domingo, 3 de junio de 2012

San Salvador, 3 de junio de 2012.

Húmedos recuerdos

Al norte, sobre el volcán, huecos azules interrumpían el blanco manto de nubes que descansaba sobre San Salvador, el sol tímido de la tarde alumbraba con su luz amarilla, una lluvia ligera, fina, obstinada que caía sobre el jardín y en las plantas, jugueteaban brillantes gotas de agua, que con los rayos del sol, convertían las hojas en joyeros.

El tiempo de lluvias, la lluvia en sí, es para mi el tiempo perfecto, desde pequeño la lluvia que me impedía ir al colegio era una bendición, pues siempre he padecido de las amígdalas, y en aquella época lejana, hablo de hace casi sesenta años, había que cuidarse pues la medicina no era tan avanzada y la cura era que te las quitaran, lo cual significaba operación, gastos, en una palabra: problemas.

Pero sobre todo es un tiempo íntimo, cuando llueve el mundo se apacigua, pareciera que nos comunicamos con la naturaleza de forma más amistosa, más armónica, hay una especie de comunión con ella, que se acentúa con el murmullo de las gotas y el viento que nos habla de la fertilidad de la tierra, de la perpetua renovación del Universo. Los aromas de la tierra y las plantas nos envuelven en un aura de sensaciones y percepciones que nos transportan en el tiempo y el espacio,  nos recuerdan los temores de la niñez, que hoy nos hacen sonreír, cuando escapábamos de los rugidos de la tormenta cerrando fuertemente los ojos y escondiéndonos debajo de las sábanas, o con nuestra almohada preferida refugiarnos entre papá y mamá, que a veces  ni cuenta se daban de nuestra cobarde invasión.

La lluvia me trae tantos recuerdos, como cuando caminaba en las corrientes de las calles empedradas de la vieja Santa Tecla, que no existe más, un disfrute sin igual de libertad, a pesar de las amígdalas, que me me hacía alcanzar las puertas del Paraíso y el País de Nunca Jamás. Viniera después lo que viniera, cuando llegaba a casa con los zapatos despegados y mojado hasta los huesos, los contratiempos de la infancia duran segundos.

Más adelante vinieron las novias, que caminaban tomadas de la mano, mientras se empapaban y sus formas se percibían nítidas en esa semi transparencia, que agitaba con furor las hormonas que producía "in illo tempore" a raudales, como la lluvia. Buenas épocas como se dice.

Así fue transcurriendo mi vida entre la lluvia acariciadora, dejando huellas indelebles en mi alma, su frescura, su suave música que adormece en los días libres, lluvia de recuerdos y vivencias que siguen alegrando y arrullando mi espíritu.  ¿Te acuerdas cuando bajo la lluvia te cortaba flores silvestres para colocarlas en tu cabello?, o ¿cuando bajo una fuerte tormenta te compré una rosa y la cortaste por el tallo cuando cerraste apresuradamente la puerta del auto?, la lluvia convierte en alegría las torpezas y sé también que flagela a nuestros pobres en sus precarias casas. Nunca me he olvidado de ello, ni he sido insensible a esas circunstancias, pero en lo personal, la lluvia ha sido compañera divertida, romántica, acariciadora, un disfrute sencillo pero maravilloso, que ha hecho mi vida más disfrutable y no me ha costado un centavo. Los grandes placeres de la vida son así, sencillos, como el amor verdadero, sin complicaciones, una relación amigable, auténtica, solidaria de apoyo mutuo, suave y fresco... como mi lluvia.

LSR.

No hay comentarios:

Publicar un comentario