jueves, 15 de agosto de 2013



"Recuerdo mi juventud
y aquel sentimiento que nunca más volverá.
El sentimiento de que yo podría durar más que todo,
más que el mar, más que la tierra,
más que todos los hombres" 
(J. Conrad)

A mis hijos Carolina, Rodrigo y Diego.
Réquiem por mi madre.


Dios, el tiempo y la fe.


Llueve afuera. Llevo tormentas en el alma. La noche cerca la luz y yo me sumerjo lentamente en el oscuro abismo de mis meditaciones. Oscuro, confuso, sinuoso, como si mi mundo interior fuera un correlato oscuro de las complejas circunvoluciones de mi cerebro.

Pero quizás ese es el estado en que, sin sentirlo, nos deslizamos hacia la reflexión profunda, aquella que hace interrogarnos sobre los temas trascendentales de la vida, de nuestra vida, diferente de la de los demás, sutilmente parecida, sutilmente diversa.

En mi ya larga singladura por el terrible mar de los tiempos que transcurren, Dios ha sido punto recurrente de mis búsquedas interiores, lo he encontrado en muchos puertos, más en islas heterodoxas, que en el continente de la normalidad. Creo que Dios lo quiere así, nadie puede estar seguro de su estructura o designios. Pero pienso que no juega, ni bromea, aunque tampoco es el rey de tremenda majestad que jamás sonríe.

En realidad ignoro quién es, cómo es, qué es lo que desea de nosotros o por lo menos de mí. Lo intuyo, he llegado a pensar que lo sé o lo supe en algún momento, pero no puedo estar seguro. Sé que es la fuente y el océano, quizás el guía del tiempo, sé que es el valor y el miedo, la alegría y la tristeza. Sé que es todo, que nada existe fuera de su existencia, en Él empieza y termina el Universo. Creo saber lo que Él es, pero ignoro con frecuencia quién soy. En esta vida no sé exactamente qué he sido, pero en otra, si es que he existido en algún segmento de la línea del tiempo que ignoro, fui músico, alquimista, quizás mago o santo, aunque es una pretensión absurda, porque la santidad es para los elegidos y ellos no retornan a este valle de lágrimas, así se dice en los pasillos de lo oculto.

Ante el miedo y el sufrimiento incordio a Dios; dudo de su perenne presencia, ¿Señor, estás aquí?, ¿por qué permites el dolor, las lágrimas, la tristeza?, ¿Puedo confiar en Ti? A veces la furia o el desconcierto me dominan y la blasfemia intenta asomar por los resquicios doloridos de mi mente, pero me contengo, reflexiono, busco razones, causas, racionalizo las circunstancias y extraigo argumentos que intentan explicar lo inexplicable; a veces la duda se disipa con el tiempo, a veces sólo la Fe me salva de la locura o la herejía, porque puedo quejarme de sus métodos, pero jamás se me ocurrirá exigirle que no gobierne el Universo como lo hace, es tan grande y tan complicado que las razones se me escapan.

Pero las más grandes interrogantes sobre Dios para mí, siempre han girado alrededor de la brevedad de la existencia y la muerte.

El tiempo de una vida escasamente llega a llenar las expectativas de alguno, creo por otra parte que la eternidad es un castigo, pierdes a los que amas una y otra vez, y además agotas el caudal de tus emociones, llegas a vivir en la muerte del alma. La muerte es un pasaje temible, temido y atroz y la vida tan corta. Cuántas cosas dejamos en nuestra agenda sin cumplir, porque conforme avanza el tiempo, más rico es nuestro pensar y el horizonte se amplía hasta límites insospechados, cuando comprendemos al fin algo del Universo la vida se acaba, ¡ qué pena!

¿Por qué, si vamos hacia otra esfera de luz y de inefables delicias, debemos de atravesar tan rápidamente ese oscuro y espeso muro de angustia y a veces de dolor que es la muerte? El cielo, la nada, bien podrían esperar.

Luego la muerte. ¿A qué obedece ese diseño agobiante, de miedo prolongado, de espera temerosa?, ¿por qué ese misterio insondable de la muerte de la cual nadie ha regresado, para contar las maravillas que en este mundo se cuentan del otro? ¿ O será que la aniquilación total es el final?, Dios no está obligado, bajo ninguna lógica, a perpetuarnos después de esta vida. Somos criaturas de Él y por tanto puede hacer con nosotros lo que le parezca. No me hablen de justicia divina, porque nadie puede explicar ni saber lo que es eso. ¿Qué puede ser injusto para Dios? Nada, nada, nada. Pero me sobrecoge siempre que ese algo oscuro y ominoso esté siempre al acecho.

Todo es fe, nada más que eso. Por la fe no se paga. No hay que pagarle a nadie por la esperanza eterna. La fe es un acto íntimo que compromete nuestra inteligencia a una creencia sin la razón. No hay demostraciones de Dios, todo es fe.

