viernes, 22 de junio de 2012

San Salvador, 22 de junio de 2012.

La princesa está triste.

Para Léia.

La princesa está triste..., ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
Rubén Darío.

No sé cuando la conocí, no recuerdo el año, ni si fue en primavera o en otoño, era una niña, al menos esa fue mi primera sensación, una jovencita inocente, llena de vida, alegre, con un maravilloso sentido del humor, que sonreía sin cesar, yo, tengo que decirlo, apenas le puse atención y ella creo que tampoco me la puso a mi, incluso he llegado a pensar que esa primera vez ni me vio, no sé, no recuerdo como empezó todo. Ignorando ambos muchas cosas, en el inmenso, complejo espacio y tiempo del Universo, se desarrolló entre los dos una extraña, irregular pero suave amistad, aunque sólo nos vimos en un par de ocasiones.

Ella era en realidad una princesa, pero eso no era lo esencial, lo trágico fue que, a pesar de su perenne sonrisa, yo ignoraba que estaba triste, que añoraba la felicidad perdida y que lejos de su tierra, en el frío mundo del sur, buscaba su reencuentro con la vida, con la paz, con la armonía. Buscaba recuperar la alegría y se refugiaba en la esperanza con todas las fuerzas de su alma. Es un alma blanca e inocente.

Pero la búsqueda terminó, no porque Princess - así le llamo- había encontrado al fin lo que buscaba, sino todo lo contrario; un día su mundo estalló en miles, millones de pedazos y de pronto se vio inerme, destrozada, desesperada, en el centro de la más fría soledad. Yo quizás ya me había olvidado de ella, lo digo con sinceridad, no la recordaba, es más, yo estaba muriendo mientras la princesa empezaba a estar muy triste. Quizás esas trágicas circunstancias hicieron brotar la amistad, a ella la consumía el dolor secreto, mientras yo me encontraba conmigo mismo al borde del abismo en el que caemos al final de nuestras vidas.

Ni ella ni yo sabíamos en realidad dónde estábamos, ni a dónde habíamos llegado. De pronto me di cuenta que estaba a salvo, no sé por cuanto tiempo, pero descubrí que el mundo es un lugar maravilloso y que la bondad es la más hermosa virtud y de nuevo nos encontramos, ella parecía feliz y yo muy sano, pero ambas cosas eran aparentes.

Una noche la princesa, triste, me despertó con un grito de auxilio, que provenía desde lo más profundo de su corazón y desde la más trágica soledad, el desengaño había tocado a su puerta de cristal y la había roto en mil pedazos. Yo, al principio no supe que hacer, no tenía confianza con ella para opinar sobre su drama, ni conocía lo profundo, ni la intensidad de su dolor, pero ella entre sollozos y lágrimas me lo hizo saber y así, entablamos una triste, pero sentida amistad, amistad surgida del dolor, de la desesperación; en ese instante comencé a escuchar música religiosa que tanto me gusta, que llega al fondo de mi alma, buscaba inspiración, buscaba respuestas a ese grito de auxilio en lo más auténtico de mi ser, no puedo decir si lo logré, sólo la princesa lo sabe.

El tiempo que todo lo cura ha pasado, no la volví a ver más, he tenido una irregular comunicación con ella, la princesa es así, me olvida y la olvido, creo que sigue buscando, sin prisas, como debe ser. Me ha contado que empieza a disfrutar de la vida, que ha encontrado los espacios que ella nos ofrece para la alegría compartida, yo espero que sea así, estoy profundamente convencido -es muy inteligente- que encontrará lo que siempre ha deseado, amor, paz y felicidad.

Ese es mi deseo y en lo más íntimo creo que así será, pero sobre todo, lo que más me alegra, es que pienso que la princesa... ya no está triste.

LSR

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