sábado, 18 de diciembre de 2010

El sentido de la vida

El sentido de la vida.
Anoche estaba pensando que sería mi vida sin ti y no supe que pensar, no quise siquiera pensar en esa posibilidad, una mortal angustia, una helada brisa, cruzó el valle de mis claros pensamientos y tuve la dolida visión de los años contigo. De  los buenos largos años contigo y los dolorosos desesperantes años a tu lado
En el largo camino de nuestro amor encontré en tu presencia, de todo, encontré seguridad, paz, orden. Tu sola aparición ordena mi Universo, tu compañía ilumina mis horas oscuras que han sido muchas; nunca me he sentido lejos de ti, cuando estás físicamente lejos, más cerca te siento en mi corazón, cuanto más cerca estoy de tu figura añorada, me  alejo de mi mismo y dejó de ser yo, para unirme a ti.
Nunca antes supe que así sería el verdadero el real amor.
He caminado innumerables caminos contigo, recuerdo la primera vez, subimos a las montañas y contemplamos entre la bruma de la niebla, el largo paisaje de lo que podía ser nuestra vida, aspiramos sin sentirlo o sin saberlo, el soplo frío de la eternidad, el aire limpio de tu amor sin tacha, fíjate que no digo del mío, eso fue más tarde, vislumbramos a lo lejos en el blanco bordado de la playa que a la distancia divisamos, la compleja estructura de nuestra vida futura, pero no supimos descifrarla, yo, al menos, no supe hacerlo. No sabía entonces que nuestro amor futuro sería un camino sin fin, sin final, pero no de nuestro amor, sino de nuestro camino, tú sabes de lo que hablo. Supimos quizás demasiado tarde, al menos yo, que nunca llegaríamos a Itaca, hoy en la terraza de nuestras experiencias que contemplan horizontes diferentes, tú al Sur, yo al Norte, he llegado a la conclusión que quizás nuestro destino sea caminar juntos, nada más, amándonos en la mesurada pasión que el destino nos permite . Quizás eso sea lo que deseo o lo que el viaje nos puede ofrecer, no llegar nunca a ningún final contigo, quizás así sea, así debe ser, para que el amor sea eterno, acuérdate que un amor para siempre dura sólo un instante, aunque el instante haya durado años, si no, lo hubiera deslustrado el tedio de los días sin fin, del hastío doméstico, fruto de la presencia continua, obstinada y del conocimiento de formas e intimidades, de rituales y costumbres, que nunca deben ser conocidas; la vida compartida lima lentamente el amor hasta que lo convierte en un navaja de obsidiana filosa que te entra todos los días en las entrañas desgarrando el amor, desgarrando el pasado, la fe y creando una aversión y desconfianza que lleva a la bancarrota sentimental, producto del sangriento, silencioso, perpetuo sacrificio de la monotonía. Esa obsidiana que al principio era una piedra suave, lustrosa que te acariciaba sin cesar y te hacía sonreír sin saber por qué.

¿Sabes?, se me ocurre que quedamos viudos en vida. Cuántas veces he oído decir, si mi marido o mi mujer, volviera, ahora le diría tantas cosas que no le dije. Pues fíjate que te las he dicho después de mi muerte, me las has dicho después de mi muerte, porque tú, sólo me acompañaste en ella, pero los dos renacimos y en ese renacer, encontramos algunas de las joyas que dejamos caer descuidadamente por el camino primero de nuestra doble existencia, doble quizás no, es una sola, pero de dos caras, ni malas ni buenas, simplemente dos vidas que enriquecen mi corazón apasionado y creo que el tuyo.
Quizás por eso sólo viajamos, uno al lado del otro, sin ir más allá de la orilla del mar de la vida, sin adentrarnos en aguas profundas, sin sumergirnos donde el furioso Neptuno, azuza con su tridente divino los monstruos que devoran los que se sumergen en su reino. Caminamos por la playa de la vida tomados de la mano solamente, ¡qué lenguaje el de las manos querida!, conversando con la mirada, amándonos con el espíritu, disfrutando la compañía que acaricia sin siquiera rozarse.
Quizás por ello, el solo caminar a tu lado, gozar de tu presencia,  hace que el viaje, nuestro viaje ¿será así el tuyo?, sea divertido, fascinante, aunque a veces el dolor atraviese como una fría ráfaga lo que pudo ser y no pudo, la angustia, nostalgia o no sé qué dolor indefinible, que  reclama desde un abismo oscuro, por qué no tuve, o no tuvimos el valor de lanzarnos al vacío y renacer en la caída o morir en el intento. Quizás nos faltó el valor, a los dos.
Pero los años, las circunstancias, tu felicidad y la mía, no siempre compartida por cierto, aunque no estoy seguro de ello, sólo de tus ocasionales olvidos, nos han demostrado que no todos los fracasos llevan a la desesperación, ni todos los amores –los enamoramientos en realidad- a la felicidad y que los afectos profundos del alma, no se manejan a nivel del mundo real, sino de los mundos imaginarios, hipotéticos, que constituyen, en alguna medida, el lugar en donde las más íntimas esencias de nuestra vida encuentran su complacencia.
He quedado perplejo y creo que tú también, al saber que en la clandestinidad de la vida encuentro luz y que en la luz del diario vivir me deslumbro y cierro los ojos para encontrar de nuevo la oscuridad acariciadora de la vida subversiva, que me permite estar contigo, vivir contigo, amarte en silencio, suavemente, sin estridencias, desde de la prudente distancia que nos confiere, espero que a ti también, estar por encima del bien y del mal.
Lejos del pasado, me encuentro suspendido entre la eternidad y el no ser. Tu presencia hace que respire a tu lado, el lado amable de los años que me quedan de vida, creo que no serán muchos, pero es que la vida es tan corta que un milenio nos parecería siempre poco. Sólo el amor nos redime de esa desesperante idea, sólo él, alarga un poco los segundos de tu compañía y vuelve insufriblemente largos los de tu ausencia, pero en ese pendular, necesario y creo que deseable, se encuentran, ¿encontramos?, espacios en que la eternidad queda interrumpida, mejor dicho el tiempo, que es lo mismo, deja de fluir y nos permite permanecer anclados en segundos que se recuerdan todo una vida y duran sólo un soplo de la misma. Pero las palabras, ¡qué poder el de las palabras querida!, se clavan como espinas o como suaves bordados en la sinuosa geografía de nuestra mente. De ambas has llenado mi vida, armas y guantes de seda, rosas y espinas, alegrías y lamentos, pero es que sólo así hemos descubierto la verdad sobre nosotros mismos, ¿por qué tuvo que haber sido así? Si no, conoceríamos tan solo la materia, los deseos, las pasiones cegadoras, no hubiéramos conocido el espantoso drama de la pérdida, ni el maravilloso relámpago de la recuperación. El mayor milagro de Dios no fue crearnos, ¿ves lo absurdo de la idea y lo milagroso de tal acción?, sino pasar  por la infinita humillación de tener que perdonar, cada día, la imperfecta y desobediente criatura humana, con sus execrables circunstancias, ¡ese es coraje divino!, ¡ese sí es milagro de los grandes! Cualquiera de nosotros, jugando a Dios, hubiera ya destruido semejantes deplorables criaturas.
Pues ese drama, lo hemos vivido en una escala que no es cósmica, como la de Dios, sino muy humana, nos amamos, perdimos la batalla contra la sociedad y contra nuestro destino, creo que claramente marcado desde hacía años y morimos o casi morimos, yo física y espiritualmente, y tú en el alma, cuando renunciaste a tu idea de lo que podría ser tu mayor anhelo, tu más grande felicidad y aún así, salimos indemnes de la tragedia que nos abatió y nos sumergió a ambos en el dolor y la desesperación. Porque aunque hoy sonreímos, las huellas del sufrimiento se perciben en nuestros rostros y sobre todo en nuestras miradas. Nos contemplamos como desde una distancia que nos impide ser lo que fuimos, ser lo que quisimos, uno al lado del otro, amándonos, sin cruzar jamás la frontera nítidamente demarcada por la vida, esa frontera invisible que se prolonga como una línea de fuego por tu mente y por la mía.
Pero aquí estamos, frente a frente, tu presencia ordena mi Universo, calma mis ansias de actuar como Zeus y raptarte para llevarte del otro lado del mar de la vida, un lado que pudo haber sido, pero no soy Zeus y he optado por contemplar el luminoso horizonte, contigo, desde esta orilla neutral que no es ni tuya ni mía, pero que es lo único que poseemos en común, el único lugar en donde oficiamos ambos nuestro particular sacramento del amor, ese que te he dicho miles de veces que está por encima del bien y del mal, sin violentar a ninguno de los dos, simplemente flotando sobre ellos en un abrazo infinito que creo se prolongará por eones en esa espiral interminable que el tiempo va dibujando sobre mi frente y sobre la tuya, ese vínculo invisible que sólo nosotros vemos, aunque muchos lo sospechen, pero que no tendrán la dicha de contemplarlo jamás, ni les daremos esa oportunidad. Ese vínculo que nos ata como una cadena que sólo se rompe con la muerte, ni antes ni después, porque el amor que surge del renacer, es un Fénix, que levanta vuelo para no volver a posarse más sobre la tierra del pecado y sólo en raras ocasiones sobre las montañas más altas de la tierra, donde el aire es puro, dónde la niebla confunde los sentidos y es una reproducción de aquella tarde que te vi por vez primera envuelta en nieblas perfumadas, coronada por un aura azul que presagiaba un cielo y se convirtió un día en infierno y ahora nuevamente en cielo.
Gracias por ser quien eres, por estar siempre a mi lado, por ayudarme a destruir los cuervos y los Lestrigones que envidian, que quisieran corromper nuestra vida,  que sufren cuando nos ven juntos, felices. Sí, los contemplamos con la frente en alto, sin desprecio, sólo un poco olímpicos, sabiendo que las fieras que nos amenazaban y amenazan se han roto una y otra vez  las garras en el suave coraje de nuestra vida, en el incorruptible e indestructible amor que compartimos.  Gracias.

FIN

1 comentario:

  1. Es un admirador del amor.Un amante infinito que nos hace sumergirnos en la honestidad y la belleza con las que escribe.¡Me confieso un seguidor absoluto de este hombre!
    Grandes y buenas palabras... para un pais tan malo y chiquito.
    En horabuena usted es lo mejor!

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