sábado, 9 de marzo de 2013

San Salvador, 7 de marzo de 2013.

Evasión.

Como en la Edad Media, la muerte nos cerca día a día; nos acecha en cada esquina, ya no es la peste, ya no son las enfermedades, ahora somos aquellos lobos de los que hablaba Hobbes, los que de forma atroz, violentamos la existencia de los demás. El mal que decide unilateralmente dónde matar y dónde no y cobra por no hacerlo ¿Cómo hemos llegado a estos extremos de bajeza?, ¿a estos grados de sumisión a la maldad?

No hay duda que algo huele mal en Dinamarca. Algo oscuro y ominoso repta por las entrañas del poder. Cierto es que la pobreza es el gran motor de estas aberraciones, pero lo es también que el mal sólo triunfa, como se dice, cuando el bien no hace nada. Aquí la sociedad civil es, debe ser, la voz tronante que debe exigir transparencia, responsabilidad de cómo se maneja la seguridad ciudadana en este país. Ayer leía que una señora al reclamarle a un busero por haberla embestido, sencillamente le pasó por encima y la mató. Esto es absolutamente, intolerable, además de reflejar el grado de salvajismo en el que hemos caído. Como ciudadano particular, angustiado, consciente de este país, y sumamente preocupado por estos atropellos salvajes, condeno enérgicamente ese cobarde atentado, y otros que día a día se perpetran contra todos los salvadoreños, en todos los rincones de este país por este gremio que sólo exige y no cumple absolutamente nada, al contrario, cada vez más, su altanería y desdén por las personas es más notorio y criminal.

Todos los días mueren personas humildes, trabajadoras, que viajan en bus al trabajo, a negociar sus productos, a buscar la vida para alimentar a sus familias, y mueren en esa desenfrenada carnicería que los autobuses, con la más absoluta impunidad, desangran a este ya desgarrado país. Pero la tragedia, el horror, no termina ahí, porque muchas veces, no sólo mueren las personas que viajan, a veces muere la familia que queda sin aquel o aquella que proporcionaba el sustento. Es que no hay que ser muy listo para ver estas obviedades. Lo que destroza el corazón, lo que indigna, es la impunidad, la prepotencia del mal, la pasividad de la justicia.

¿Tan difícil es controlar a estos señores?, o es que no se quiere hacer. Y esto no me lo pregunto yo, se lo pregunta todo el mundo y desde hace ya bastantes años. Esto no es de hoy, pero por negligencia, dejamos crecer el violento monstruo de la criminalidad y el caos y ahora no se halla que hacer con ellos, los jinetes del Apocalipsis nos devoran, nos acosan y nos hacen vivir en una incertidumbre eterna, que destruye la paz y la armonía ciudadana.

Los que tienen el poder y sobre todo el mandato de proteger la ciudadanía, no pueden evadir esa responsabilidad, en sus manos está, no arreglar todo, ahora es casi imposible, pero al menos enviar mensajes claros de que la situación va a cambiar. Recuerden nuestros gobernantes que no hay cosa más quebrantable que la adhesión inquebrantable.

Debo admitir que todos hemos evadido nuestras responsabilidades, de alguna manera somos culpables de lo que sucede, pero los que dirigen son los llamados a ofrecer soluciones, alternativas sociales, para que el mal sea vencido. No es posible que los dineros públicos sólo sirvan para dar comodidad y poder, bienestar y diversión para unos cuantos, no, no es posible; hagamos de un lado la evasión de la realidad, este es un país muy pobre, no es grande en ningún sentido, no es rico, por ello no podemos dilapidar el dinero de los contribuyentes. Los servidores del estado, es decir, del pueblo salvadoreño, no deben, por justicia y respeto a este pueblo atormentado, vivir en medio del despilfarro y de la ostentación y sobre todo, evadiendo sus responsabilidades.

LSR

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