. Retornar a ti me fue, no imposible, tú lo sabes, pero si muy difícil. Crecí en las praderas de tu libertad, en los campos amorosos de tu silencio, en la dulce calma de tus trigales, en las suaves ondulaciones de ese cabello espeso que se mece suavemente con la brisa, donde aspiraba el aroma del amor. Te deje caminar a mi lado, reír a mi lado, buscar a mi lado, pero llegados al lugar donde surgen los lestrigones nos asustamos. Perdimos el equilibrio necesario para sortear el filoso borde que hay que atravesar para llegar al Paraíso. Yo caí al vacío, en ocasiones aún doy vueltas en él y aún, como Alicia, descendería sin cesar al infierno de tu abandono, si tú, mi amor, no hubieras acudido a mi rescate. Si no hubieras vuelto tu rostro hacia mi, si me hubieras dejado caer sin esperanza, pero volviste a verme y en la luz de tus ojos que aún ignoro su real color, encontré donde amarrar mi barca que se hundía.

De pronto comprendí, a través de tu bendita mediación, que no llegaría jamás al fondo en donde las llamas devoran a los desesperados y empecé a tomar conciencia que podía regresar, ¡regresar a tu lado! ¡Oh Beatriz de mi viaje al cielo!

Y en un malabarístico acto circense, haciendo una magistral pirueta de volatín, de aquellos que alegraron mi infancia, empecé de nuevo a escalar el aire; me así de mis recuerdos, de tus sonrisas, de tus ojos color de enigma, del arco iris y de la oscuridad, pasé a la luz.

Y aquí estoy. De nuevo a tu lado, en la cercana distancia de mi lejana ambición, ahora sereno, clásico, como dios griego, imperturbable a tu lado, en el paradójico estado que el viaje de la vida, mi viaje a Ítaca me deparó. Te amé físicamente durante años, eones, olvidados quizás. Hoy, platónicamente te pertenezco, me perteneces. Dios es testigo que el amor de mi espíritu es más fuerte, más profundo que el amor terreno que te demostré en la infancia de mi intelectualidad. Estoy de nuevo en la niñez de mi vida. Sí, tienes razón he vuelto a la infancia. No hay como amar en la inocencia. Espero que como siempre, te sientes conmigo a la orilla de la eternidad, balanceando nuestras piernas, para contemplar la formas de los infinitos Universos que albergan nuestra historia. ¿Los ves?
Te amo.

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