Y ahí está quizás el meollo espiritual de la vida.

Se puede matar a los que tienen fe, pero no la fe. La fe es nuestra verdad, si uno está dispuesto a admitirlo. Si se busca la verdad, como decía Heráclito, “hay que estar preparado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando se encuentra”. Yo encontré la mía en la fe, desligada de las mentiras religiosas, desligada de la banalidad, del orgullo y del temor. Porque la Fe, mas si ella es la verdad para nosotros, como sucede con un creyente convencido, el que sea, entonces se convierte en luz y guía de nuestras vidas, esto ilumina y redime al que es sincero y consecuente con sus ideas; el que es auténtico, sin dobleces, cuando es el resultado del amor por Dios, por los demás, por uno mismo. Sólo así se puede vivir sin temor, sin complejos de culpa, sin desperdiciar la vida castigándose por estupideces derivadas de la manipulación de los líderes espirituales, venga de donde venga. Encontrar la verdad, tener fe en lo que se cree, se espera y se percibe como realidad, es poner un pie en la eternidad o en el eterno olvido, que viene a ser lo mismo. Porque después de esta vida, eso espero y creo, nada me seguirá atando a las irrealidades de este mundo y si ahí termina todo, absolutamente todo, no tendré tiempo ni posibilidad de darme cuenta. Todo esto resuma locura, puede que así sea, mía o de Dios, pero como Pablo dijo en alguna de sus exaltadas epístolas, “la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres”.

Quiero ser, soy entonces, un hombre de fe, pero de fe encontrada en la reflexión, en lo más profundo de mi corazón, en el silencio de estas noches de lluvia continua, en la soledad del Universo, extraída de los más recónditos y atávicos cofres de la mente humana, de esa que según Darwin, surgió del poderoso océano, donde gobierna Neptuno, y que ha llegado a la tierra, a destruirla según parece y de la que ha de ascender al reino de los Cielos, en lo que el simbolismo de esta frase alcance a expresar.

Esa pienso, es la verdadera fe, la que han predicado y exigido todos los profetas, avatares, iluminados, no la que surge de los libros o de los dogmas, sino aquella que con esfuerzo, reflexión y absoluta sinceridad surge de nuestro corazón y nos envuelve en su beatífica paz y consuelo. Yo sé ahora, que no he de durar más que el mar, más que el cielo y las aves que en él trazan la infinita fórmula de la eternidad. No he de durar más que un soplo de Dios, quizás Él después me olvide y me diluya en la nada como Buda; quizás después me disuelva en su esencia divina y dejaré de ser yo para convertirme en Dios, todo entra en las posibilidades de mi fe. No intento comprender a Dios ni exigirle que me otorgue la eternidad, que se haga su voluntad; todos los caminos que con mi fe he abierto no los he llegado a conocer todavía, deben restar miles quizá millones, y quizás alguno de ellos me lleve al final, pero no quiero exigir que sea el que yo creo o alguno de los que se han inventado los hombres a través de los siglos. Me gustaría que fuese algo inesperado, estoy preparado o creo estarlo, aunque me cause la más increíble sorpresa, siempre he sido amante del Destino, del ignorado, porque la sorpresa es prueba que no somos nosotros los dueños del mismo, sino esa fuerza infinita, inexplicable, ese espíritu inefable que llamamos Dios.

Con tropiezos he llegado a esta edad en que disfruto de mi familia, de todos los que me aman, en la que puedo pensar con libertad, sin ataduras religiosas, a través de sorpresas y sobresaltos he llegado a asomarme en ocasiones, al país de la sabiduría, he disfrutado de la obra surgida del Creador, empiezo a pensar que la vida es bella, a pesar de todas las dificultades y del mal del mundo. Quizás en la brevedad ficticia de la vida resida una parte de su encanto, de su milagro. Si tenemos fe, el final puede ser doloroso, terrorífico o puede llegar de puntillas y sorpresivamente, pero si tenemos fe, y hemos vivido gozando anticipadamente de las dádivas que Dios puede o no darnos, vivido, como dijo Séneca, la vida es tiempo y vida, si tratamos que sea vida la mayor parte, entonces, todo habrá sido ganancia, del espíritu, pero ganancia.

Cuando muera, por favor sonrían, ya estaré donde deseé, en esos mundos de esperanza o en la nada, lo que al final de cuentas será lo mismo; en este mundo ya nada seré, sólo recuerdos, imágenes en la memoria de los que compartieron mi amor, mis anhelos y mis angustias; se habrá cumplido mi rito cósmico y me integraré, al fin, al Universo, de cuyo ritmo y música me había desligado por un inverosímil instante, si Dios lo es todo, nunca dejé ni dejaré de estar a su lado, al fin de cuentas... quizás seamos eternos en realidad.

Vuelvo a este mundo. Sigue lloviendo afuera, pero la tormenta interior ha escampado.


FIN

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