viernes, 24 de diciembre de 2010

La extraña pasión musical de Rosalba Caminos


La extraña pasión musical  de Rosalba Caminos.

Eleanor Rigby, es una buena canción, tan buena que se ha grabado miles de veces por miles de conjuntos y orquestas, coros, solistas de todos los instrumentos y en todos los tipos de música posibles de imaginar.

Sin embargo, muy pocos conocen la triste historia de amor que aquí en El Salvador provocó,  destruyó y algo más, esta famosa canción. Lo más curioso es que ninguno de los dos protagonistas,  jamás les importó la letra de la célebre melodía, fue un incidente provocado sólo por la música; las palabras jamás importaron; y es que en las complejas relaciones de la juventud, realmente, las palabras no importan cuando los actos van encaminados, dirigidos, concentrados hacia o en contra del amor.

Los Beatles estaban en su apogeo, eran los años sesenta y Rolando Maldía había recién cumplido sus veinte años, Rosalba Caminos estrenaba esplendorosamente sus dieciocho abriles, que en estos países se deberían de llamar octubres, el mes de la vacaciones, del verano, de los vientos que recuerdan piscuchas e infancias felices y paseos con soles brillantes y cielos azules, el mes de los ronrones, de la alegría de la vida.

Le pareció entonces, desde que la escuchó por primera vez, que en esa canción se expresaban todos los matices del amor y la belleza, que su melodía contenía el secreto de liberar a los pobres seres humanos de la desesperación y del tedio, en fin, que la canción encerraba la melodía perfecta que los músicos habían buscado durante siglos y siglos, desde la invención de la música.

Rosalba recién se estrenaba en el amor, ese amor fuerte y avasallador que sólo a esa edad se produce, aunque dicen algunos viejos que a los cuarenta también; toda su vida estaba orientada hacia ese sentimiento, hacia el amor de Rolando el dichoso receptor del amor puro, sincero y acaparador de Rosalba Caminos.

Los grillos, en su presencia, le sonaban a serenatas de la tierra, los vientos que levantaban sus amplias faldas, animalillos traviesos que jugaban con ella y Rolando, ¡Ah Rolando!, Rolando era su aire, su oxígeno, su agua para saciar la sed, su fuente de palabras de amor, su principio y su fin, su alfa y omega. Pero a Rolando no le gustó la cancioncita, ¡No le gustó Eleanor Rigby!.

La desesperación de Rosalba fue total, no se imaginaba cómo algo pudiera gustarle a ella y no gustarle a Rolando, si eran idénticos en todo como dos gotas de agua, pero todos sus esfuerzos fueron vanos, a Rolando no sólo no le gustó sino que le planteó la diabólica alternativa de él o Eleanor Rigby. Ese fue el Rubicón de su vida.

El desconsuelo y la angustia de Rosalba llegaron a su límite cuando, por primera vez en cuatro meses, Rolando no se presentó a su casa a las siete de la noche en punto como, religiosamente, lo había hecho cada día de los ciento veinte y dos días anteriores. Y así sucedió durante quince días, después de los cuales, Rosalba tomó la decisión de su vida y se decidió por Eleanor.

La madre le aconsejó que lo mejor y más sencillo que podía hacer era dejar de oir la tal canción, total, canciones van y canciones vienen, además era absurdo ligar un amor como el de ellos, a una insignificante melodía. Dicho esto también le retiró la palabra a su madre durante dos meses, no porque no quisiese hablarle, o no la quisiese,  sino como forma de desagravio a sus héroes.

Porque allí estaba el problema, Rosalba no pensaba que Eleanor Rigby fuese una canción cualquiera, esa canción significaba un hito en la historia de la música popular, sino seria, y todo el prestigio de su innata inteligencia y buen gusto quedaban en entredicho si cedía en su lealtad a una canción que ella consideraba desde ya, como una de las melodías eternas de la humanidad. Ante tal ex abrupto su mamá pensó que estaba loca y jamás volvió a insistir al respecto, después de los dos meses de desagravio, por supuesto.

