martes, 26 de marzo de 2013

San Salvador, 26 de marzo de 2013.

Tomar un café con los amigos.

Los años pasan, antes invitaba a mis amigos a tomarnos un trago, una cerveza, a comer un bocadillo en cualquier parte, en la ciudad, en el mar en la costa, los problemas de salud eran cosas lejanas que existían en el campo de la pura especulación. La seguridad era un axioma, nada pasaba, nada nos podía pasar, lejos estaba de imaginar que luego esto sería un recuerdo que muchos consideran hoy en día una increíble invención.

Los placeres de la vida cambian, deben cambiar; se crece, se aprende, se acumula experiencia; el árbol de la vida echa ramas nuevas, florece; una flor ya no es una flor, es un recuerdo, un poema, un amor, un perfume intenso que nos devuelve la alegría y nos hace intensamente felices. Sabemos con los años cual es el sentido profundo de la vida, crear, impulsar nuestras ideas, contribuir al cambio en el estrecho o amplio ámbito de nuestro poder, crear relaciones sólidas, gratificantes, enriquecedoras. Sabemos ya lo que son los hijos, amor incondicional, inconmovible. Conocemos a fondo la compañera, esposa, el apoyo, la amistad, la amante perfecta a quien nos gusta cuidar y quien nos cuida y mima. Es hermoso coleccionar años al lado de los que amamos. Ciertamente uno de los grandes placeres de la vida.

Hoy invito a mis amigos a tomar café. Es por supuesto un pretexto, como antes los tragos y las cervezas. En realidad, alrededor de un café, en perfecta sanidad mental, - esto es una amable suposición-, encontramos el centro mismo de la amistad, platicando con mis amigos vuelvo a tener todos los años de mi vida, me rejuvenezco, comparto ideas, establezco diferencias, porque al final todos tenemos nuestro particular universo inmerso en el macrouniverso de la vida. Ellos, mi familia, mis amigos y amigas, cuyo círculo se estrecha con los años, conforman el sólido edificio de mi mundo.

Tomarme un café con ellos es hacer realidad eso tan inasible e indefinible que se llama felicidad. Por alguna razón que desconozco, un buen café y un mejor postre, son el escenario perfecto para hablar de las cosas de la vida que no tienen ninguna importancia, pero que son tan importantes, que transfiguran el momento en una pausa serena, íntima, sincera que nos libera del deber y de las preocupaciones. Convierte ese instante de nuestras vidas en espacios donde se calma el dolor, donde se encuentra en una frase absurda, sin sentido o en un chiste ingenuo, la sincera alegría secreta de la verdadera amistad, esa que todo admite, que todo perdona.

Esto se llega a disfrutar con el paso de los años, cuando la energía creativa surge espontánea y genera escenarios que en comunión profunda con la compañía, hermosa palabra, transforma una mesa en un jardín y una palabra en una caricia. El aroma del café en un perfume y el universo entonces, sonríe.

En fin, cambia la bebida, cambia el lugar, lo que no debe de cambiar nunca, es el leve encanto de la amistad, el compartir con los amigos una parte de nuestra alma, compartir penas y alegrías, por supuesto, pero también hablar de cosas que no importan, pero que colorean la vida; disfrutar los simples placeres de cada día, sin complicaciones, sin entrar en discusiones, sin encontrar el lado oscuro de la existencia, que existe, sino buscar con ahínco, la luz, la fuerza poderosa de la amistad sincera, aquella que nos hace ser parte del gran espectáculo de la vida, que convierte este mundo en el lugar que Dios creó inicialmente para la humanidad, porque en la perfecta armonía de la amistad no puede prosperar el mal. Dios bendiga a todos mis amigos y nos de siempre un buen café ¡ah! ...y un buen postre.

LSR

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