sábado, 18 de diciembre de 2010

Enseñar a amar

Regreso al paraíso Perdido

No es vana la palabra que un bien crea.
Electra.
Sófocles.

Me miró  directamente a los ojos, se contuvo un instante infinitesimal, diría quizás que el tiempo cesó de transcurrir también asombrado, como presintiendo el próximo futuro y exclamó: deseo que me enseñes a amar. Un brillo extraño se desprendió de sus ojos, como si una lágrima amenazara mostrarse en sus temblorosas pestañas.

El amor es un prisma de infinitas aristas - ignoro el nombre de dicha  geometría - o una esfera que no contiene ninguna; ambas aproximaciones son válidas, sé que no se puede definir, aunque puede formularse una teoría al respecto. Los amores contenidos, conformados o aprisionados en la primera forma  son escabrosos, violentos, apasionados, demenciales quizás, pero alcanzan las puertas de la sublimidad y son producto de la madurez; los segundos... los segundos  no tienen historia nacen y mueren en la infancia.

La atractiva gracia de la juventud sobre el hombre otoñal. El atractivo encanto de la inocencia. Inocencia que nos recuerda nuestro pasado y nos atrae hacia él como la flor al brillante colibrí; la extraña atracción entre el contraste de la experiencia que planea olímpicamente sobre buen trecho de la vida oteando desde las alturas a los principiantes, con el desesperado intento por volver al principio, a las aguas primigenias, angustiosas, pero deleitables de la primera pasión.

La hipnosis del despertar a la vida del amor olvidada, es no sólo adormecedora, sino también acariciante, bañada de una suave e indiferenciada locura; llena de racionalizaciones y discursos de vacía falacia justificadora; no justifican el cuerpo, ni la edad, sólo el alma, el puer eterno que mora en el fondo de nuestros corazones siempre, ¡ay!,  siempre jóvenes.

Es hermoso realmente descubrir un día con asombro que no se puede vivir sin alguien, es acariciante descubrir que el mundo es el mismo de hace veinte años - o los que sean - y que la vida sonríe, como siempre, ante nuestros actos infantiles. Es hermoso descubrir en la vida nuevas resonancias, diferentes músicas, poesías, descubrir que el arco iris tiene más de siete colores; que entre el blanco y el negro existen una infinita variedad de grises. El amor amplifica la vida, es el gran acelerador del Universo. ¡Qué tragedia la del mundo actual querer aprisionarlo entre el sexo y la psicología!

Yo, ante esa espectacular salida de su pura inocencia, la vi como si fuera la primera vez que la veía. No había notado jamás - a pesar de conocerla- el brillo de sus ojos casi negros, la nítida línea de sus labios, ni su expresión de angustia acariciante, como si esperase - era lógico - , en mi rostro, una expresión equivalente de asombro. Pero yo no moví un sólo músculo, ni varié mi expresión. No era control, era el hecho de encontrarme ante algo absolutamente desconocido y ante lo cual ignoraba como reaccionar, sabia naturaleza que nos vuelve ignorantes ante los acosos de la pureza.

Ambos, estáticos y en silencio, nos contemplábamos con una mezcla de asombro e incredulidad, todo parecía una escena creada en la irrealidad de nuestras conciencias. Pero por algún artificio de la mente, sabía por instantes que todo era cierto. Escandalosamente cierto. Y quizás los dos pensábamos en ese preciso instante ¿Por dónde empezamos? pero no era necesario...todo había comenzado.

¿Por qué yo?, fue lo único que se me ocurrió decir, creo que lo había leído en algún lugar y con relación a otra circunstancia, pero las jugadas del inconsciente son así, geniales o ridículas; ésta tenía una sabia mezcla de ambas cosas. Ahora, recordando el terror o la exaltación del momento después de la realización del hecho en mi conciencia, me pregunto si tuve razón en mantener o continuar la escena y todo lo que vino después... aún no lo sé.

El amor es algo que no se puede enseñar, pero sí aprender, ¿quién lo enseña? esa es una de la tragedias de la vida. A veces el destino es malo y perverso maestro en cosas de amor y nosotros tan ignorantes. A veces, en ciertos instantes de nuestra vida, andamos al acecho de cualquier circunstancia que nos conduzca a una vida diferente, de complejas e inesperadas emociones, andamos en busca de un precipicio en donde lanzarnos al vacío, la aventura es una residente permanente en los hombres de verdad o en los poco evolucionados, no sé. Simple inseguridad, o quizás demasiada seguridad. Ambas posibilidades son lógicas, pero no siempre las decisiones que tomamos al respecto. Yo, en ese momento, estaba sentado en el borde de la roca más alta de la Puerta del Diablo, no pensaba lanzarme. Pero ella llegó.

