domingo, 3 de marzo de 2013

San Salvador, 1 de marzo de 2013.



Humanos.



Dios, la familia, los amigos. Ellos conforman el triángulo que sostiene mi vida. Dios ese ser indefinible, que escapa a cualquier comprensión, inasible, inefable, pero cuya presencia percibo claramente en los momentos de alegría y de desesperanza. La familia el núcleo cierto de mi entorno emocional, la esposa sostén y consuelo en nuestras penas y con la que comparto mis más puras alegrías, fuente de plenitud, de sosegada armonía, de refugio cálido en donde apoyo mi cabeza para vagar por mundos de fantasía y de delicia sin par; con ella y con mis hijos, la presencia de Dios es evidente, no me queda ninguna duda, y confirma mi convicción que la relación con Él es personal. Los hijos en quienes me perpetúo, a través de quienes me vuelvo eterno y en donde el amor, mi amor, alcanza las más puras vibraciones, se vuelve sutil y de tan espontáneo, se convierte en parte íntima de mi espíritu y entonces, reconozco que hay razón, razones, para vivir la vida.



Esta ciertamente es compleja, a veces pienso que la vida es sencilla, y creo que surge de la equivocada percepción de alguien a quien muy pocas cosas le han faltado en la vida. Pero cuantos hay, que ni sienten que viven. Ahogados en un mar de necesidades, de carencias, de angustias, viven en el borde mismo de la vida, en el centro de la desesperación, en el túnel oscuro, ominoso al cual no se le percibe fin. Esos son los pobres de mi país, esos olvidados de todos nosotros, que viven a nuestro lado y por los cuales hacemos muy poco, porque ello, no es sólo tarea de gobiernos, sino también de aquellos que algún poder tenemos para mejorar sus circunstancias. Lo podemos hacer en nuestros hogares, el trato humano, justo y agradecido como personas que hacen nuestra vida más cómoda, más llevadera. En las empresas, entender que no son unidades de producción, sino personas que en primer lugar, se ganan la vida con su trabajo, lo cual ya es suficiente para nuestro respeto, segundo contribuyen a que nuestras empresas funcionen, produzcan beneficios, y que podamos disfrutar de las comodidades de las ganancias que ellos contribuyen a conseguir.



La deshumanización de la sociedad en la que todo se refiere a la productividad, eficiencia, desarrollo sostenible, muchas veces sin ninguna ventaja social que ayude a los pueblos a salir de su miseria, ha caído como una capa oscura sobre nuestra sociedad, que parece ignorar que esos componentes, tienen necesidades, esposas, hijos que amar, pero también mantener, que tienen dignidad y que muchas veces nosotros desde el Olimpo de nuestra comodidad ignoramos. Creo que uno de los grandes y graves defectos de la actual sociedad, no solo salvadoreña, sino universal, es creer que, en estos tiempos de crisis, los logros sociales, conseguidos a través de años de esfuerzos solidarios, de lucha y de empeño, por buscadores de la justicia y de la dignidad del hombre, es lo primero que debe desaparecer, en lugar de parar la desenfrenada voracidad del gran capital; ello me parece una injusticia, un Gran error, una deshumanización ingrata y falaz.



Los que trabajan, los que estudian, los que investigan, los que comparten, los que ayudan, los que dan todo lo que pueden, los que todavía conocen el significado profundo de la palabra prójimo, esos son la sal de la tierra, el perfume de la civilización.



Los que han convertido a la humanidad en grandes unidades de producción, al individuo particular en un guarismo de una hoja de contabilidad, son los nuevos traficantes de la dignidad humana, los nuevos comerciantes de esclavos. Creo que es hora de reflexionar y de cambiar. El gobierno, los gobiernos, pueden fallar, pero nosotros en lo personal, en nuestro hogar, en nuestras empresas no. El cambio, el verdadero cambio, empieza en el corazón de cada uno de los salvadoreños.



LSR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario