domingo, 25 de agosto de 2013

Antes de ti, después de ti…

Anoche hice memoria del largo camino recorrido por mi alma. Recordé de pronto cosas hondas, alegres y dolientes que había olvidado, días de dicha y supe que nada ha terminado, nada termina, todo está ahí, en ese inexplicable mundo de la memoria. Anoche volví a sufrir, a gozar y a amar como hace años no lo hacía. Recordé, querida, el día claro y luminoso en que te vi por vez primera, el día denso de perfumes cuando mi tiempo se rasgó en dos; cuando un meridiano invisible, estableció dos mitades en la geografía de mi existencia. Sonaron a los lejos trompetas y tambores, lejanos muy lejanos, como si el mundo guerreara detrás de las montañas. Pero a mi lado querida, los pétalos manchaban de un sólido amarillo los caminos y veredas; los largos jardines de suaves céspedes y los himnos de paz resonaban en mi oído.

Anoche te vi de nuevo cual eras en los tiempos de mi árbol verde, cuando mis ramas, jóvenes aún, anidaban miles de atrevidos pájaros y millones de flores, mecidas por los vientos de tu octubre y el suave aleteo de las palomas de alas blancas, esparcían entre mis hojas su suave perfume. Hoy son otras aves quizás, no se si sean las mismas, pero cantan de la misma forma, se posan en las mismas ramas, pero si sé, que tú, sigues siendo la misma esbelta idea de mis sueños, la misma flor amarilla que renace cada día, el mismo cáliz sagrado donde bebo el vino de mi eterno, divino sacrificio.

Antes de ti, después de ti. Cuántos Universos se resquebrajan por causa del amor. El mío se rasgó como el velo del templo de Salomón, como las aguas del mar Rojo y una parte se fugó al olvido y a la nada. En la otra, quedamos solos los dos y mis futuros sabidos recuerdos. Surgimos ateridos de frío en nuestra inicial soledad, al vasto y particular Universo que surgió ante nosotros, luminoso, extenso, inacabable, pleno de esperanzas y de proyectos sin fin, miles de posibilidades crearon ante nuestra vista asombrada, el caleidoscópico laberinto de nuestra futura existencia. Los limoneros florecieron ese día y luego una alfombra blanca y perfumada cubrió el césped verde, intenso, terso, del piso de nuestras vidas. Los torogoces llegaron con sus largas colas a posarse en las más débiles ramas de los árboles y las palomas cantaban himnos de amor a la Creación.

Las madrugadas dejaron de poblarse de fantasmas, de animales bulliciosos y el cielo, creó constelaciones nuevas para señalar el cambio de las esferas celestiales y formar, en su nueva estructura, una notación musical de cósmicas proporciones y de una geometría indemostrable, en la cual, las melodías surgían al pasar los astros ocultando las estrellas que conformaban el extenso pentagrama de Dios, sobre el cual en papel brillante, azul oscuro como lapislázuli, con vetas de oro, escribió canciones que sólo tu y yo escuchamos en reverente silencio.

El jardín del tiempo desgarrado, nuestro jardín, se pobló de extensos campos multicolores, de flores de cristal y aves de esmeraldas, de pájaros flautistas y de árboles susurrantes que conformaron florestas de senderos misteriosos y laberintos verdes de inagotable desarrollo. Allí el sentir perfecto y el sufrir perfecto, alcanzaron la intensidad que sólo la promesa de eternidad confiere a los sentimientos. Porque el amor querida, es una mezcla sabia de dolor y alegría. El amor es un extenso tablero de ajedrez en donde jugamos a ganar eternamente – o quizás sólo a jugar - pero sus casillas son tantas y las movidas, gambitos y enroques tan infinitos en sus modalidades que muchas veces perdemos la visión total que debe privar en las intencionalidades de ese divino fulgor, y los juegos de amor resultan en batallas perdidas y ganadas, en empates aburridos y en abandonos desesperados.

Pero tu querida, tenías la visión. Aquella que sabe ver en el futuro, la que descubre posibilidades sin fin, esperanzas interminables y soluciones sin posible final; la visión que rasga los muros de desesperación, y los inquietos anhelos del alma y la agobiante angustia de la incertidumbre. Porque el amor es, a veces, una esperanza buscada eternamente, una posibilidad que no se agota jamás, un dolor sumergido, que sólo sale a flote cuando tu espíritu alerta adormece. Eres Ángel de la Guarda que protege el Este del Paraíso, porque también ese lugar donde moramos los que amamos, en el cual seguramente vivió Adán, el primer hombre que amó una mujer y también el primer amado – todos parecen haber olvidado ese detalle - lo protege alguna potestad divina.

Las noches recuerdan sus noches, y en mis noches: tú. Nada es más leve que el recuerdo sencillo de tu llegada. Llegaste como llega el verano, suave, con ráfagas frescas como las que mueven las palmeras y arrullan los pinares. Los colores del amor y la libertad surgieron precisos y pudiera decirse que podían despegase del aire y pegarse en el álbum de nuestra vida. Así llegaste tú, ráfaga tenue de imprecisos contornos, brillabas como brillan las luciérnagas en la noches tibias del tierno invierno, rasgando la oscuridad; no recuerdo el día ni la hora, sólo recuerdo el relámpago que surgió del cielo y partió en dos el tiempo, mi vida, mis pensamientos. Antes de ti, después de ti.

La luz, la oscuridad; las antítesis vitales de la existencia. El conocimiento, la ignorancia; el amor, la desesperación; la compañía, la soledad. La espesa y densa oscuridad, gelatina traslúcida de inseguros andares que era mi pasado sin ti, se transmutó en luz viva, de perfiles discretos, nítidos como ramas del verano recortadas contra el cielo azul intenso de nuestra tierra. Como vuelo de golondrina contra los celajes de la tarde. Como el claro y cristalino canto del dichosofuí en las mañanas; luz nítida iluminando veraneras moradas contra los muros blancos de los viejos pueblos nostálgicos de calles empedradas.

Fuiste desde ese día la salsa espesa de mi vida; el impulso vital de mi existencia y el solaz infinito de mis horas lentas. Después de ti, antes de ti. La Utopía realizada. El encuentro deseado y realizado. Nada más. Nada menos. Un leve ascender en la esperanza eterna, un suave adormecer en el Paraíso ganado. Todo se reduce a una palabra: amor. Esa palabra que encierra los más grandes misterios del alma humana; que ha hecho girar en sentido contrario las acciones de los hombres y los relojes de la desesperación, que ha construido el amplio camino hacia la felicidad. Te vi desligada de las sombras, sumergida en los brillos deslumbrantes del futuro, entreverada en los íntimos resquicios de mi alma que esperaba desde siempre tu certera mirada y tu lenguaje directo, tus caricias de pétalos esparcidas sobre el duro cuerpo del desamparo, cubriendo el acongojado sendero de la incertidumbre.

Los años han pasado, miles de veces los pájaros han cantado a través de las líneas horizontales de mi ventana; los he pensado en los oscuros follajes de los árboles y en los geométricos escenarios de las líneas telefónicas; y tu, siempre a mi lado, siempre a mi frente, siempre en mi interior, siempre en el paradójico escaso e inmenso espacio de mi corazón. Antes de ti, después de ti. Nada fue ya igual. El Universo se concentró en el íntimo espacio de nuestras vidas y el silencio dejo ser opresivo para volverse cálido remanso de paz. La luz inundó los espacios que quedan entre los pensamientos, si es que queda alguno, y la oscura sombra del deseo inconcluso, de la pasión no realizada, del deseo no cumplido, se borró de mi mente como se borran las nubes en verano, como se traga el sol la noche perforada por las brillantes e infinitas miradas de Dios.

Aquí estoy, después de ti, seguro en mi camino, tú al lado mío, yo a tu lado. Serenos en la búsqueda de algo que no conocemos pero presentimos luminoso. De algo eterno e inesperado que espera más adelante. Pero mientras eso llega, crecemos hacia la plenitud, crecemos de tal forma en el alma que los límites de la tuya y de la mía ya no pueden divisarse. No se dónde terminas ni donde termino, pero sé donde estás y donde estoy, en un íntimo espacio vital que nos pertenece, que producimos y creamos con el hálito unido de nuestras vidas, indisoluble, inseparable, indefinible, como indefinible es nuestra vida. Una sola, un camino, que arrancó de una antigua bifurcación, una “Y” infinita que se desliza hacia el futuro. Hoy somos uno. Antes de ti, sólo era yo, sólo eras tu; después de ti, fuimos dos, en realidad, querida, sólo somos uno…

LSR.

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