Quizás en mi conciencia geométrica de artista, supe que a mi vida le faltaba una dimensión especial que sólo es percibida en la parte luminosa de la conciencia, una dimensión no dimensionable, inasible, que no puede ser referenciada por ninguna ecuación. El amor es un misterio que sólo termina en Dios, por eso a veces se convierte en idolatría, en simple y llana idolatría, nada hay de malo en ello, es la sublimación total que nos permite rastrear en este mundo trazas de eternidad y de santidad. Quizás por eso John Keats exclamó en alguna ocasión:


“ Sólo estoy seguro de la santidad
de los afectos del corazón
y de la verdad de la Imaginación “

porque el amor es la más poderosa fuerza imaginativa del Universo, la fuerza que transforma la desesperanza en esperanza, el miedo en valor y cualquier mundana tristeza en alegría. Es la espiritual visión que nos muestra el lado luminoso de la existencia

Quise enseñarle a amar, pero como he dicho, no se puede: simplemente la amé, como se ama la vida, con pasión indestructible, que sólo se rompe con la muerte. El ejemplo hace buenos a los niños y lleva  los discípulos por el sendero de su búsqueda. Pero sólo la pude amar con el espíritu. Esa dicotomía auto impuesta era buena para mi alma, pero mala para la de ella. La juventud ama con furia, con furia sana, transparente, y casi con risa.

La juventud se esfuerza en dominar el mundo en un instante, trata de agotar el universo de las emociones en una noche y nosotros que hemos visto florecer los cafetos muchas temporadas, tratamos de prolongar el dulce goce de las gratas experiencias, nos gusta conservar la virginal belleza del amor intacta. ¡Soy un incorregible romántico! Un anacrónico personaje que perdió su mundo en el laberinto de la vida.

Me sumergí silencioso entre sus brazos, aspirando de su cuerpo juvenil las perdidas esencias de mi adolescencia, recorrí su cuerpo con mis manos temblorosas, quise descifrar el enigma del aura del amor y descubrí emocionado y turbado como crío, el verdadero sentido de la palabra adorable. Meditamos juntos y, en arrebatos de un misticismo casi musulmán, contemplamos las moradas del amor, llenas de alfombras bordadas con las más preciosas sedas, cubiertas de brillantes cojines en donde apoyan sus cabezas de ensueño las huríes del Paraíso del Sagrado Profeta.

Conocí con ella las verdaderas dimensiones de nuestro planeta; descifré el enigma de las rosas, de los rojos claveles y las violetas azules. Descubrí el embriagante aroma del invierno, la fresca caricia de la lluvia. Encontré en el final del horizonte marítimo las constelaciones que señalan el camino al Paraíso. Y bebí de sus labios las palabras que cercan la desesperación, para no dejarla salir jamás.

Pero jamás la llegué a amar físicamente. Hicimos el amor, sí, pero nunca tuvimos sexo. No pude enseñarle el final del Destino, que puede ser la entrada definitiva al Paraíso o la caída sin fin al infierno de la desesperación. A ésta la encontré yo solo. La perdí conscientemente, sabiendo que el amor verdadero, no sólo se consigue en la obstinada persistencia de nuestras acciones, sino también en la de nuestros más prístinos  recuerdos. Su imagen no la comparto con nadie es, simplemente, mía. Esto es algo que quizás ella misma ignora.

La dejé como llegó a mí, pura como la fuente donde se contempló Narciso. Algunas veces he pensado que quizás la ofendí con mi rechazo a la consumación de un afecto casi perfecto. Pero creo que logré un lugar en su corazón, al principio quizás no lo supo… tal vez no lo sepa. Quizás eso sea enseñar  a amar: Ella encontró el camino, al menos eso pienso. A veces no es necesario llevar al peregrino hasta el Templo, basta con mostrarle la senda que conduce al Santuario;  talvez con ello haya encontrado para ambos un lugar en el Paraíso Perdido, quizás con ello haya ganado mi retorno...  y el de ella.

FIN

Luis Salazar Retana

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