Rolando, como todo un macho tropical, también se negó a transigir con sus gustos musicales y el noviazgo terminó en el más completo fracaso, aquella bella y tierna historia de amor quedó desgajada, destruida, demolida, por la fiera defensa que de sus preferencias y gustos musicales hicieron aquellos dos tristes y tragicómicos   enamorados.

Cuentan que con los años, Rosalba fue haciéndose conocida como la señorita Eleanor Rigby y su gran ambición fue poseer el mayor número de versiones de la canción de los Beatles eternos, como ella les llamaba, no se casó jamás y siempre juraba que jamás lo haría, pues ya sabía y conocía a ciencia cierta  su destino, no tenía tiempo para dedicarse a fruslerías como el matrimonio o convenios estúpidos semejantes, según afirmaba.

Una de los últimos chismes que oí a cerca de ella, es que al llegar a los diez mil discos con diferentes interpretaciones de la canción, fundaría un museo, con la herencia que recibió de sus padres y que ese día invitaría a los que estuvieran vivos del famoso conjunto, a la inauguración del museo  Eleanor Rigby. Ya les había escrito a los ex-intengrantes del famoso conjunto  y contaba, no sólo con su anuencia para asistir tan magno evento en el  día que ella dispusiese, sino que además le enviaron treintidós versiones que Rosalba no poseía, lo cual la hizo caer en un estado de éxtasis, que le duró exactamente: treintidós días.

Un único pretendiente que tuvo Rosalba en los últimos veinte años, antes de consagrarse definitivamente a Eleanor, fue un caballero de su época, que aunque admiraba la pieza mencionada, no pudo resistir, a pesar del dinero de Rosalba, para que se mida la locura de la damita, a escucharla desde el desayuno hasta la cena, acompañando en las comidas complicados platos que eran variaciones del nombre de la famosa heroína de la canción, ensalada a la Rigby, arroz a la Eleanor, con hongos y tocino etc... A las dos semanas la abandonó y está en tratamiento siquiátrico desde entonces, pues la melodía se le pegó en las entretelas de su cerebro y la escucha sin cesar en el interior de su cabeza.

Mientras tanto, la  fama de la monomanía de Rosalba se extendió a niveles internacionales,  tanto que el Libro de Records Guinnes, la menciona a partir de la edición de 1982, con un total de 4325 versiones de la canción, algunas hasta repetidas 15 o 20 veces, ¡ todo un verdadero récord !.

Para celebrar el 25 aniversario de la salida al mercado de la canción, ofreció una espectacular fiesta, en la cual, desde la primera hasta la última pieza, fueron variaciones rítmicas de Eleanor Rigby, allí Rock, por supuesto, pero también Jazz, Merengue, Salsa, algunos ritmos africanos y otros orientales que sonaban a chirridos de carretas o grillos, en los que se percibía entre el conjunto de sonidos, la inconfundible melodía de la pasión de Rosalba.

El 31 de diciembre de 1989, después de haber sacado de el sótano de la casa toda la colección de versiones de la famosa canción, la había ocultado a raíz de la ofensiva, decidió celebrar la ocasión y el hecho de que todas estaban en perfectas condiciones, con un espectáculo de fuegos artificiales, con tan mala suerte, que uno de de los cohetes, de forma inexplicable, provocó un incendio en su casa. Ella, desesperada, corrió una y otra vez al interior para salvar la tarea y amor de toda su vida pereciendo en uno de los últimos intentos por rescatar algo de la famosa colección.

Según su testamento, si moría antes de fundar el museo de sus sueños, debía ser enterrada con todos sus discos, casettes y videos de su canción, y así fue. Se le dijo misa de cuerpo presente, la música que se interpretó en la iglesia fue una versión barroca de Eleanor Rugby, no sé de dónde sacaron un padre Mckenzie. Dicen que uno de los ex-Beatles estuvo de incógnito en el sepelio, quien dejó caer, sobre el féretro de la difunta, una rosa blanca en señal de su virginidad, producto de su  trágica y extraña afición.

FIN.

San Salvador, 16 de septiembre de 1991.


No hay comentarios:

Publicar un comentario