lunes, 25 de noviembre de 2013

San Salvador, 25 de noviembre de 2013.

La Música esa dulce y triste compañía.

Ninguna música ha entonado aún la ruptura con Dios.
Emile M. Cioran.

La música, ¡Ay! la música, siempre recomenzando mi mundo, siempre abriendo nuevas puertas a mi espíritu. Los últimos años he recalado en la música de Bach. Dicen que Bach es para especialistas y así debe de ser por su complejidad contrapuntística, exceso de adornos y otras singularidades, lo que lo hacía y hace difícil de interpretar. Pero estoy seguro que también es el más puro de los músicos, por ello, aún los ignorantes, es decir los que no sabemos nada música, carencia de la que no dejo de lamentarme, disfrutamos con fruición y entusiasmo de esas naturales melodías y armonías que salieron de su mente prodigiosa, genial y prolífica. Bach es a la música lo que la escultura griega al arte. Es arte puro, aproximado a lo real, pero comprensible, es como su arquitectura, templos hermosos, sublimes, que hoy no son lo que eran, quizás como eran no me hubieran emocionado tanto, pintados de colores primarios, fuertes, que ocultaban el noble mármol pentélico, con su incomparable color alabastrino. Al igual, a Bach lo conozco más por sus transcripciones, sobre todo las de piano, que no suenan igual que en el clavecín o sus conciertos en los instrumentos modernos.

Por alguna razón Bach llega con claridad a nuestra humana sensibilidad musical, nos comunica con lo divino, al igual que Mozart, o alguien tan moderno como Arvo Pärt, quien nos transporta a espacios celestiales con composiciones sacras. Menos fantasioso que otros, su música fue una alabanza continúa a Dios, profundamente religioso, compuso música desfasada de su tiempo, pasada de moda, pero no del futuro, sólo para alabar al Señor, está lejos de la mundanalidad de Rameau o Couperin, que son admirables por supuesto, pero carecen del sello de lo sublime. Esta es la opinión de un lego, pero es mi opinión y a estas alturas de la vida de algo me sirve, sobre todo a nivel personal y muy espiritual. Esta edad que entiende la sublime belleza del Universo.

Creo que uno de los aceleradores de la mística, entendida ésta en su más pura y libre expresión, es la música. Escuchar el Stabat Mater de Pergolesi, por la Netrebko y la Pizzolato, es una experiencia casi divina, dos voces poderosas y perfectamente educadas que transforman una obra maravillosa en algo excepcional, que trastorna nuestra realidad para llevarla a campos de belleza sin igual. Menos divino más terrenal pero sublime, lo siento como un canto al dolor o a la desesperación, es el adagio del concierto para piano No. 23 de Mozart. Esa diminuta obra me traslada a lugares en los que encuentro la paz en medio de recuerdos, de nostalgias y dolores que formaron mi mundo y mi corazón.

La música ha sido mi dulce o triste compañía a través de los años, música de todo tipo, pero la llamada música clásica, nombre que no comparto ni entiendo, ha sido una constante en mi vida, me ha servido de consuelo, de inspiración, muchos de mis relatos no hubieran sido posibles sin ella. En ocasiones he tenido la tentación de añadir, por ejemplo, " léase escuchando el Invierno de las Cuatro estaciones de Vivaldi", según el dolor o la alegría del momento en que la escribía. Todo arte tiene su música.

Ella me hace presentir mi Dios, ese ser escurridizo, Dios mío que no logro comprender ni imaginar. En este instante escucho el andante del segundo concierto para piano de Shostakovich, pequeña joya escondida en esa turbulenta obra, tengo una debilidad desmedida por las partes tristes, nostálgicas de la música, esa lágrima musical, me acerca a Dios sin ser nunca suficiente para aprehenderlo. Pero en esas aproximaciones, alcanzo ciertos atisbos de su divinidad de Su clemencia, de Su misericordia y siento que el universo es mío. ¡Bendita sea la música!
LSR

No hay comentarios:

Publicar un comentario